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En política también los árboles impiden demasiadas veces la observación detenida del bosque. El ruido contamina el debate hasta el punto de que toda posibilidad de luz queda adormecida por la tendencia al nominalismo. El personalismo, el fundamentalismo, el dogmatismo... Tantos temibles ismos. Como ejemplo ... de análisis desenfocado, sirve el reciente y fracasado intento de investidura de Concha Andreu, con toda la atención colonizada por su fallida socia de Podemos. Un proceso construido a partir del desacuerdo pero también del acuerdo: en los papeles donde se presentó la candidatura de la aspirante socialista, junto con la firma de Izquierda Unida se contenía un ambicioso programa para un hipotético Gobierno. En condiciones normales (esto es, en un escenario menos propenso a la histeria), casi cada párrafo hubiera alumbrado un titular. Pero la negativa de Podemos a sellar ese documento lo convirtió en papel mojado. Y evitó la reflexión minuciosa que merecía.
Porque ni el más osado de quienes hayan seguido la trayectoria última del PSOE en La Rioja hubiera soñado tropezar con un programa de tan profundo calado izquierdista. Lo nunca visto. El principal partido de la izquierda ejerciendo como tal. Y regresando a sus fuentes para abrazar la fe socialdemócrata, ese viejo paraguas que parecía inservible en la era postmuro de Berlín, en los días de la globalización rampante. Veamos. Reivindicación de la sanidad pública, por ejemplo, lejanos los días en que desde Martínez Zaporta se daban por bueno el nacimiento de la Fundación Hospital de Calahorra y otros inventos de cooperación con la sanidad privada que ahora son reos del peor delito: el de convertir el derecho a la salud en un negocio. A despecho de que en otras autonomías pilotadas por esas mismas siglas este tipo de convenios fueran moneda común, el PSOE de hoy vira hacia el de 1982. El de Felipe González y (ojo) Ernest Lluch.
Otro tanto con la educación. El pacto con IU parece inspirado por aquel equipo que ingresó en Moncloa con sus trajes de pana, como el que lucía José María Maravall cuando tutelaba el Ministerio de Educación. Tal vez porque la influencia de Henar Moreno sea más poderosa que el apoyo que encierra su solitario escaño, tal vez porque Andreu prefiere hacer de la necesidad virtud y firmar cualquier cosa que le permita dar con la llave del Palacete. O tal vez porque el PSOE se reconoce de verdad en su regreso a las fuentes, cada capítulo de ese documento se perfuma de un llamativo aroma izquierdista, allí donde antes habitaron propuestas paniaguadas, que nada le daban en las urnas y que impedían la movilización colectiva que por ejemplo explica sus recientes éxitos electorales en La Rioja.
Teodoro García Egea, secretario general del PP, visitó hace unos días Canarias, donde su partido obtuvo unos tristes resultados en las recientes convocatorias electorales. Allí concedió una entrevista al diario La Provincia, donde se despachó a gusto con su dirección regional, Asier Antona. Con perlas como la que sigue: «La política de pactos ha fracasado, estamos fuera de todo». O bien: «Con Antona el PP no ha dado los frutos deseados. Es hora de marcar un nuevo rumbo». Unas declaraciones que admiten, por su poderosa analogía, una interpretación en clave riojana. Y una pregunta: lo que vale para Canarias, ¿no sirve para La Rioja?
Tan llamativa como la indiferencia que en los debates de investidura generó este acuerdo que incluía cuestiones de semejante calado fue la ausencia de aportaciones a cargo de la diputada cuyo decisivo voto se cortejaba. Una laguna que le afearon distintos ocupantes del atril del Parlamento sin éxito: Raquel Romero no se inmutó. Ella no había ido ahí para hablar de ese papelito. Y, sin embargo, hubiera sido interesante saber qué opinaba al respecto Podemos, que cuenta en sus filas con dirigentes que se intitulan sesudos analistas de la realidad circundante y que llevan mudos desde que entró en acción el equipo negociador que paradójicamente nunca negoció un programa. Todo intento por saber qué reflexiones merecían a Romero el acuerdo entre quienes fueron durante unos días sus socios resultó en vano. Un silencio que contrasta con la estrategia seguida apenas unos días después por su jefe, Pablo Iglesias. Cuya intervención en la primera sesión del debate de investidura del Congreso se llenó por el contrario de propuestas que pretendía aportar al también fallido acuerdo de coalición con Sánchez.
Más allá de que las respectivas investiduras acabaran más o menos igual, Iglesias adoptó una estrategia opuesta por completo. Su discurso se pobló de guiños a la base social de la izquierda, donde compite con el PSOE. Llamamiento a combatir la precariedad laboral y a dignificar los salarios, propuesta de regulación del precio de los alquileres y de medidas a favor de la transición ecológica (abaratando de paso el recibo de la luz), defensa del marco legal que proteja al colectivo LGTBI... El arsenal ideológico propio de ese flanco del arco parlamentario, que incluía medidas por cierto análogas a las que Podemos sin embargo rechaza en La Rioja. Los árboles que impiden la contemplación serena del bosque, entendido como aquella vieja casa común de la izquierda. La eterna casa del cuento, hacia donde sus protagonistas nunca terminan de llegar. Un sendero infinito. Un laberinto.
«En parte, te entiendo». Con este escueto, pero esclarecedor mensaje, encajó Julián San Martín, líder logroñés de Ciudadanos, la noticia de que Francisco de la Torre, responsable económico de la formación naranja, anunciaba su baja en la dirección que pilota Albert Rivera. En sus palabras a través de una red social, San Martín lamentaba el abandono de De la Torre, le felicitaba por su trayectoria y alababa tanto su «integridad» como su «conocimiento» en materia económica, la especialidad por cierto del propio San Martín, quien añadía lo siguiente: «El área económica de Ciudadanos queda tocada con tu dimisión».
Para huir de ese crucigrama donde están atrapadas, la risueña Andreu, la solitaria Moreno y la enigmática Romero han aplazado la solución hasta agosto. Un descanso que necesitaban. Sus extenuados semblantes del lunes, durante el pleno para designar senador autonómico, reflejaban la falta de energía propia de esos atletas que, una vez traspasada la meta, se enteran de que la carrera aún no ha acabado. Ponen cara de estupor. Los buenos, los más comprometidos, rebuscan entonces en su interior hasta localizar algo del vigor perdido. Los malos, los conformistas, se abandonan al relato clásico de la izquierda española, donde siempre habitan esos culpables profesionales a quienes achacar cada fracaso. Los árboles que en La Rioja bloquean la entrada del Palacete.
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