Lorent Saleh, venezolano de origen palestino, premio Sajarov por la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo, ofrece este jueves una conferencia en Logroño (Centro Cultural de Ibercaja, 19.00 horas), invitado por la asociación La Bitácora. A Saleh lo cogieron un día cuando iba a ... clase en Bogotá (Colombia), lo metieron en un avión, lo llevaron a la frontera y allí, por la noche, lo entregaron a la policía venezolana. «Nunca hubo una orden de aprehensión ni un decreto de extradición. No comparecí ante ningún tribunal. Yo era un residente legal en Colombia y me secuestraron porque el entonces presidente, Juan Manuel Santos, necesitaba el apoyo de Maduro para cerrar un acuerdo con las FARC», dice. No hubo juicio. Ni siquiera la audiencia preliminar que marca la ley venezolana y que debe verificarse en un máximo de 40 días. Estuvo cuatro años preso. Nunca supo de qué se le acusaba ni vio a un abogado. Primero lo metieron en La Tumba.«La Tumba es un centro de tortura moderna, psicológica, blanca -explica-. Está en los sótanos de la Comandancia General del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional. Por encima corre el metro de Caracas. Es un lugar muy frío, creado para quebrar a las personas. Se sufre mucho. Uno no puede hablar con nadie, no ve colores, no escucha nada, pierde la noción del tiempo, no ve la luz del sol, no tiene visitas de nadie, no sabe si ha dormido una o cinco horas». Intentó suicidarse varias veces.
Dos años después, lo transfirieron a El Helicoide. Allí la soledad se convirtió en muchedumbre: presos políticos y comunes amontonados, masificación, golpes, corrupción, insolidaridad. «En La Tumba eres tú solo contra el sistema; en El Helicoide te enfrentas contra la propia naturaleza humana y eso es devastador. Porque además descubres que el torturador no es un robot ni un animal; es alguien tan humano como tú».
Cuando llevaba cuatro años en prisión, la policía venezolana cogió a Saleh y sin mediar palabra lo llevó al aeropuerto de Caracas. Lo metieron en una sala. Le esperaban el embajador español en Venezuela, Jesús Silva, y el secretario de Estado para Iberoamerica, Juan Pablo de la Iglesia. «Nos abrazamos y lloramos», recuerda. Montaron en un avión y aterrizaron en Madrid. Lo recibió en La Moncloa el presidente Sánchez, quien le confirmó que las gestiones españolas habían conseguido su liberación. «Les estaré eternamente agradecido por eso; y por eso no entiendo ahora lo que ha pasado con Delsy Rodríguez -apostilla-. Las sanciones no son inventos. Son la única respuesta posible contra las personas que violan sistemáticamente los derechos humanos. Necesitamos que les quiten las credenciales y los reconocimientos diplomáticos, que les congelen las cuentas en el extranjero y que se respeten los pocos acuerdos que existen ya en este terreno».
Saleh se reconoce preocupado por «la instrumentalización de la causa venezolana» y también «por su banalización»: «Los derechos humanos no pueden ser objeto de polarización entre izquierda y derecha -advierte-. Tan graves son las torturas que se producen en Caracas como las de Guantánamo, Arabia Saudí o Turquía».
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