La familia que coopera unida

Solo venden la miel a particulares, sobre todo en Soria y La Rioja, puesto que las colmenas las tienen en Añavieja, un pueblo soriano próximo a Aguilar del Río Alhama. Se consideran unos aficionados a la apicultura pero explican que «nuestra miel es de calidad, no sé si normal o superior, pero es una miel que obtenemos en lugares donde las abejas no liban ni pecorean en cultivos tratados con fitosanitarios. En la primera cata obtenemos miel de romero, tomillo y otras flores, y en la segunda obtenemos miel de encina y de brezo».

Después de una década colaborando con La Casa de los Niños, la madre y los dos hijos han decidido viajar allí este verano. Alberto Pascual, logroñés de 19 años que estudia Ciencias de la Actividad Física y el Deporte en Santander, explica desde Ecuador que «lo que más sorprende de estos primeros días es el choque cultural y de infraestructuras». «Somos muy afortunados y creo que muchas veces no somos conscientes ni valoramos los que tenemos», añade.

En este proyecto, formado por siete casas para niños y tres para abuelos a modo de centro, ayudan a hacer los deberes a los primeros, entretienen con actividades a los segundos y dan de comer a todos, ya que la mayoría viven en la selva y puede que esa sea su única comida diaria. «Esta semana nos vamos a la playa de campamento con los niños porque, si no, igual no saldrían en toda su vida de la región», explica Alberto, que lleva en Ecuador una semana con su madre, de 58 años, y su hermana María, de 18 años, próxima estudiante de Fisioterapia.

Carmen, profesora de Escolapios, detalla que «cuando los niños salen de la escuela pueden hacer los deberes aquí y meriendan o almuerzan, depende de las casas de las que provienen». «La realidad de los niños de aquí es que tienen muchas deficiencias y el proyecto La Casa de los Niños les ofrece una mesa para trabajar y unas personas a quien preguntar, puesto que aquí les mandan muchos deberes, me he quedado sorprendida con eso, es abrumador», confiesa Carmen. Es más, «a los niños, si no hacen los deberes, les pegan, así que los padres lo único que quieren es que sus hijos hagan los deberes», expone. Allí los recursos son muy limitados y, a pesar de todo, Carmen se muestra «muy agradecida»: «Realmente nos han acogido con mucho cariño y afecto».

Otra curiosidad es que, al estar las casas del proyecto ubicadas en zonas distintas de la región (ya han visitado cinco), han podido ver que «en cada una de ellas la realidad es muy distinta, en una todos los niños son indígenas y no solo no cuentan con ningún apoyo, sino que hasta viven solos porque sus padres pasan el día trabajando, carecen de apoyo y afecto y eso es lo que se trata de darles en La Casa de los Niños».

María destaca que «hemos venido a conocer personalmente el proyecto y nos ha impresionado mucho porque este trabajo era muy necesario, en La Casa de los Niños los niños pueden ser niños, no están en el campo trabajando, y es que algunos días no pueden venir por eso mismo». «Muchos de los niños no han estado nunca ni a 50 kilómetros de distancia de su casa, por eso vamos a la playa», señala María, quien confiesa que «pensaba que no me iba a adaptar, pero ya veo las cosas más claras». «Lo que más me ha sorprendido es la acogida de la gente cuando dices que eres español y te vas a quedar un tiempo. Espero llevarme muchas experiencias y que nos sirvan para darnos cuenta de lo afortunados que somos».