Todos tenemos algún que otro trauma infantil. Algunos incluso tenemos varios. Quizá eso nos haga más débiles como padres, más protectores o más permisivos. Uno de los míos (que ni es trauma ni me ha convertido en un sociópata de manual) era el Scalextric. ... Creo que no hubo carta a los Reyes Magos en la que no lo incluyera... al menos hasta que me enteré de que los Reyes Magos son en realidad tres señores que tienen que hacerse cargo de todos los chiquillos de la humanidad. Las cosas se solucionaron cuando ya estaba más cerca de la cuarentena que de la treintena y por fin se atendieron mis demandas.
Visto con ojos de adultos el Scalextric está bien, pero no es que sea la panacea (con ojos de adulto todo es bastante más aburrido, lamentablemente). Pero para Valentina y Henar se ha convertido en ese juguete de papá que de vez en cuando montamos (de vez en cuando, que es un poco coñazo estar juntando y separando pistas cada dos por tres). Ahora se ha quedado montado de manera indefinida. Más o menos hasta que el consejero las mande de nuevo al colegio o hasta que el presidente Sánchez nos deje salir a la calle. Vamos, que va a estar un temporada en marcha. O esa era la idea. Ayer fue el primer día de Scalextric y ya tenemos problemas serios: ha muerto un mando, el otro está en estado crítico y uno de los coches necesita con relativa urgencia una visita al taller. Y es que intentar explicarle a un niño que el truco no es acelerar a tope todo el rato sino ir gestionando la velocidad para evitar que el coche salga disparado de la pista es literalmente imposible.
Más allá de eso, el tema de las tareas lo llevamos bien. Los diminutivos y aumentativos están dominados (ahora insistiremos con la g y la j), nos hemos convertido en reputados expertos en Sorolla y en Lucky Luke (dos de los proyectos de Infantil del cole) e incluso desde la catequesis (este año teníamos que hacer una comunión que mucho me temo que no celebraremos) nos han enviado el evangelio del fin de semana, por si, llegado el caso, quisiéramos echarle algo de comer al alma y no solo al cuerpo. Las nuevas tecnologías es lo que tienen, que no tienes escapatoria. Incluso aunque te intentes aislar en Sorzano. Quizá el truco sea subirse a las neveras del Moncalvillo (excursión que, si no han hecho, deberán programar nada más que nos levanten el confinamiento domiciliario).
Volviendo a lo de las desilusiones infantiles. ¿Se acuerdan de aquellos días de invierno en los que veíamos desde nuestras ventanas caer copos de nieve y lo frustrante que era que el tema no terminara de cuajar? Pues ayer en Sorzano nevó. Y cuajó. Poco, pero cuajó. No es que fuera un nevadón de los que dicen nuestros padres que caían en sus tiempos, pero lo justo para que la ilusión de las peques se desbordara. No, no pudieron hacer a Olaf como habían planeado. Apenas se tuvieron que conformar con hacer un par de pequeñas bolas y tirárnoslas a mala idea. Eso sí, ahora estamos rodeados de nieve (en las cumbres) y, claro, todo tiene sus consecuencias: se ha despertado en ellas el temible 'efecto Frozen'. Empiezo a estar uno poco harto de Elsa y Ana y cada vez que se aproxima el final de la película imagino que Ana muere congelada y que Elsa se pierde 'Mucho más allá' y podemos gritar 'Libre soy'... No hay manera.