Envase grande, ahorro... ¿seguro?
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Aunque el «formato ahorro» suele merecer la pena, conviene hacer cuentas | La OCU revisa productos en formato extra en varios supermercados y descubre sorprendentes sobrecostes«Las cosas no siempre son lo que parecen» es un buen pensamiento para tener cuando uno entra en un supermercado. Otro que tampoco está mal sería: «lee las etiquetas». Y un tercero, que casi soluciona cualquier mal, es igual de sencillo: « ... Haz las cuentas».
No, no es que los lineales de las cadenas de distribución sean la jungla, tampoco nos pasemos. Es cierto que, en general, el nivel de calidad y seguridad alimentaria en nuestro país es más que aceptable. Pero siempre hay «peros», asuntos en los que conviene estar vigilante porque, lo dicho, lo que parece no es siempre lo que es.
Hace unos días, la OCU ponía su punto de mira en un asunto de esos en los que, en realidad, parece mentira tener dudas: los envases grandes, los llamados «formatos ahorro» de muchos productos, sobre todo alimenticios, pero no exclusivamente. Y lo que se encontró fue sorprendente: en muchas ocasiones (minoritarias, pero demasiado repetidas para considerarlas anecdóticas) el envase más grande era más caro que el más pequeño. Y en algunas ocasiones, mucho más.
Empezando por el principio: no hay nada que obligue al fabricante a que el formato grande sea relativamente más barato que el pequeño, a no ser que en la etiqueta se indique. Es decir, un pack de doce bricks de leche puede ser tranquilamente más caro que si uno compra los doce litros individualmente. Nada hay de ilegal en eso, por mucho que los consumidores tendamos a pensar que «más grande» debe ser igual a «más barato».
Lo que no puede ser, evidentemente, es que algo se anuncie como «ahorro» y luego ese descuento no sea real. Es decir, un envase más grande, o una agrupación de ellos, que sea anunciado como «formato ahorro» debe serlo, o de lo contrario se tratará de publicidad engañosa.
Lo que sí es obligatorio es que el producto o pack de productos incluya el precio unitario, ya sea por unidad de producto o por unidad de medida. Es decir, por ejemplo, el precio por litro o el precio por kilo. Conviene fijarse, porque en esa etiqueta (normalmente en cuerpo mucho más pequeño, junto al precio global) está la auténtica realidad de lo que pagamos.
Así el consumidor evitará caer en los ejemplos que ha encontrado la OCU, que ha hecho lo que suele: ir a los lineales, comparar productos, y hacer las cuentas.
Lo que se ha encontrado es ejemplos que llaman la atención. El más exagerado lo es tanto que más parece un error: un pack de dos litros de una conocida marca de caldo que costaba 6,20 euros, cuando el litro suelto, en el mismo supermercado, costaba 1,70. Es decir, el 82% de más, y encima bajo el título «formato ahorro».
Pero más allá de este caso un tanto exagerado, lo que sí se aprecia en la revisión de la organización de consumidores es una constante: aumentos de precio de entre el 3 y el 5% con bastante frecuencia, no demasiado groseros al primer vistazo (a no ser que uno tenga el ojo matemático muy desarrollado) pero que son evidentes en cuanto uno repara en el ya mencionado precio unitario.
Conviene, pues, echar un ojo siempre. Cierto es que hay otros argumentos a favor del envase grande, como los ambientales, ya que en algunos casos se reduce la cantidad de envase usado. Pero también lo es que nuestra intuición («a más grande, más barato») no siempre se cumple, y que una ojeada más detallada a la etiqueta merece la pena.
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