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A Daniel Justel (Logroño, 1983), su padre, profesor de Latín y Griego, le inculcó el amor por las lenguas muertas, aquellos idiomas que ya nadie ... habla, pero que han configurado el sustrato de lo que somos, hablamos y pensamos, al menos en Occidente. «No sé si deberíamos considerar al latín una lengua muerta, porque se ha seguido escribiendo hasta hoy -objeta-, pero en cualquier caso es una auténtica tragedia que ambos hayan desaparecido de los planes de estudio. No conocer estas lenguas -y no solo a nivel filológico sino también la cultura que subyace en ellas-, es una tragedia que pagarán las nuevas generaciones».
Justel, profesor de Asiriología, da clases de acadio antiguo y sumerio en la Facultad de Literatura Clásica y Cristina San Justino, en la Universidad Pontificia de San Dámaso (Madrid). Quizá les sorprenda saber que tiene alumnos. «La facultad propone una serie de cursos de lenguas de libre acceso. El perfil del estudiante es muy variado, tanto de edades como de conocimientos. Hay desde gente de 19 años a profesores universitarios o jubilados..., pero unidos por el interés de conocer el pasado a través de sus testimonios escritos».
Daniel Justel Asiriólogo
Retrocedamos 3.500 años. El imperio acadio se extendía desde el Golfo Pérsico hasta la actual costa sirio-libanesa. Sus monarcas controlaban un territorio importantísimo, singular cruce de caminos («comerciales y de pensamiento») entre Oriente y Occidente. «El idioma acadio -explica Justel- era como el inglés de ahora. Toda la documentación diplomática se escribía en acadio; las cartas de los faraones egipcios a los reyes asirios, por ejemplo, estaban escritas en acadio». Pero ese idioma acabó muriendo, víctima quizá de su propia complejidad. «El acadio utiliza unos 600 signos diferentes -explica Justel-, de manera que solo los escribas, que se dedicaban a ello, eran capaces de conocerlos todos y de utilizarlos. Por eso, por puro pragmatismo, el acadio fue sustituyéndose por el arameo, que es una lengua con alfabeto. El alfabeto resulta un sistema mucho más democrático: todo el mundo, conociendo las veintipico o treinta letras de ese alfabeto, puede escribir».
Justel se acercó al acadio, al sumerio y a otros idiomas de la zona, como el ugarítico (de la ciudad siria de Ugarit, destruida en el siglo XII antes de Cristo, cuya lengua supone el primer sistema alfabético conocido) por la ventana de la historia. Estudió la licenciatura en Zaragoza y el doctorado en un centro del CSIC, el Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, en el que ya había cursado alguna asignatura durante la carrera. «Me fue entrando el gusanillo y me interesó conocer las culturas antiguas a través de sus manifestaciones escritas», indica Justel. Su director de tesis, Juan Pablo Pita, le propuso estudiar el derecho de familia de los pueblos asirios, centrado en la figura de los niños. «Los lingüistas se quedan en los textos, en su estructura, pero mi mirada es la del historiador -apostilla Justel-. Parto de la lengua para estudiar esos pueblos. Llevo muchos años investigando textos de adopción de niños, de venta de niños, de esclavitud infantil... Es un campo del que se sabía poco».
Sumerio y acadio no son idiomas emparentados, aunque sí guardan una relación gráfica: sus signos son los mismos, aunque digan cosas distintas. «El sumerio emplea ideogramas y eso lo hace menos preciso que el acadio -indica Justel-. Pero a nivel lingüístico conocemos ambos bastante bien. No sucede lo mismo con otras lenguas del Próximo Oriente Antiguo. A veces lo más difícil es acceder a los textos, porque miles de tablillas cerámicas no están aún publicadas y, aunque hay museos que te brindan acceso fácilmente, otros tienen las puertas cerradas».
La Asiriología no es una disciplina muy común en España, pero dos de sus máximos especialistas proceden de la misma familia riojana: Daniel Justel y su hermano Josué, profesor de Historia Antigua en la Universidad de Alcalá.
- En las cenas de Navidad, sus conversaciones tienen que ser tremendas.
- Sí -ríe-. Podemos jurar en arameo. Literalmente.
«El Código de Hammurabi no es, como a veces se dice, el primer código legal mesopotámico, pero sin duda es el más conocido», indica Daniel Justel. La estela, que se guarda en el Museo del Louvre, representa al rey babilonio Hammurabi recibiendo las leyes de manos del dios Shamash. Mide más de dos metros y está fechada en torno al año 1750 antes de Cristo. En caracteres cuneiformes acadios, se relatan 282 preceptos que consagran la ley del talión: «Si un hombre ha reventado el ojo de un hombre libre, se le reventará un ojo».
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