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El grotesco espectáculo de desaires entre sus diputados y denuncias cruzadas en la bancada de Podemos hacía que la mirada se resistiera a girar unos pocos centímetros más allá, donde el Grupo Parlamentario de Ciudadanos ocupa los cuatro escaños conquistados en las elecciones del 2015. ... El humo desprendido por el volcán en constante erupción que es la formación morada ha cegado así el ardor de la lava que, como se ha revelado con la abrupta ruptura de Rebeca Grajea y sugieren las primarias en ciernes, bulle también en la 'naranja'. Pero el paso del tiempo desde el arranque de la legislatura y las grietas que van saliendo a la luz denotan que la distancia entre los abanderados de la nueva política es estrecha. No por supuesto en lo ideológico, pero sí en el funcionamiento interno de organizaciones brotadas por el desencanto a izquierda y derecha que han topado con que la realidad está construida de algo más que líderes con arrastre nacional y consignas en busca de un titular en el periódico. Como Podemos, el andamiaje de Ciudadanos se levantó casi sobre la marcha a partir de un puñado de simpatizantes de aluvión. Perfiles heterogéneos, de procedencias diversas, con caracteres dispares y egos de todos los calibres adheridos por el único pegamento de unas siglas en común. Con lo que por lo visto no contaban es que los partidos no son sólo maquinarias electorales, sino colectivos humanos obligados a que las tensiones personales no frustren las esperanzas depositadas en cada voto. El problema no reside en la deficiente gestión de esas fricciones privadas, sino en que acaben condicionando la vida política, en esta ocasión, de una comunidad autónoma. El caso más evidente remite a la Ley de Protección Animal. Una ILP en la que el apoyo de Ciudadanos resultó decisivo para su toma en consideración y luego apoyó en el trámite definitivo en medio de una polémica mayúscula de esas que periódicamente ponen (por desgracia) a La Rioja en la órbita nacional. Y todo, mientras algunos de sus dirigentes reconocían en voz baja su disconformidad con el sentido del voto en un sofisticado ejercicio de desdoblamiento. La actuación del grupo naranja en aquella sesión ya vislumbró la fractura que alcanza ahora la categoría de cisma. Mientras Grajea glosaba las bondades del texto, sus compañeros Diego Ubis y David Vallejo excusaron la presencia. Pocos creyeron los motivos familiares y laborales esgrimidos respectivamente ante una de las normas de mayor calado y que ha levantado una tormenta legislativa y hasta social inusitada. Menos aún, cuando los dos han acudido puntuales a su puesto en el resto de los plenos. Aunque sólo fuera para mirar al techo o colocarse los auriculares cuando Grajea tomaba el atril con algunas de las puestas en escena más excéntricas que recoge la videoteca del hemiciclo. Ciudadanos, que a diferencia de Podemos había mostrado cierto recato en las exhibiciones públicas de cainismo, ha roto la disciplina de la discreción demostrando que en el partido naranja hay gajos tremendamente amargos. Aunque, al parecer, no lo suficiente como para abandonar en la recta final de la legislatura el dulzor que produce sentarse en un escaño.
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