Y qué hacemos con esta gente

La decisión de Mañueco no ha sorprendido a nadie, aunque si escandalizado (o al menos eso aparentan) a unos cuantos. Sobre todo a los que defienden que contra la ultraderecha populista (que ahí es donde está Vox) solo cabe la opción alemana: el cordón sanitario y el «al enemigo ni agua». Porque, como dice hoy muy bien Pío García por aquí cerca, este sí es el enemigo: el de las democracias generadoras de derechos que hacen lo que pueden preservando libertades. El enemigo son ellos, los que se envuelven en banderas y resucitan los nacionalismos como si no supiéramos ya, a estas alturas, que eso de las fronteras solo trae desastres.

A Alemania le salió bien el cordón; el partido ultra de allí se va disolviendo poco a poco. Pero a Italia también le salió lo contrario: Salvini entró en el gobierno cuando parecía imparable, y él solito se ahorcó con políticas imposibles; ahora anda buscando por las esquinas su voto perdido. Y mientras, el cordón sanitario francés se ha cargado el régimen de partidos, y ya entre Le Pen y el Elíseo sólo hay un tipo, Macron, sin apenas partido ni ideología detrás. Y al que muchos odian.

No sé. Hasta hace poco yo era de los partidarios del cordón. Pero voy dudando. Quizá sea bueno hacer comparecer a Vox ante la realidad. Es decir: que alguien explique qué sentido tiene capar la inmigración (que es lo que viene a significar eso de «controlarla») en una Castilla y León que se desangra por la pérdida de población. O qué recorrido tiene la sospecha contra todo lo LGTBi tras veinte años de matrimonio homosexual sin que, al menos que se sepa, haya pasado nada con la «familia tradicional». O a ver cómo te las apañas para ser anti-europeo con el señor Putin llamando a la puerta.

No se crean que tengo las ideas claras. Aunque no creo que me haga falta: la propia realidad nos lo hará ver en breve. Porque el PP va a pactar con Vox donde necesite, incluida La Rioja. Y entonces, sí, veremos si las soluciones fáciles y el griterío rojigualda tienen algo que ver con la realidad, o si solo vale para Twitter.

Leo esta semana en este medio dos informaciones que, juntas, dan un poco de malestar. Una: que el número de riojanos que viven en el exterior ya es el tercer mayor municipio de La Rioja, tras Logroño y Calahorra. 21.000 y pico riojanos están por ahí fuera. Dos: que la natalidad riojana no deja de descender, y son ya casi dos años de caída ininterrumpida, mes a mes.

Ya sé que todo esto merece muchos matices. Que no es lo mismo la emigración de hace cien años que la de ahora, en un mundo más globalizado y con las fronteras de Europa abiertas. Pero eso es incluso más preocupante. Porque puestos a elegir es mejor, como hace muchos años, exportar mano de obra barata que lo que pasa ahora: que lo que exportamos es talento que no se desarrolla aquí, sino en otro lugar, y que en ese lugar es donde crea la riqueza.

Y ya sé que lo de la natalidad no es una novedad en el mundo civilizado. Pero viendo el inmenso sudoku en el que se ha convertido eso de tener hijos (a no ser que uno sea funcionario, que eso es otro mundo) no me parece que vayamos por un camino que le convenga a nadie.

Termina una Semana Santa que ha sido, para muchos miles de riojanos, muy especial. Sé que hay un buen número de gentes para las que la cosa de las cofradías, las procesiones, los tambores y los pasos no pasa de un asunto folclórico, e incluso blanco fácil de alguna burla.

Para los que estamos por ahí dentro, sin embargo, esta Semana Santa ha sido como cobrar una deuda que teníamos guardada. De nuevo en la calle pasos, capuces y cajas, y de nuevo rodeados de muchos miles de personas que ahí estaban, por la razón que sea, para verlo. Y de nuevo esa sensación de hermandad tan difícil de explicar. Un gran reencuentro.