Pedro Sánchez, agasajado por la multitud en Logroño, una ciudad a la que, por alguna razón, no vino en tren. JUAN MARÍN
Crónicas venenosas

No habléis más del tren, por favor

«Si lo que vas a decir/ no es más bello que el silencio/ no lo vayas a decir» El último de la fila 'Cuando el mar te tenga'

Pío García

Logroño

Domingo, 30 de abril 2023, 02:00

Vino Sánchez a dar un mitin a Logroño y habló del tren. ¿Qué necesidad había? Hemos dado tantas vueltas, nos han prometido tantas cosas, nos han engañado tantas veces, que la palabra AVE para un riojano es como la palabra nigger para un anglosajón: está ... tan llena de connotaciones negativas que se ha convertido en un insulto y en un doloroso recordatorio de que no pintamos nada en el concierto de las regiones. Alguien tenía que haberle dicho a Sánchez que era mejor evitar ese asunto y dedicarse a hablar de la inteligencia artificial, del Valle de la Lengua, de los cien mil nuevos pisos de protección oficial, de los tráilers lituanos que se quedan empotrados en San Millán e incluso de lo bien que tratamos en Logroño a Brahim Gali y de lo que contento que regresó a Argelia con sus sondas nasogástricas. ¡Cualquier cosa menos andar por aquí mentando el tren, alma cándida! Si yo fuera Feijóo, me apuntaría el dato y obviaría cualquier mención ferroviaria en futuras visitas a La Rioja.

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Socialistas y populares deberían primero pedir perdón y luego callarse. Sobre todo callarse. Sería fantástico que un día, sin previo aviso, sin más mareos de perdiz, sin fanfarrias ni cartelería, alguien nos convocase –tachán, tachán– a la llegada del primer tren de alta velocidad a la estación de Logroño, convertida de momento en un andén futurista para diligencias. Hasta entonces, prometer ferrocarriles no solo es una ordinariez, sino una mala idea desde el punto de vista electoral. Esta gente de La Moncloa debe tener una idea legendaria de la credulidad de los riojanos, como si fuéramos niños fácilmente impresionables en vísperas de Reyes y ya nos hubiéramos olvidado de anteriores desengaños. «Aquest any sí!», gritaban los del Barça antes de que Johann Cruyff y Enríquez Negreira les enseñaran a ganar títulos. Sin embargo, en materia ferroviaria al menos, todos los riojanos intuimos que ni aquest any ni al siguiente ni probablemente nunca. Hemos perdido la fe al comprobar que, por más años que pasen y por más anuncios que hagan, jamás llegamos a la tierra prometida. Santo Tomás tuvo que meter la mano en las llagas del Cristo resucitado para comprobar que en efecto era él y en ese exacto lugar estamos ahora nosotros. Llagas, Sánchez, queremos llagas.

Dijo el presidente en Logroño que el Ministerio iba a pedir a Europa que adelantara a 2030 la alta velocidad en el tramo Miranda-Castejón. Habrá que recordarle que la exclusión del tramo riojano de la red básica sucedió en el año 2011, bajo el gobierno de Zapatero. Entonces al PSOE riojano aquello no le importó demasiado. «No hay motivos para alarmarse», sostuvieron entonces sus dirigentes locales, borrachos de tila y disciplina orgánica. La hemeroteca es, en este asunto, un campo minado del que ningún gran partido sale indemne. Tampoco los del PP pueden sacar pecho. Durante los mandatos de Aznar y de Rajoy solo hubo palabras grandilocuentes y entusiasmos mitineros, pero ninguno de los dos movió un dedo para que La Rioja dejara de ser una isla.

A cambio de tantas mentiras, hemos vivido momentos de sorprendente hilaridad. Quizá el más destacable fue cuando en 1999 llegó a Logroño el entonces ministro de Fomento, Arias Salgado (PP), y se trajo una excavadora para hacer como que empezaban las obras del soterramiento. Los devotos del Club de la Comedia consideramos aquel día una de las cumbres del humorismo político. Arias Salgado nos descubrió, además, un prometedor negocio (alquiler de palas excavadoras para inauguraciones de mentiras) que quizá haya hecho rico a algún emprendedor.

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Y mientras estos anuncios estallan en los titulares como fuegos de artificio, el Alvia que nos comunica con Madrid es sustituido de vez en cuando por un Intercity, lo que seguramente es el paso previo para viajar a la capital en carromatos tirados por bueyes. Lo bueno es que cuando los madrileños nos vean llegar por la Castellana con nuestros remolques de madera, como pintorescos amish del Ebro, nos saludarán con alegría y pensarán que lo hacemos por ecologismo y apego a las tradiciones.

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