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Rubén Ochoa (izquierda) y Javier Solana, junto a los vehículos del cuerpo de guardabosques en Yerga J.H.
Guardianes del silencio y del fuego

Guardianes del silencio y del fuego

Agentes forestales. Su labor de prevención y de lucha contra las llamas es esencial para evitar que el verano se convierta en una pesadilla

JUAN HERNÁNDEZ

Lunes, 31 de julio 2023, 07:20

A las 17 horas la tarde es ideal para andar por el campo. No hace mucho calor y el cielo, libre de nubes, es de un azul intenso. Al cabo de un par de minutos aparece Rubén Ochoa, el guarda mayor de la zona de Jubera y Alto Cidacos, vestido con el atuendo de agente forestal. Nos subimos al viejo Land Rover del trabajo, con el que ha circulado cientos de veces por las pistas de tierra de la zona. Dejamos atrás Arnedo y nos dirigimos al almacén que tienen en las inmediaciones de Turruncún, una aldea en ruinas que en 1975 fue anexionada al municipio arnedano.

«Aquí tenemos herramientas y nos reunimos los guardas una vez a la semana para distribuir y organizar las tareas», cuenta Ochoa, mientras hacemos tiempo para que aparezca Javier Solana, que precisamente esa tarde se encuentra de guardia. Su cometido es avisar lo antes posible en caso de atisbar un conato de fuego. «Cuando te toca estar vigilando no te puedes alejar mucho de la zona. Intento estar más pendiente de los pies de monte (donde se junta el monte con el llano) y de los asadores, que son las zonas donde se puede propagar el fuego con más facilidad, y por tanto, las más peligrosas», explica Solana nada más bajarse de su todoterreno Nissan.

Alrededor de una gran mesa de madera en el interior del almacén, empiezan a explicarme las labores que se efectúan a la hora de prevenir incendios. «Ahora se prefieren intervenciones más sutiles y precisas, tal vez más costosas, pero también más eficaces y de menor impacto visual. Por ejemplo, se realizan clareos, fajas auxiliares, un mayor trabajo de poda para que las copas de los árboles no se junten...», comenta Rubén. Estas faenas las realizan en su mayor parte las cuadrillas de refuerzo de la empresa Tragsa. Por su parte, la labor que realizan los agentes forestales va desde la gestión forestal de los montes hasta otros asuntos como el control de la recogida de setas, la caza o la pesca. Pero, sin duda, su trabajo más mediático es el que hacen como jefes de extinción de los incendios –identificando y evaluando los puntos más críticos– cuando el fuego amenaza con arrasarlo todo.

Restos del incendio de hace dos años en la Sierra de Yerga J.H.

La Rioja destina 9,8 millones de euros y más de 300 profesionales, de los cuales 80 son agentes forestales, para afrontar la temporada de alto riego de incendios (del 1 de julio al 15 de octubre). Con respecto a los medios técnicos, hay instaladas 15 torretas de vigilancia que forman parte de la red riojana contra incendios, desde las que personas de carne y hueso custodian los cielos en permanente alerta, con el pretexto de dar aviso urgente al SOS si atisban cualquier señal de humo. «El sistema riojano de prevención de riesgos está sobredimensionado», apunta Ochoa. Pero precisamente por la cantidad de medios disponibles, «el operativo que se pone en funcionamiento, en caso de alerta, es eficaz y rápido», indica Solana.

Tras la primera charla informativa, cogemos los coches y nos dirigimos a una de las torretas más nuevas (en esta hay una cámara, no una persona vigilando). Pasamos por las ruinas de Turruncún y cogemos la carretera en dirección a Villaroya para, acto seguido, adentrarnos por las pistas forestales de Yerga. Mientras Rubén abre el camino con el Land Rover, acompaño como copiloto a Javier, que me da todo tipo de información sobre los fuegos. «Lo que más influye en la extinción de un incendio es el tiempo meteorológico y la rapidez con la que responden los medios», subraya.

Desde la torreta se divisa perfectamente Peña Isasa (1.474 metros) y, si concentras la vista, se llega a vislumbrar la cruz que hay en la cima. Al pie de la infraestructura metálica, empiezan a numerar las herramientas que tienen en el maletero de los coches para combatir el fuego. Llevan emisoras, botiquín, mochilas con agua y otras herramientas manuales: azadas, pulaskis (parecidas al hacha), y batefuegos. Este último tiene forma de remo, y parece más propicio para hacer el descenso del Sella en canoa que para apocar un fuego. Como Solana se tiene que marchar para continuar su guardia, y aprovechando que acababan de sacar las herramientas para enseñármelas, les pido que posen para una instantánea. Javier le dice a Rubén, entre risas, que salga solo él, que es más «fotogénico». Pero el guarda mayor convence a su compañero para que pose.

Los dos llevan toda una vida dedicándose al cuidado de los bosques. Rubén va camino de cumplir 35 años como agente forestal y Javier entró en el cuerpo hace 29 años. «Yo trabajo por dinero, pero él tendría que pagar por trabajar», señala Solana provocando la risa de Ochoa. Se nota la buena sintonía entre ambos. «Antes que compañeros de trabajo somos amigos», reflexiona Rubén una vez Javier se ha despedido para continuar con su labor.

Los ojos contra el fuego

La última parada de la tarde es la torreta de Cabimonteros, el punto más alto de Sierra La Hez. Para llegar a nuestro destino, Rubén conduce por las polvorientas y bacheadas pistas, mientras habla sobre lo afortunado que es como guardabosques.

Una de las torretas de vigilancia más recientes en la Sierra de Yerga J.H.

Por el camino dejamos atrás los restos del incendio que se produjo hace dos veranos en Yerga y a un ciervo con el que tropezamos. Nos desplazamos a la Hez porque Rubén quiere enseñarme uno de los lugares desde donde los vigilantes luchan contra el fuego. Nada más bajarme del todoterreno, un aire frío amenaza con dejarnos sin garganta. Por suerte, Ochoa, previsor, tiene dos chaquetas en la parte trasera del vehículo. «En octubre ya hay heladas aquí, la altura invita a ello», indica.

A casi 1.400 metros de altitud, rodeado de un mar de pinos, la calma sería absoluta si no fuera por el incesante ruido de las aspas de los aerogeneradores del parque eólico de la sierra de La Hez. Las vistas son inmejorables. Los días claros, en los que no hay calima, se divisan las sierras y valles de La Rioja, y los campos de Soria, Aragón, Navarra y Álava. La tarde es tan cristalina que incluso se distinguen nítidamente los perfiles de las montañas pirenaicas.

La función de los vigilantes de las torretas consiste en, desde las once de la mañana hasta la una de la madrugada, «dar un parte cada hora al SOS de como está la situación en ese momento en su zona y, en caso de observar un conato de humo, avisar lo antes posible al SOS Rioja», explica Rubén.

Una vez identificado el fuego, los vigilantes tienen un aparato llamado alidada, con el cual miden los grados para comunicar la zona precisa en donde se está produciendo el incendio. «En función de la información que hayan dado, el SOS moviliza los recursos pertinentes. Por eso es de vital importancia la función de los vigilantes», recalca Ochoa.

Los técnicos de biodiversidad, los bomberos y agentes forestales, los retenes y los vigilantes, sin olvidar los medios técnicos de los que se dispone, son esenciales para prevenir y combatir los incendios. «La cualidad más importante de todos estos profesionales es mantener los nervios a flote. En situaciones tan críticas, debe imponerse el autocontrol y la tranquilidad», concluye el forestal.

Son más de las nueve de la noche, hora de volver a casa. Mientras descendemos los más de 800 metros que hay de diferencia con Arnedo, le intento convencer, sin éxito, para que no atraviese todo el pueblo solo para dejarme en el portal de mi casa.

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