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Enorregión, La Rioja, y enópolis, Logroño. Son dos términos que los estrategas políticos acuñaron ya en las pasadas campañas electorales y que ahora tanto Concha Andreu como Pablo Hermoso de Mendoza utilizan con asiduidad. La enorregión de Andreu recibió este viernes el apoyo del Gobierno ... de España con la firma de una bonita declaración de intenciones, acompañada además de un compromiso para crear una «ciudad del envase y el embalaje», donde reubicar multinacionales y empresas -aunque la mayoría de ellas están en el País Vasco por esas dichosas 'ventajillas' fiscales por las que nadie nos compensa-, así como nuevas inversiones relacionadas con una economía 'verde'.
De hecho, «la transformación verde, sostenible y digital de la cadena de valor del vino», según el mismo documento, será un pilar básico de acción para los gobiernos de Andreu y Sánchez, lo cual es un objetivo más que loable, pero, a uno que se precia de conocer la realidad vitícola de nuestra enorregión, le genera también importantes dudas.
El futuro de los vinos de calidad pasa por la viticultura ecológica, incluso por declarar zonas libres y protegidas del uso de pesticidas, pero nuestra realidad vitícola, con un 80% de las uvas que se venden sin transformar, es la que es. En este sentido, tenemos solo 943 hectáreas acreditadas como ecológicas, es decir, apenas el 2% de la superficie del viñedo, y, pese a que hay 57 bodegas reconocidas, la mayoría de ellas tienen el registro por exigencia de sus importadores del norte y centroeuropa, a quienes satisfacen comprando depósitos a los escasos elaboraderes ecológicos de verdad.
Es decir, no somos verdes y estamos muy lejos de serlo, aunque, a la llamada de las previstas y próximas ayudas regionales, nacionales y europeas hacia políticas verdecidas, lo cual aplaudo insisto, todo el mundo va a pretender subirse al carro y muchos lo harán con eufemismos marketinianos más que con compromisos reales. El riesgo es que, como suele suceder, el nuevo 'aparato' burocrático verde, y digital, se lleve por delante, o deje a su propia suerte, al auténtico viticultor/elaborador ecológico, que certificado en unos casos y en otros no, vive en su pueblo y trabaja las viñas con respeto a la tierra y al territorio.
No todas las bodegas, ni mucho menos las doscientas bodeguillas que nos quedan en la región, tienen la capacidad digital que exigen las administraciones, pero hacen unos vinos muy sostenibles que no podemos tirar por el desagüe.
Ahí tenemos el caso del famoso sistema Nimbus del Consejo Regulador, que sigue quitando el sueño, y el pelo, a muchos bodegueros: todo ello aún a la espera de conocer cuántas modestas bodegas han echado la persiana estos meses hartas de comprobar que lo que aprendieron doblando la espalda y les transmitieron de generación en generación -cultivar buenas uvas, cuidar la viña y hacer vino- es hoy lo menos importante.
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