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El 31de agosto del 2019, una generalizada ilusión se apoderó de los jardines del Palacete donde Concha Andreu convocó a su flamante Consejo de Gobierno para la toma de posesión del equipo que venía a remover el viejo modelo de gobernanza del PP, que había ... dominado La Rioja durante casi un cuarto de siglo. El espectador curioso advertiría de inmediato un rasgo común, muy extendido. La sonrisa. Sonreía la presidenta y se iluminaba también el semblante de quienes le acompañaban, una imagen bastante distinta del tono ensimismado con que cuatro años antes habían accedido al mismo trono José Ignacio Ceniceros y sus consejeros, se supone que igual de felices. Sería por lo tanto cuestión de talante, pero la diferencia era tan obvia que llamaba la atención. Igual que otro atributo muy evidente de aquella toma de posesión: el aire de superioridad que distinguía a sus protagonistas hacia sus predecesores. Puro adanismo.
En aquel pecado de vanidad llevarán durante el resto de lesgislatura su penitencia Andreu y los suyos, una alineación que cambia cada semana de fisonomía. En privado, dirigentes socialistas de todas las familias participan entre confidencias de la peor noticia para sus intereses: dan las elecciones por perdidas. Se presentarán a ellas dentro de tres años (en teoría) con un partido en efecto partido. En dos mitades. La división interna que amputó las aspiraciones del PP hace un año penalizará con la misma gravedad al PSOE salvo milagro que nadie espera. Los más optimistas se conforman con salvar la imagen, recomponerla a los ojos de la asombrada opinión pública. Los más pesimistas temen una travesía del desierto de similar intensidad y duración que la anterior: otro cuarto de siglo como vacas viendo pasar el tren.
Hay también quien se interesa por la naturaleza del singular estilo de gobernar de Andreu, ese desenfado que nunca le abandona. Será que no ha leído a los clásicos: «Gobernemos como si nada malo hubiera ocurrido», proponía Isócrates en la antigua Grecia, el principio que parece seguir la presidenta de La Rioja en medio de la combustión interna, los ceses fallidos, los nombramientos en cuarentena (aislados sus protagonistas en el limbo del BOR) y los frentes que se van abriendo, todos esos fuegos que hay que sofocar cuando se pierde el principal distintivo del gobernante: convertirse en rehén de los acontecimientos y renunciar a la potencia transformadora que otorga el ejercicio del poder.
Un ciudadano medio se reconocerá estos días incapaz de recordar alguna iniciativa reciente de su Gobierno autonómico digna de merecer su atención. Es posible que dentro de un tiempo añore sin embargo estas semanas de confusión extrema y sobresaltos continuos a medida que la actual división se acentúe y triunfe la misma pregunta que se hacen hoy quienes votaron a Andreu hace un año: cuándo se jodió todo, parafraseando al Zavalita inmortal de Vargas Llosa. Cada parte enfrentada tiene su propia opinión al respecto pero eso ya no importa: lo que está en juego no es tanto el origen de las rencillas personales como el porvenir de la región. El dilema que empezará a reclamar respuesta este jueves, cuando está convocado el primer pleno del año legislativo y sus señorías del banco azul acudan a sus escaños envueltos en un cisma que sólo admite (lejana, muy lejana) comparación con la sima que separó a sus ocupantes durante el último mandato del PP.
Porque la oposición tampoco ofrece un aspecto precisamente exultante, un sombrío augurio para una fase crítica de la vida pública de la región. Con su economía vapuleada, a la espera de que llegue el prometido oxígeno europeo en forma de euros. Con el principal activo de la consejera de Salud de regreso a su puesto como funcionario en pleno rebrote y un equipo nuevo, que lo ignora casi todo sobre servicios sociales, encargado de tulelar las residencias de ancianos, epicentro del drama. Sin que ninguno de los actores de esta tragedia shakesperiana (que en España siempre se asoma al callejón del Gato, donde anida el esperpento) haya optado por seguir el consejo clásico, ignaciano. Demasiada mudanza gubernamental en tiempo de tribulación y un seísmo en cada número del BOR. Con su presidenta aliada con quienes hasta ayer le ninguneaban. Sin que nadie, ni en la esfera pública ni en la privada, le oriente de modo crítico y le proteja de quienes bien le quieren. Sin otra estrategia que no sea la del pulpo: desprenderse de sus tentáculos apresados para ir sobreviviendo. Hasta que la sonrisa de hace un año acabe de evaporarse.
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