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Generación COVID. L.R.
Generación COVID

Generación COVID

Más allá de los altercados ·

Los datos dibujan un panorama fúnebre para los jóvenes riojanos, que en su gran mayoría censuran la violencia y reclaman ser escuchados

Pío García, Javier Albo, Isabel Álvarez, María Caro y Félix Domínguez

Logroño | Santo Domingo | Calahorra | Nájera

Domingo, 8 de noviembre 2020, 08:04

El sábado 31 de octubre, durante unos minutos interminables, Logroño se convirtió en Beirut. Había convocada una manifestación de protesta por las restricciones sanitarias, pero de pronto una horda de vándalos –convocada, excitada y enardecida a través de las redes sociales– tomó las principales calles de la ciudad, quemó contenedores, asaltó comercios, tiró piedras y petardos a la policía. Algo pareció sucedió en Haro. Imágenes insólitas en una región de tranquilidad casi legendaria que fueron dibujando, entre el humo ceniciento de las fogatas callejeras, un gigantesco interrogante: ¿Por qué?

Ni siquiera la valiente y cívica acción de varios chavales, que el domingo por la mañana quedaron para limpiar los destrozos del día anterior, consiguió eliminar el estupor de la ciudadanía y despejar una serie de preguntas que caen en racimo y que siguen sin ser contestadas: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿De qué se quejan? ¿Qué pretenden? ¿Quién les azuza? ¿Cuántos son? ¿Acaso no se dan cuenta de lo que está pasando?

«La mayoría de los jóvenes percibe que va a vivir peor que sus padres y eso genera frustración»

Luis Alberto Sanvicens | Sociólogo

«El estallido del sábado demostró que una parte de la juventud está tomando fuertes actitudes de rechazo o de protesta. Un sociólogo de la Universidad de Zaragoza, Alessandro Gentile, en una conferencia que dio en Logroño en noviembre del año pasado, antes de que llegara la crisis sanitaria, anticipó que era previsible que esta situación explotara de algún modo. Según sus estudios, en las elecciones de 2019, el 40% de los jóvenes aragoneses votó a Vox. Y no lo hicieron por amor patrio o por devoción a la bandera, sino como pataleta respecto a los demás partidos del espectro político», apunta Luis Alberto Sanvicens, sociólogo del Observatorio de la Juventud del Ayuntamiento de Logroño. Un estallido de ira que, a bote pronto, poco tiene que ver con otras revueltas juveniles anteriores: «Los jóvenes del 15-M, por ejemplo, protestaban porque querían enderezar el sistema, recuperar derechos, tener más oportunidades. Ahora ya no quieren enderezar el sistema, sino atacarlo».

«Los adolescentes absorben el estrés social, beben mucho de los extremos y lo manifiestan de la forma más ruidosa»

Ignacio González Yoldi | Psiquiatra

El psiquiatra y psicoterapeuta Ignacio González Yoldi advierte de que en los adolescentes está cristalizando de manera muy acusada «el estado de crispación general»: «Ellos beben mucho de los extremos. Incluso desde la política. En la consulta estamos viendo opiniones muy radicalizadas. Absorben el estrés social y lo manifiestan de la forma más ruidosa y más inadecuada».

Un menú indigesto que llega, además, aderezado con la salsa venenosa de las redes sociales: «Dicen que si te ofrecen algo gratuito es porque el producto eres tú –avisa González Yoldi–. Tengo la sensación de que todos somos el producto de las redes sociales y todos estamos un poco 'manipulados' por ellas. Pero los adolescentes son el mayor caramelo».

«No se puede empañar a toda la juventud por la acción de una minoría tan exigua»

Javier Ortuño | Psicólogo y profesor de la UR

En cualquier caso, para poner las cosas en su justa medida, conviene acudir a las Matemáticas. En los altercados participaron, de manera más o menos activa, unas cuantas decenas de gamberros, quizá uno o dos centenares. El Instituto Nacional de Estadística nos recuerda, sin embargo, que en La Rioja hay 30.538 personas entre los 15 y los 25 años. Una sencilla regla de tres nos permite averiguar que más del 99,50% de los jóvenes riojanos vieron los incidentes en sus casas, probablemente asombrados, tal vez incluso espantados. «No se puede empañar a toda la juventud por la acción de una minoría tan exigua», recalca Javier Ortuño, psicólogo y director de estudios del Grado en Educación Infantil de la Universidad de La Rioja. Y apostilla: «Que una mínima parte de la sociedad manifieste conductas violentas es algo que ha sucedido antes, sucede ahora y seguirá sucediendo; podemos pensar, por ejemplo, en los ultras del fútbol».

Más civismo que enfado

La misma opinión sostiene Víctor Montalvo. Tiene 23 años y es monitor del programa municipal 'Protégete para proteger'. Durante varios meses ha recorrido las calles de la ciudad para concienciar a las cuadrillas de chavales de la importancia de observar las medidas de protección contra el coronavirus. Víctor se confiesa sorprendido por la erupción volcánica del pasado fin de semana: «Habremos estado con unos 600 jóvenes y la sensación que respiraba era otra muy distinta: simplemente salían a dar una vuelta con los amigos. En absoluto nos encontramos con gente exaltada o muy enfadada».

Más allá de los altercados, los jóvenes riojanos se han visto muy cuestionados por su relajación al observar las medidas de precaución sanitarias (mascarilla, distancia) y por su posible efecto multiplicador en la propagación del virus. Así al menos lo dan a entender medidas como el toque de queda. «Es cierto que esta es una situación explosiva, con limitaciones que pueden generar estrés en los jóvenes –indica Ortuño–, pero yo estoy viendo conductas poco cívicas también en gente que no es precisamente adolescente, así que yo no centraría las críticas en un solo grupo de edad porque sería muy injusto». Montalvo, que ha salido de patrulla en fechas muy señaladas (San Mateo, Halloween), tampoco se ha encontrado comportamientos alocados: «Lo que hemos visto es que la mayoría de los jóvenes han cumplido las normas, desde el uso de la mascarilla hasta la prohibición de beber alcohol en lugares públicos. Es más, en casi todos los grupos había una persona que se aseguraba de que los demás cumplían».

Pero los jóvenes –y en esta es una queja en la que todos coinciden– se sienten injustamente condenados. Tienen ante sí un foso lleno de cocodrilos: «Los datos son demoledores, los cojas por donde los cojas –puntualiza el sociólogo Luis Alberto Sanvicens–. Si hablamos del paro, el desempleo en la franja de edad de 16 a 24 años alcanza el 33,5%, cuando el total se queda en el 14,5%. Y si hablamos de una inserción laboral con ciertas garantías, entonces es aún peor. La tasa de temporalidad supera el 67% cuando en el conjunto global se queda en el 25%. Si a estas difíciles circunstancias laborales le sumamos el problema de la vivienda (tanto en compra como en alquiler), el panorama no es precisamente halagüeño. La tasa de riesgo de pobreza llega al 26,5%... Son problemas estructurales que han sido agravados por el COVID». Los jóvenes se ven de esta manera obligados a nadar contracorriente: «La mayoría tiene la percepción de que va a vivir peor que sus padres. Eso genera frustración; y es una frustración justificada por los datos», subraya Sanvicens.

El golpe del coronavirus también afecta la vida académica de los alumnos, que van avanzando a trancas y barrancas entre las aulas y el ordenador de casa, braceando en la incertidumbre. «Tenemos la sensación de que no estamos aprovechando al 100% la Universidad», lamenta Sergio Capellán, presidente del Consejo de Estudiantes de la UR. «Me preocupa que quedemos marcados como 'la generación del COVID', ya sea porque algunos consideren que hemos tenido 'facilidades' académicas o por la dificultad de hacer prácticas... Hay cosas que seguramente tendremos que hacer por nuestra cuenta si queremos hacerlas. Por ejemplo, estudiar en el extranjero», vaticina Capellán.

Con este panorama tan lleno de borrascas, resulta vivificador el estoicismo de Víctor Montalvo: «Hay que asumir la realidad. Hacer lo que se pueda hacer y lo que no..., ya habrá tiempo».

Hugo Villa 17 años | Alumno de la Escuela de Hostelería

«Piden libertad justo las personas que más la tienen»

Hugo Villa tiene 17 años y estudia 2º de Servicios en la Escuela de Hostelería y Turismo. El sector hacia el que dirige su futuro está siendo uno de los más afectados, algo que le preocupa. «Yo creo que el problema no es la hostelería, sino las horas que está la gente junta en otros ámbitos, el ocio o el que sea. Me fastidia que cierren la hostelería en sitios como Logroño, un mes, porque los negocios pequeños se van a pique».

– También se acusa de irresponsable a un sector amplio de la juventud. ¿Qué te parece?

– Sí que es verdad que mucha gente ha sido irresponsable y ha salido a hacer botellones, más gente de la permitida, sin mascarilla etc. Eso no está bien, pero en general creo que los jóvenes estamos haciendo las cosas bien.

– ¿Y por qué se os culpa?

– Porque así es este país. Echamos la culpa a otra persona para quitarnos el marrón de encima. También se culpa al Gobierno, que ha hecho cosas bien y otras mal, igual que nosotros. A todos nos pilló desprevenidos esto.

– ¿Qué opinas de los altercados que hubo en Logroño?

– Está bien que la gente se manifieste, pero que lo haga quien tiene que hacerlo: hosteleros, autónomos... El vandalismo y robar, no. ¿Qué culpa tienen los dueños de una tienda? Dejaron Logroño por los suelos.

– Y a los gritos de «libertad», ¿qué se te pasa por la cabeza?

– Que piden libertad justo las personas que más la tienen. Vi en los vídeos niños de 14-15 años.

Hugo Villa, en Santo Domingo de la Calzada. Javier Albo

Andrea Leiva 24 años | Prepara oposiciones

«Cuando vi los altercados de Logroño sentí vergüenza ajena»

Andrea Leiva (24 años) prepara oposiciones y trabaja los fines de semana. De momento, no quiere hacer más planes: «Me he planteado que por lo menos hasta el verano que viene no vamos a recuperar nada parecido a la normalidad. Ya caí en marzo en el error de pensar que en unos pocos meses se iba a solucionar. Prefiero no hacerme planes para no llevarme un chasco; esto va para largo».

A Andrea le sorprendieron los altercados en Logroño, que además le pillaron trabajando. «Sentí vergüenza ajena –dice–. Niñatos que se aburren y querían montarla. Menos mal que al día siguiente, en El Espolón, tuvimos el ejemplo contrario, con los chicos que fueron a limpiar los destrozos». Confiesa que afronta «con resignación» las limitaciones impuestas para tratar de frenar el coronavirus, aunque no todas le resultan comprensibles: «Salíamos en grupos pequeños, de dos a cuatro personas, primero en los bares y luego, cuando los cerraron, en pisos. Siempre con mascarilla, desde luego, pero no entendimos por qué se cerraban los bares. Estábamos más seguros en una terraza y en un bar que siguiera las normas que en un piso».

Andrea Leiva. L.R.

Víctor Solloa, 24 años | Estudiante de Historia

«Tenían que haberse preparado mejor para la segunda ola»

A Víctor Solloa (24 años), la pandemia le ha pillado a punto de finalizar el grado en Geografía e Historia. No ha sido fácil: «Desde el punto de vista académico, desde el confinamiento de marzo, acabamos metiendo muchas más horas que cuando era enseñanza presencial. Nos pilló de sopetón a todo el mundo. En mi casa, estábamos tres personas con ordenador y la red se nos caía a cada paso. A veces tardaba media hora en conectarme a la clase y luego tenía que recuperarla. Además, en nuestra carrera se trabaja mucho con libros y no tanto con internet, de manera que se nos complicó mucho».

Aquellos momentos iniciales los capeó bien, pero ahora se reconoce más enfadado: «Cuando llegó el primer confinamiento, entendí la situación, porque nos pilló a todos de improviso. Pero en esta segunda ola estoy bastante cabreado. Han tenido tiempo para haberlo preparado todo mejor, tanto en el campo educativo como en el sanitario». Circunstancias que pueden explicar las quejas ciudadanas, pero no los altercados: «No me sorprendieron tanto las protestas, porque la gente está muy quemada, como hacia dónde fue dirigida: saqueos y actos vandálicos que no tenían ningún sentido».

Víctor Solloa. L.R.

Virginia Amor, 24 años | Estudiante de Magisterio

«Los fines de semana salimos lo justo y siempre en terraza»

«Nos juntamos mucho menos y tomamos las máximas medidas. Somos un grupo de ocho amigos y si quedamos para tomar un café lo que hacemos es repartirnos en dos mesas», explica Virginia Amor, estudiante de último curso de Magisterio en la UR. «Viviendo con otras tres personas en casa trato de tomar todas las medidas posibles. Si yo me contagio ellos se verían afectados y también tendrían que paralizar su vida», incide.

La pandemia ha afectado a sus relaciones sociales («los fines de semana salimos lo justo y siempre en una terraza) y también en cierta manera le ha llevado a asumir cambios para continuar con sus estudios. La joven es de Calahorra, «así que ahora para ir Logroño voy con el permiso». «Subo y bajo todos los días a la universidad, menos los viernes que las clases son 'on line'», comenta. Las imágenes que llegaron a su móvil de los disturbios en Logroño las recibió con «indignación». «Es increíble que con un pandemia se llegue a esto...», lamenta. Aún así rompe una lanza a favor de la «mayoría de los jóvenes», porque «no somos así», y de los «chicos que salieron a limpiar todo». «Es para aplaudir», valora.

Virginia Amor. S.S.

María López | Estudiante de 4º de Secundaria

«Hay que replantearse cómo nos manifestamos y por qué»

María López tiene 15 años, y estudia en el IES Ciudad de Haro. También e una chica deportista y acaba de ser fichada por el club ciclista Meruelo de Cantabria.

Pero su mayor preocupación ahora sus familares: «Mis abuelos en Logroño tienen que tener mucho cuidado, aunque no afecta solo a los mayores, sino también a jóvenes. Pasé el COVID no hace mucho, con síntomas, y ahora tengo anticuerpos, y no me gustaría que mis abuelos lo cogiesen, porque seguramente no les iría demasiado bien».

Reconoce que, para ella, la aparición del coronavirus es una película de terror. «Esto es muy grave, están muriendo millones de personas», admite. Pero prefiere ser positiva: «Durante el confinamiento me ayudaron mucho mis padres. El lado bueno, es haber pasado más tiempo con ellos y mejorado la convivencia».

Respecto a la actitud de los manifestantes el pasado sábado, se mostró tajante: «Hay que replantearse cómo estamos manifestándonos y por qué, no se puede complicar la vida a un autónomo». También lamenta que se estén haciendo botellones «sin respetar las distancias y sin mascarillas y luego los padres vayan a quejarse al colegio».

María López. L.R.

Irene Sendino, 23 años | Graduada en Medicina

«Las condiciones de los sanitarios deberían cambiar»

En su último año de carrera en la Complutense, la logroñesa Irene Sendino (23 años) sufrió lo que quizá alguna vez estudio en sus libros: el azote de una epidemia global. «Estábamos con las prácticas y nos mandaron a casa –recuerda–. Tuvimos que hacerlo todo 'on line', y además, para compensar, nos mandaron más volumen de trabajo». Ahora ha empezado a prepararse el MIR, aunque confiesa que el COVID ha agrietado su vocación: «Sobre todo, por cómo veo que están las cosas en la Sanidad. Las condiciones en las que trabajan los profesionales sanitarios deberían cambiar». Irene aprovechó el confinamiento para descubrir otra perspectiva laboral: se convirtió en 'copywriter'. «Ayudo a negocios y a empresas a posicionarse en internet y a transmitir mejor la información de su marca a su público objetivo –explica–. Esto se me ocurrió durante la pandemia, a raíz de un vídeo que publiqué y que tuvo bastante repercusión. De siempre me ha gustado escribir, pero durante la reclusión se me ocurrió que podría probarlo». Así que, en el futuro, tal vez aparque el fonendoscopio para dedicarse al 'copywriting'... o no. «Cuando esto pase, quién sabe. Si algo nos ha enseñado la cuarentena es que no se pueden hacer planes a largo plazo». A Irene, con todas estas tareas encima, no le preocupa el toque de queda, pero sí el cierre de los negocios: «Hay mucha gente que no va a poder salir adelante y tampoco tienen ayudas».

Irene Sendino. L.R.

Ane Cano Mandaluniz, 23 años | Maestra de Primaria

«Es un error creer que uno de los problemas está en la hostelería»

Tiene 23 años, es natural y vecina de Nájera, maestra de Primaria y actualmente trabaja nueve horas a la semana en el programa Proa del IES Rey Don García. Ane Cano Mandaluniz afirma ser optimista por naturaleza y señala de la pandemia que «en el aspecto laboral, no me puedo quejar», que ya el curso pasado «también estuve trabajando en el mismo programa y pudimos solventar la continuidad del curso haciéndolo 'on line'». No obstante, también ve aspectos negativos, como el social como «no poder mantener ese contacto con la familia y los amigos, sí que afecta».

Considera que es un error «creer que uno de los mayores problemas está en la hostelería, como está ocurriendo», y lo enfoca más hacía «las reuniones que están haciendo algunas personas fuera de la hostelería y descontroladas, que se siguen celebrando», por que es más partidaria de «un mayor control sobre las lonjas o chamizos para evitar esas reuniones». También es consciente de que «en las reuniones familiares algunas veces se olvidan las precauciones, y las necesidades de contacto ayudan a ello». En cuanto a las algaradas, cree que «se aprovecharon de las quejas de los hosteleros para liarla».

Ane Cano Mandaluniz. L.R.

Asun Solloa, 26 años | Graduada en Magisterio

«Trabajaba en bares y he tenido que volver a casa de mis padres»

Cuando se dice que la crisis está dificultando la emancipación de los jóvenes, no se trata de una frase hecha. Asun Solloa lo ha vivido en carne propia: «Antes de que llegara la pandemia, yo vivía en un piso con otros compañeros. Luego llegó, nos quedamos sin trabajo y hemos tenido que volver a casa de los padres. Yo he trabajado desde los 18 años en bares, así que por ese lado es imposible encontrar nada». Asun se graduó en Magisterio en Educa-ción Infantil y este año tenía pensado marcharse a Madrid para cursar un máster en Educación Montessori. El impacto del COVID también ha truncado ese proyecto: el máster se imparte 'on line' y ella lo sigue desde Logroño. «Con 15 o 16 años puedes esperar tranquilamente, pero cuando ya vas cumpliendo años crece la angustia. Pero prefiero ir viviendo el día a día. No pensar en el futuro y afrontar lo que venga». Asun también se reconoce sorprendida por los altercados del pasado fin de semana, sobre todo por la edad de los participantes: «Pensaba que podía haber algún tipo de estallido más tarde, cuando la crisis económica se notara de lleno... Pero ahí no había hosteleros ni comerciantes, eran chavales de 15 o 16 años que parecían protestar por tener que estar en casa a las diez».

Asun Solloa. L.R.

Beatriz Ayala, 15 años | Estudiante de ESO

«Es injusto que nos juzguen a todos por una minoría»

Beatriz Ayala estudia Cuarto de la ESO en el IES Cosme García. Desde hace cuatro años participa en el Consejo de la Infancia y de la Juventud del Ayuntamiento de Logroño: «El consejo fue creado para que los jóvenes pudiéramos dar nuestro punto de vista sobre las cosas que se pueden mejorar en la ciudad. Además también hablamos y debatimos sobre diversas cosas de actualidad o que nos interesan, como el coronavirus». Lamenta Beatriz que a los jóvenes no se les escuche lo suficiente y que en ocasiones, como sucedió con los altercados del sábado, se los meta a todos en el mismo saco: «Es injusto que nos juzguen a todos por una minoría. Porque no son una mayoría en absoluto, al contrario, lo que pasa que tienen un eco mucho mayor que la gente que procura hacer las cosas bien». Beatriz insiste en que ella ve a los jóvenes «concienciados» con el COVID: «Sabemos lo que tenemos que hacer, aunque es cierto que luego algunos son más cuidadosos y otros no tanto».

Sergio Capellán, 23 años | Estudiante de Derecho

«Hay muchos nervios y la incertidumbre es difícil de llevar»

Sergio Capellán, alumno de Derecho, preside el Consejo de Estudiantes de la Universidad de La Rioja. Él, como muchos de sus compañeros, vive en un estado de zozobra permanente desde que el coronavirus lo puso todo patas arriba: «Tenemos la misma sensación que teníamos en marzo, de incertidumbre. Una incertidumbre que nos impide saber cómo continuarán las clases, qué vamos a hacer los alumnos que somos de fuera y vivimos en pisos o en residencias, cómo vamos a presentar los trabajos fin de grado o los trabajos fin de máster...». Capellán cree que la sociedad «desconoce» cómo están viviendo los estudiantes estos días de confusión: «Hay muchos nervios y a veces es difícil de llevar. Yo, por ejemplo, vivo en un piso del que apenas salgo y no sé si voy a tener que volverme o no a mi domicilio habitual». Y el futuro tampoco pinta bien: «Ojalá me equivoque, pero se nos abre una situación muy complicada porque además vamos a salir a un mercado laboral muy inestable».

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