Secciones
Servicios
Destacamos
La Rioja sigue esperando las Glosas. Los códices medievales que las contienen fueron incautados en San Millán de la Cogolla en 1821, la Real Academia de la Historia los custodia en Madrid desde 1851 y la Comunidad Autónoma los reclama, con más o menos convencimiento ... pero sin ningún éxito hasta ahora, desde 1978. Esta es la pequeña gran historia de un libro modesto y valiosísimo que muy pocos han podido ver; la historia de apenas cincuenta palabras escritas por un monje en el siglo X que, si no cambiaron el mundo, son testimonio de un mundo en permanente transformación. Y también símbolo de esta tierra. Su bandera cultural e identitaria; la primera.
El llamado Códice Emilianense 60 es un ejemplar de poco menos de veinte centímetros por catorce con 97 folios de un pergamino áspero y rojizo cortados de forma irregular y escritos en tinta marrón. El contenido es propio del siglo décimo: anécdotas de monjes ermitaños de Egipto, oficios de letanía, el martirio y las misas de los santos Cosme y Damián, además de ocho sermones, entre ellos los de san Cesáreo de Arlés y de san Agustín de Hipona.
Pero el códice no es mundialmente conocido por estos textos, sino por las anotaciones interlineales y marginales datadas en torno al año 992, según algunas fuentes. Son las glosas –también las hay en otros códices, como el 31 y el 46– escritas por copistas del scriptorium de San Millán en latín, griego, euskera y un primer romance identificable como castellano incipiente. Una lengua que ya no es latín sino el dialecto del pueblo. La más extensa y filológicamente valiosa figura al margen derecho del folio 72 del mencionado Códice 60. Son solo doce renglones, medio centenar de palabras escritas en letra visigótica; una alabanza a la Santísima Trinidad que iba a permanecer mucho tiempo callada. Este volumen permaneció durante siglos en las bibliotecas de los monasterios de San Millán de la Cogolla, primero en el de Suso (el de arriba), del que es originario, y luego en el de Yuso (el de abajo).
Ocho siglos después, en 1821, los monjes benedictinos que habitaban en Yuso fueron exclaustrados por segunda vez (ya habían sido expulsados por José Bonaparte en 1809 y lo serían definitivamente en 1835 con la desamortización de Mendizábal; hasta 1878 no llegarían para ocupar su sitio los agustinos recoletos). Reclamados por el 'Gefe Político' (sic) durante la desamortización ordenada por el Gobierno liberal, los 'códices antiquísimos' de su biblioteca fueron llevados a Burgos.
Con esa zozobra vivían las comunidades religiosas los no pocos vaivenes políticos de la España del XIX, con gobiernos que se sucedían derogando lo dispuesto por el anterior. Pero no por ello regresaron a San Millán aquellos viejos manuscritos en los que los desamortizadores esperaban encontrar títulos de propiedad de la Iglesia, cuando lo que en realidad guardaban era otro gran tesoro todavía por descubrir.
Sus primeros treinta años de 'exilio' los pasaron en Burgos, hasta que en 1851 fue reclamada desde Madrid la 'remisión de códices pertenecientes a los monasterios de San Millán de la Cogolla y San Pedro de Cardeña (Burgos), ordenada por la Dirección de Fincas del Estado en virtud de la aplicación de la legislación relativa a la desamortización'. Efectivamente, uno de los aspectos de la desamortización de bienes eclesiásticos por el Estado en el siglo XIX fue la incautación de gran cantidad de archivos monásticos, catedralicios y demás de distinta procedencia, a los que asignaron –como a otros bienes muebles e inmuebles– destinos distintos.
Entre las adjudicaciones figuraba un sustancial corpus de documentos cuya masa reunida dio origen al Archivo Histórico Nacional, radicado en la capital de España. Otras incautaciones desamortizadoras pasaron a engrosar los fondos de muchos archivos históricos y administrativos regionales, provinciales y locales; y una importante serie de libros y documentos antiguos fue asignada a la Biblioteca de la Real Academia de la Historia en Madrid «como entidad cualificada para su custodia y aprovechamiento científico». A este último grupo pertenecía el lote procedente de los monasterios benedictinos de San Millán de la Cogolla y San Pedro de Cardeña. De los más de cien volúmenes que reuniría esta entidad en sucesivas adquisiciones, casi setenta son códices emilianenses (códices del 1 al 64 y del 118 al 120, según la numeración con que fueron registrados al ingresar).
Quién sabe si de no haber sido por esta biblioteca no habrían acabado en la hoguera aquellos legajos carentes del valor que esperaban de ellos los políticos y funcionarios de la época. Pero fue allí donde aguardaron silenciosamente a que alguien iluminase su secreto. Y sucedió que su verdadero valor fue descubierto en 1911, cuando el académico Manuel Gómez Moreno transcribió las glosas interlineales y marginales del Códice 60 y se las envió a su colega Ramón Menéndez Pidal.
De pronto, al cabo de nueve siglos, allí estaban aquellas viejas y antiguas palabras ante alguien capaz de entender su significado y, sobre todo, de apreciar su singularísimo valor filológico, cultural e histórico. «En estas Glosas Emilianenses –sentenció el eminente medievalista– vemos el habla riojana del siglo X muy impregnada de los caracteres navarro-aragoneses». Era la clave del origen de aquella primera lengua romance que ya no era latín.
Otros muchos estudiosos, como Rafael Lapesa, Emilio Alarcos, Manuel Alvar o los hermanos Claudio y Javier García Turza en La Rioja, vendrían después a enjuiciar lo que simbólicamente se ha consensuado como «acta de nacimiento del idioma». «El primer vagido de la lengua española es, pues, una oración», afirmaría el filólogo Dámaso Alonso.
Hoy, puestos desmitificar y reivindicar –no es que sea el padrenuestro del español–, quizás deberíamos aprender de memoria esa plegaria o al menos conocer su historia. Para no ser engañados es mejor comprender que consolarse con la leyenda. Para no quedarse en los mitos es mejor reivindicar la memoria. Y para poder reclamar una bandera identitaria es mejor que todos la sientan propia: Con o aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueno salbatore, qual dueno get ena honore et qual duenno tienet ela mandatione con o patre con o spiritu sancto enos sieculos delo sieculos. Facanos Deus Omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen [Con la ayuda de nuestro Señor Cristo, Señor Salvador, Señor que está en el honor y Señor que tiene el mandato con el Padre con el Espíritu Santo en los siglos de los siglos. Háganos Dios omnipotente hacer tal servicio que delante de su faz gozosos seamos. Amén].
La Rioja lleva al menos cuarenta años reclamando las Glosas Emilianenses y la Academia siempre se ha negado alegando medidas de seguridad y conservación. La primera solicitud formal la hizo la Asociación de Amigos de La Rioja en 1978, al año siguiente de celebrarse en San Millán el Milenario de la Lengua.
Ya constituida la Comunidad de La Rioja, el Gobierno (presidido por el socialista José Ignacio Pérez Sáenz) volvió a solicitarlas en 1990 durante una reunión en Yuso de centros riojanos del mundo. Tampoco hubo suerte: los monasterios emilianenses no reunían las condiciones necesarias.
Pero eso cambiaría a raíz de la declaración de Patrimonio de la Humanidad en 1997 por parte de la Unesco y de la restauración a que fueron sometidos Suso y Yuso. En 1998 se constituyó la Fundación San Millán para velar por su mantenimiento.
En 2006, el Gobierno (presidido en este caso por el 'popular' Pedro Sanz) volvió a reclamar las Glosas coincidiendo con la polémica de los 'papeles de Salamanca', que Cataluña exigió y consiguió recuperar. La Rioja, en cambio, recibió una nueva negativa del Gobierno español (en este caso presidido por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero).
En 2009 se pidió al menos «la cesión en depósito temporal». Pero tampoco así. Y en 2017, al cumplirse veinte años de la declaración internacional, el Gobierno riojano (presidido por el 'popular' José Ignacio Ceniceros) hizo un nuevo intento. La respuesta de la institución volvió a ser tajante: las Glosas no se tocan.
Cuatro décadas después (con gobierno socialista de Concha Andreu), la Comunidad y la Fundación San Millán están apoyando un nuevo estudio filológico dirigido por el profesor Claudio García Turza a través del instituto Cilengua, además de una edición facsímil en la que trabaja la Fundación Factum con las más avanzadas técnicas de fotografía y reprografía. ¿Se conformará La Rioja con eso tratándose de su mayor símbolo?
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Cinco trucos para ahorrar en el supermercado
El Diario Vasco
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.