María era una adolescente en los ochenta y, como muchos por entonces, cayó en las garras de la droga. Fue una generación acostumbrada a la compañía de las jeringuillas, a compartir las agujas, y a la que, sin saberlo, le esperaba en esa oscura senda ... un nuevo enemigo que pronto se demostró letal. Su diagnóstico llegó cuando ni siquiera había oído hablar del VIH.
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«Fui de las primeras, me lo diagnosticaron en 1985 y entonces no teníamos ningún tipo de información, porque la gravedad del virus se descubrió años después, a principios de los 90. Mis síntomas eran como los de un catarro, pero me lo detectaron porque se estaban empezando a ver las primeras personas con el sistema inmunitario muy afectado», relata para recordar que «la medicación era terrible, porque eran todo pruebas y ensayos, la gente se agarraba a un clavo ardiendo».
Ella sí logró esquivar el destino fatal que parecía escrito. «Yo estuve en grado c, muy muy grave, pero quizá porque peleé mucho logré salir adelante, vivir y aquí sigo y muy feliz. La medicación ha avanzado mucho, yo soy asintomática totalmente, llevo ya muchos años muy bien y tengo mi familia, mis hijos, todo».
Junto al virus, la gran lacra fue el estigma social que aún acompaña a la enfermedad. «A nivel social, por desgracia, esto sigue igual, anonimato total. Tristemente, aunque pueda parecer que hemos evolucionado, esto sigue igual, esta enfermedad es un estigma. Tú dices que tienes cáncer y la gente te dice 'ay, pobre', pero si dices que tienes VIH o sida, se alejan de ti. La mayor enfermedad del mundo es la desinformación. En mi caso, después de cuarenta años, solo lo sabe mi médico y mi círculo íntimo; mi pareja, que lleva toda la vida conmigo, y mi familia más próxima», se lamenta.
No es muy optimista respecto al futuro inmediato: «Por desgracia va a ser más sencillo tener la vacuna que cure el sida a que la gente acepte a esos enfermos, es una pena pero es lo que hay y tampoco puedes llorar. Lo que sí que me da pena es que siga habiendo contagios después de todo lo que se sabe hoy, todo lo que se ha evolucionado y con lo fácil que es evitarlo. Yo a los jóvenes les diría: '¿Sexo? Todo el que quieras, pero con prudencia', porque no te proteges de una noche de sexo, sino de una situación que te va a pesar toda la vida», defiende para advertir que «desde luego, ante la duda, hay que hacerse el test».
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Tras su diagnóstico de pesimismo no duda en la única receta efectiva: «Mucha información, mucha prevención y cero miedo. Yo soy muy feliz y sé que me voy a ir de este mundo sin esta enfermedad. Hay que quitar la venda de los ojos a la sociedad porque el VIH no es lo que era, pero sigue siendo una enfermedad que puede acarrear muchísimos problemas si no se diagnostica a tiempo y se trata».
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