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De la intimidad del día a a día a la tradición pública y multitudinaria que abarrota cada cementerio de la comunidad cada 1 de noviembre.
Miles de riojanos volvieron a cumplir este martes, Día de Todos los Santos, con la cita con aquellos seres queridos ... que ya no están, esos a los que se añora durante todo el año aunque, de alguna forma, permanecen en este mundo gracias al imborrable recuerdo que dejaron, una huella que el tiempo, por muy prolongado que haya sido su paso, es incapaz ni siquiera de difuminar.
El sol se encargó muy pronto de eliminar cualquier resto de las neblinas matinales que amenazaban con decolorar la jornada e hizo lucir sus mejores rayos otoñales para garantizar la estampa ideal en los floridos camposantos. Las puertas abiertas y los paseos acogieron un goteo incesante de visitas que, sumadas, se transformaron en otra multitudinaria exhibición de respeto y homenaje a aquellos que dijeron adiós.
Retiradas las hojas secas y las viejas flores marchitas, eliminado el polvo de los sepulcros, tumbas y nichos, los ramos recién adquiridos dibujaron un paisaje multicolor. El estallido de tonos blancos, amarillos, azules, rojos y verdes trazó un boceto idílico, un marco en el que cada visitante se dejó llevar por lo que emanaba de su interior: hubo llantos desconsolados por el luto demasiado reciente, lágrimas de emoción, sonrisas al recuperar algunas viejas anécdotas, oraciones, dulces besos y caricias en los marcos y grabados que hace tiempo fijaron los sonrientes rostros fotografiados en el pasado.... y mucha añoranza.
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