En 1995, cuando el PP accedió al poder en La Rioja, Pedro Almodóvar estrenó una de sus películas más memorables: 'La flor de mi secreto'. En aquella cinta, Marisa Paredes dirigía a su pareja, Imanol Arias, una frase que tuvo entonces ... algún recorrido: para procurar una reconciliación que diera una nueva vida al comatoso estado de sus relaciones, Paredes le espetó a Arias lo siguiente: «¿Existe alguna posibilidad de arreglar lo nuestro?». Es el tipo de frase que se dirigen entre sí desde hace meses los integrantes del grupo socialista y del Gobierno al que apoyan, la cuestión clave que electrifica la densa atmósfera del Parlamento con ocasión de cada pleno pero que admite una lectura adicional: es la pregunta que podrían hacer a su propio yo los miembros del principal grupo de la oposición, el PP. Que ha tenido suerte: mientras todo el foco público se situaba bajo las peripecias de Concha Andreu y Francisco Ocón, las andanzas de sus contrincantes pasaban desapercibidas. Para mayor gloria de su omniportavoz, Jesús Ángel Garrido, una especie de nuevo hombre del Renacimiento, dueño de amplios conocimientos sobre cualquier materia. Y que por lo tanto interroga sobre salud, educación, economía y lo que se tercie a Andreu, mientras su teórico jefe (José Ignacio Ceniceros) le mira desde la Mesa con alguna compasión y sus compañeros contemplan sus intervenciones con esa cara que se nos pone a todos cuando ocupamos la silla del dentista.

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Ocurre que sus interpelaciones al Gobierno rara vez se adornan con el don de la oportunidad, como ha sido el caso de este jueves. Garrido ha hecho lo de siempre: poner la pelota botando a Andreu sobre la línea de gol para que sólo tuviera que empujarla. Porque su cara a cara llegaba reciente aún el varapalo judicial al PP a cuenta de las residencias de mayores, sin que nadie haya despejado la duda central: en qué momento les pareció buena idea a Garrido y los suyos acudir al juzgado con semejante encomienda. En qué momento reflexionó alguien por Duquesa de la Victoria sobre la idoneidad de convertir sus siglas en la marca blanca de Vox. En qué momento pensó el Grupo Popular que si acusaba a Andreu, como ha hecho este jueves Garrido, de no tener «ni idea» o de comportarse con frivolidad, semejantes dardos no iban a volverse contra él.

Porque el conjunto de la estrategia del PP puede reconocerse en esas mismas puyas, visto el milagro registrado a continuación: hasta Ocón ha tenido que aplaudir a su antigua jefa. No ha sido el único prodigio anotado. Acto seguido, la Cámara ha asistido a otro acontecimiento: desde el Palacete se ha aceptado por fin alguna pregunta dirigida a la presidenta desde sus propias filas y Raúl Díaz ha tenido el honor de estrenar la nueva etapa de la relación entre partido y Gobierno aprovechando esa fase del orden del día que algún rubor ajeno causa. Cuando se lanza al banco azul una pregunta cuya respuesta se sabe de antemano. Como la de Marisa Paredes a Imanol Arias.

Así que Andreu ha aprovechado la coyuntura, se ha anotado otro tanto sin gran mérito y volvió a su asiento, preguntándose tal vez por otro capítulo muy raro en la política riojana: cuándo el IER y el cuartel de Calahorra (dos asuntos en principio menores) se convirtieron en cuestiones capaces de llevar al PSOE hasta su cisma actual. Pero Andreu tiene un consuelo: asistir al triste deambular de la oposición, que no anda mejor. Porque ni siquiera se preguntan si existe alguna posibilidad... Etcétera.

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