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El despertador sonó antes de lo normal. Para ellos y para nosotros. A las cuatro, a las cinco, a las ocho... Cada uno te explicaba, incluso, desde dónde habían venido y a la hora zulú a la que había sonado su diana. Pero no sólo ... a los que lucían traje de camuflaje, que por cierto, está ahora muy de moda entre chicas y chicos, sino al resto de los mortales que hoy tenían que trabajar.
Dani y Lola tenían todo a punto en el bar desde buena hora. Tortillas, croisants, pinchos, bocatas... La barra preparada y también el pan. Miraba el primero al cielo y ponía de relieve la mala suerte. Día de paraguas, capotes y anorak. No invitaba a mucho, la verdad, pero... Hubo suerte hasta para que se abrieran los cielos. Enseguida se oían aplausos por un lado y te obligaban a mirar qué y quiénes eran. Saludos marciales. Orden. En el Ejército no tiene cabida el caos. Novedades. Una mirada a los apuntes de la mili para recordar aquello de las estrellas de seis y de ocho puntas, que parecen iguales, pero no lo son.
Policía Militar, Policía Naval, Policía Nacional, Policìa Local... Todos los uniformes condebidos posibles vigilando la ciudad desde primera hora de la mañana. Perros adiestrados olfateando los contendores de las calles y pidiendo a los vecinos que guardaran un rato la basura en sus casas. Personal de inspección ocular de tejados y balcones, puntos complicados, emisoras de radio, inhibidores de señal. Todo lo imaginable para que el desfile se desarrollara de la mejor forma posible.
Ruido. Humo, infernal. Las maniobras de los tanques. En la cruz que forman las calles Vara de Rey, Pino y Amorena y Huesca fueron intercalándose los distintos carros de caballería. Listos para salir ordenadamente cuando el desfile lo requiriera. Cientos, miles, millones de fotos a los carros. Los Leopardo, los Centauro (ruedas neumáticas) y los Pizarros.
Las idas y venidas de los conductores, de los ayudantes, de los artilleros y todo lo que se mueva por las tripas de esos vehículos donde no hay un acolchado por ningún sitio. Prohibido comer caparrones muchachos.
Unos llegaban de Valencia, otros de Badajoz. Vinieron en camiones góndolas desde sus lugares de trabajo para aparcar en Agoncillo. Por cierto, los Centauros tiran los humos de escape por la banda lateral y si te pilla cerca es posible que te quedes sin respiración.
Desde los 12 grados a los 14 y luego a los 16 y luego más. El personal miraba al cielo en busca de aviones, de un color azul que se hizo de rogar y que al menos les permitiera ver las siluetas de esos fantásticos cazas que para cuando adviertes su paso y giras el pescuezo ya están en el León Dormido. Que otra cosa no, pero por estos pagos sabemos muy bien hasta donde son capaces de llegar los helicópteros en días de metereología adversa, no en vano los logroñeses nos hemos vuelto expertos los 5 de enero de cada año.
Dori y Joana, ataviadas con el delantal de la peluquería corrieron para hacerse unas fotos con los chicos de caballería y, de paso, mirar en el interior de los tanques. Y aquí se sienta el de la ametralladora y aquí va la munición y aquí... todas las explicaciones fueron pocas. También abundan las pantallas de ordenador táctiles, que los tiempos han cambiado y lo que hay es, y así corresponde explicarlo, una educación exquisita por parte de todos los que vigilaron por el orden del desfile.
Buena educación, cortesía y diligencia. Los soldados y mandos explicaron al personal por dónde y por dónde no podían pasar. Cómo se iban a hacer las maniobras de los tanques, cómo buscar el mejor acomodo al personal. Los tiempos han cambiado hasta para esto. La profesionalización trae buenos modales. El Ejército sabe que se la juegan delante de la sociedad y que por la culpa de un 'chusquero' malencarado se puede etiquetar al resto.
Por cierto hubo también quien apelando a todo lo contrario y sin uniforme militar, aprovechó el apelotonamiento de personal en las calles para rociar con agua (espero que así sea) al común de los mortales.
Las calles y los balcones bullían. Las banderas de España llenaban todo el espacio. Unos las lucían en viseras, en cintas en la muñeca, otros agitaban las banderolas, otros las llevaban como estandarte, otros anudadas al cuello y en formato capa de Regulares.
El reloj de Diario LA RIOJA era el mejor chivato de que el desfile iba a empezar enseguida. Caballos, el paso de los reyes, el alto mando militar erguido sobre coches descubiertos, veteranos... Ah, y los cazas. Siluetas que se nos han hecho reconocibles estos días. El F-18, el Harrier y los inconfundibles Eurofighters. Hipnóticos. Uno no se cansa de mirarlos y anhela un paseito, suave, cuando sea posible. El que escribe estas líneas prometería ir en ayunas.
Y el desfile empezó tras los pertinentes saludas entre el alto mando militar. Puntualidad. Hablábamos del orden al principio y un desfile de esta naturaleza precisa -exige-, precisión suiza. Al compás de vientos y percusiones el desfile fue desgranando lo mejor de cada cuerpo, el material humano y técnico del que dispone el país y el envoltorio de una ciudad como Logroño que ha vivido engalanada un espectáculo que caló.
Y los Esquiadores Escaladores, y los Regulares y los camiones con los misiles y la Legión y su cabra. Aquí cada uno soltaba un ¡oh! de admiración en función de sus gustos. A Aitor le gustaron los camiones con bazokas, su hermana Lucía prefería no pronunciarse hasta no terminar de ver todo el desfile. Su papá grababa con la tablet el desfile.
Cristina y Aisha disfrutaron de lo lindo. Dibujaban una sonrisa de satisfacción al término del desfile. ¡Los aviones! dijeron sin dudarlo ni un segundo o la sensación de que todo había sido magnífico que citaron al unísono Pedro y Montse. A Pedro todavía le tiran los puntos de una operación en la espalda y no se lo ha querido perder.
Al final quedó incluso la rara sensación de ¿ya se ha acabado? Rápido, ¿no?
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