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La Navidad remueve conciencias y dispara cada año por estas fechas la solidaridad de la mayoría de la sociedad. Otros no necesitan esperar a la última semana de diciembre y a que las luces adornen nuestras calles para volcarse con el prójimo más necesitado. Eso es lo que realiza desde hace 20 años Stop Ceguera, cuya labor, apoyada en el altruismo de medio centenar de profesionales, ha devuelto la visión a casi 4.000 personas en Mali, Argelia, Costa de Marfil, República Dominicana, Ghana, Kenia o Burkina Faso.
El golpe de estado en Burkina desmanteló su infraestructura y 13 años de labor, por lo que la ONG fijó su radar en un nuevo destino: Guinea Conakri, en concreto una misión de los salesianos en Siguiri, a 80 kilómetros de Mali, donde un equipo de 15 personas, entre ellas los riojanos Francisco Acebes y Gonzalo García, ha regalado luz y una nueva vida a 156 pacientes a primeros de este mes.
Acebes, oftalmólogo en la Clínica Baviera de Logroño, lleva una década unido a la ONG y, unos meses atrás, embarcó en la aventura al óptico optometrista riojano con quien había coincidido en la Fundación Hospital de Calahorra. Gonzalo García, hoy en paro, ni se lo pensó. De hecho, fue el primer integrante del equipo en viajar a Siguiri, el 9 de noviembre. «Mi misión era realizar la selección de los pacientes, veía a casi 50 cada día, más de 800 en esos 20 días, de los que elegí a 204 para la intervención de cataratas», relata García. Cada mañana decenas de personas esperaban a la puerta del dispensario. «Los salesianos habían anunciado nuestra llegada en la iglesia y en el colegio, donde hay 1.200 alumnos. El boca a boca hizo el resto, llegaba gente desde casi 300 kilómetros a la redonda. Además de cristianos, musulmanes, que es la religión mayoritaria. Hasta operamos a un imán que recorrió 150 kilómetros en mototaxi», añade.
«En este primer viaje decidimos que los pacientes fuesen de cataratas porque allí hay muchos y muy jóvenes debido a la desnutrición, la deshidratación crónica, la exposición continua al sol sin protección y la malaria», aclara el oftalmólogo. Con el trabajo de Gonzalo García casi rematado, el resto del equipo partió de España el 30 de noviembre con el miedo de que su viaje fuese en balde. La clave del éxito reposaba en un camión reconvertido en quirófano que había partido de Albacete a finales de agosto pero que fue retenido. «Llegó de milagro, el 1 de diciembre, un día después que nosotros tras un periplo impresionante y el pago de un soborno de 9.000 euros», recuerda Francisco Acebes, que, como el resto del grupo, viajó cargado como una mula. «Llevábamos en las maletas dos microscopios desmontados, lentes oculares y otro material quirúrgico necesario, pero Air France nos permitió el exceso de peso», alaba.
Con generadores por falta de luz eléctrica y sin agua corriente, Stop Ceguera se puso manos a la obra y durante cinco jornadas operó a 30 personas diarias, 156 en total, todos ellos invidentes de ambos ojos desde hace años. «Cada uno era intervenido solo de un ojo para atender a más y evitar complicaciones en el postoperatorio cuando ya no estuviésemos», aclara el oftalmólogo, que resalta otras dificultades añadidas: «Una operación de cataratas aquí nos cuesta cinco minutos, pero allí son hasta tres cuartos de hora porque son hipermaduras, durísimas, de años de ceguera... Requiere cirugías muy agresivas que no puede hacer cualquiera porque son cataratas que no se ven en occidente. Además, aquí la anestesia son dos gotitas de colirio, pero allí necesitas anestesia local por la duración de las intervenciones».
Con lentes intraoculares, anestesia y colirios de sobra, la falta de viscoelástico, un fluido imprescindible para esta cirugía ocular, impidió atender a más pacientes. «Viajamos a Bamako, la capital de Mali, a 200 kilómetros, para comprarlo con nuestro dinero, pero ni lo conocían en el hospital», se lamenta Acebes, que admite que «lo peor es ver que hay pacientes a los que no puedes atender teniendo tratamiento». El mismo diagnóstico traza Gonzalo García: «Después de un mes allí, vienes un poco noqueado y con el regustillo amargo de que se podía haber hecho más».
Un deseo que no tardarán en ver cumplido. «Ahora, con la infraestructura ya montada, acudiremos equipos a lo largo del año para nuevas operaciones y para tratar también el glaucoma, que es muy frecuente porque las medicinas cuestan lo mismo que aquí pero los sueldos son de 50 euros mensuales, y otras patologías que aquí solo hemos visto en los libros y que se curan con una pomada de 2 euros, pero que allí acaban en cegueras totales», remachan con tristeza.
Las patologías no entienden de edades en Guinea Conakri. Aly Magasouba era, a sus 8 años, un niño condenado. Invidente de los dos ojos desde los 3 años por cataratas, estaba sin escolarizar por su ceguera. «Teníamos muchas dudas porque no podíamos sedarlo y temíamos que se moviese, pero al final optamos por intentarlo aunque nos daba mucho miedo. Todo salió bien y al día siguiente en la revisión, cuando empezó a ver todos empezamos a llorar porque decía que su madre, de la que ya no recordaba la cara, era muy guapa», relata Francisco Acebes.
En unas horas Aly se convirtió en un niño feliz, con una sonrisa 'tatuada' en su rostro y al que ya le espera una beca en el colegio de los salesianos de Siguiri.
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