Los periodistas riojanos nos pasamos todo el año pasado narrando una carrera que no existió. O que se quedó en previa: cuando el juez de pista estaba a punto de pegar el pistoletazo vino el organizador del mitin y mandó a todo el mundo a ... casa. Aquí no hay nada que ver. Circulen.
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Nos quedamos sin espectáculo, o al menos sin el que se preveía. Según iban pasando los meses de 2022 todos olíamos ya la sangre derramada en un congreso regional del PP que pensábamos inevitable. Y al que iban a llegar hasta tres contrincantes, Alberto Bretón, Alfonso Domínguez y Carlos Cuevas. Una pena para los plumillas, aunque probablemente no tanto para el propio partido: con el recuerdo de la masacre que supuso para los populares riojanos aquel combate en Riojafórum que Ceniceros le ganó a Gamarra, es normal que a más de uno en Duquesa de la Victoria (y en Génova también) se le pusieran los vellos de punta pensando en otro aquelarre semejante. Por mucho que todos hablaran de democracia interna, invento del demonio que los partidos llevan tan regular.
Pero a la vez, según iban pasando esos meses, los tres precandidatos iban mostrando perfiles claramente diferenciados. Alfonso Domínguez tenía cara de no querer estar allí, de haberse puesto en los tacos de salida más por obligación que por convicción. Y la tercera vía de Cuevas sonaba más bien a la postura de quien quiere quedar bien colocado por lo que pasar pudiera, aunque no tuviera muchas esperanzas. Así, el único convencido de llegar hasta el final era Alberto Bretón. Todos los intentos de negociación entre las candidaturas tropezaron en lo mismo: Bretón, que empezó a calentar antes que nadie y que a esas alturas había hecho más kilómetros por los pueblos que un cartero, quería ser sí o sí el cabeza de lista. Nadie puede disputarle el derecho a mantener esa pretensión, enfrentado desde el inicio a la dirección de aquí y de allá. Lo suyo era apelar a hacer lo que Ceniceros y vencer a los despachos por el poder de la militancia. Aunque nunca estuvo claro que tuviera todos los triunfos que él decía tener.
En todo caso, cuando Génova decidió apagar las luces de la pista y subir al podio a Gonzalo Capellán ya sabía que la única cabeza que iba a cortar era la de Bretón. Todos los demás se avinieron con presteza, e incluso uno diría que con alivio, a acunarse bajo el ala de Capellán. Pero Bretón no. Él se sabía señalado como culpable único de la falta de unidad, y algunos de sus movimientos postreros lo dejaban ver claramente. Sólo le quedaba llamar a la resistencia, pero lo cierto es que esa resistencia se quedó en una concentración de tres docenas de personas y alguna carta al director. Muchos de los que se hacían fotos con él encontraron de pronto más guapo a Capellán y Bretón se vio, entonces sí, fuera y (casi) solo.
Ahora se va del partido, y queda por ver si también de la política. Rumores no faltan, aunque una aventura aparte del PP se antoja suicida. Pero es lo que tiene: a nadie le gusta perder una carrera antes de empezar.
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