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Todo partido zarandeado por la derrota tiende a verse amenazado por un peligro aún más temible para sus fines: interiorizar su fracaso sin la lucidez necesaria. Ocurre que los partidos sometidos a semejante trance suelen equivocarse en el diagnóstico, paso previo a un error más ... grave: aplicar la receta inapropiada. En el caso de las formaciones más pequeñas, peor cohesionadas y carentes de la tradición histórica de los grandes (ese espinazo que dota de sentido su quehacer diario y donde pueden digerirse las coyunturas más sombrías), su estrategia se diluye en un permanente zigzag que complica a la opinión pública (y al potencial votante) seguir los pasos de esas siglas. De repente, se vuelven esquivas. Le sucedió al PSOE, que supo sin embargo levantarse de la lona (cuando más de una voz le auguraba un abrupto final al estilo de sus hermanos franceses o italianos) y le pasa al PP. Que en La Rioja tiende hoy a encadenar su suerte a un único punto del orden del día: que Pedro Sánchez se estrelle.
A falta de comprobar si tal vaticinio se cumple, propósito en el que perseveran el propio interesado y algunos de sus estrechos colaboradores, como estrategia ilusionante para la maltrecha militancia de Duquesa de la Victoria que añora los días de gloria no tan lejanos no parece la más adecuada. Más enloquecida, y difícil de entender, resulta aún la política que sigue su hermano pequeño: en Ciudadanos, como los malos estudiantes, Inés Arrimadas se ha parapetado en una coartada según la cual la suma de las fuerzas de derecha permitiría a su partido recuperar parte de la fortaleza perdida, a costa de practicar la inconsecuencia como argumento central. El partido que iba a poner a la derecha española en la senda de otras fuerzas semejantes del resto de Europa prefiere ir de la mano del hermano mayor, asumiendo en consecuencia su insignificancia. Lo que sí suele ocurrir es que el grande fagocite al pequeño; sobre todo si éste opta por asumir esa condición y abandona toda ambición: una lista conjunta de todas las derechas (¿también Vox?), bajo la tramposa coartada de que una coalición semejante hubiera alcanzado el banco azul y una cuota altísima de poder regional y local, olvida que en esas circunstancias la conducta del elector hubiera sido otra muy distinta y deparado unos resultados electorales diferentes a los conocidos. Por ejemplo, que el voto de izquierdas se hubiera agrupado todavía con más consistencia alrededor del PSOE. Así en España como en La Rioja.
Donde, como suspiran por Vox y les dan la razón los grandes partidos aunque en voz baja, la ultraderecha hubiera entrado en el Parlamento regional si las elecciones se hubieran celebrado ayer. Y decidido tal vez el color del Gobierno: es fácil adivinar en qué dirección. También parece sencillo de pronosticar que, como apuntan todas las encuestas, los días de gloria de Ciudadanos tocan a su fin: sus diez diputados en el Congreso serían un goloso botín si hoy se volviera a votar así en España como en La Rioja, donde el destino que aguarda a sus siglas sería similar al que obtuvo el 10N a escala nacional. Sobre todo, si su cúpula persevera en la idea de convertirse en la muleta del PP, esa loca y ciega fantasía que sigue para recuperar el terreno perdido. Los sueños, ya sabe, sueños son: se supone que la primera obligación de un líder es distinguirlos de la pura realidad.
Se debe al politólogo británico Dominic Cummings, consejero áulico de Boris Jonhson y cerebro de la campaña que llevó a su protegido al número 10 de Downing Street, la teoría según la cual la política contemporánea se ejerce aún de acuerdo con los códigos propios de la ley de la selva. Hiperliderazgo, escasa reflexión, propensión a la acción por la acción... Se trata, según su atinado juicio, de que gane quien sepa responder con mejor capacidad de reflejos, de manera intuitiva, a la pregunta clave de lo que llama «política chimpancé», esto es, «a favor de qué jefe debemos gritar más para que resuelva nuestros problemas». Implantar la estrategia del mono, aunque sea una ganadora, nos devuelve al parque jurásico de la política. El infierno del que iba a librarnos Ciudadanos, el limbo donde habita el PP. Olvidando que si, como avisa Cummings, el ruido estimula la furia del votante, pierde la moderación. Y gana el extremismo.
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