Paloma Rubio de Pablo (Madrid, 1969), a pesar de nacer en la capital, es vecina de Nájera desde que era un bebé. Esta madre de familia siempre trabajó y llevó una vida normal. Hasta que en el año 2017 comenzó a sentir unos dolores en ... la espalda que cada día iban a más, y que derivaron en una lumbociática crónica. Desde entonces, su día a día ha estado marcado por las visitas al médico y a la farmacia. Tras un juicio, consiguió que le otorgasen la incapacidad total. En este Día Mundial contra el Dolor, explica su sufrido caso.
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–¿Qué es la lumbociática y cuándo empezó a padecerla?
–Es un dolor muy fuerte con origen en un nervio de la parte baja de la espalda, que se expande por todo el cuerpo. Empecé a sufrirlo cuando trabajaba de cajera y reponedora en un supermercado. Al principio, no le daba importancia. Iba al médico, me ponía una inyección que me quitaba el dolor, y seguía trabajando. Poco a poco fue yendo a más. Un día, el doctor me obligó a cogerme la baja. Yo no quería parar.
–¿Qué ocurrió después?
–Estuve un año y medio de baja, hasta que un tribunal médico me obligó a volver a mi puesto. Cada poco, iba a urgencias a que me pusieran analgésicos para poder seguir adelante. Y también probé otros métodos como el pilates. Pero no remitió el dolor. Al final, dimití del súper porque no quería cargar a las compañeras de lo que yo no podía hacer.
–¿La han operado?
–Sí. Un traumatólogo privado en Madrid me hizo una microcirugía para liberarme la zona causante del dolor. Sin embargo, una vez hecha la intervención, seguía igual de mal. Entonces, el médico me dijo que había que haber operado antes. Pagué 4.000 euros para nada.
–¿Qué vino después?
–Sabiendo que ya nunca me iba a librar de la lumbociática, pedí a la Seguridad Social la jubilación por incapacidad permanente hará unos tres años. Fuimos a juicio y me la negaron. No obstante, mi abogada recurrió y al final me la reconocieron. Ahora mismo, tengo una pensión decente, después de haber trabajado siempre a media jornada que, junto al sueldo de mi marido, llega para vivir.
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–Hablando de dinero, ¿es caro vivir con algo así?
–Sí. En médicos me habré gastado unos 8.000 euros. Pero, quitando eso, como yo ya no puedo hacer casi ninguna tarea manual, necesitamos tener contratada una chica en casa para que realice las labores domésticas. Ella viene de lunes a viernes, y el fin de semana ya se encarga mi esposo de hacer las camas, barrer, fregar y todos los quehaceres.
–Y para usted, ¿cómo es despertarse cada día con la lumbociática? ¿Qué no puede hacer?
–Suelo amanecer muy pronto, porque por las noches no duermo casi nada por el dolor. Tengo una cama articulada y barras de agarre instaladas por la casa para poder moverme. Cuando desayuno, me tomo mi ración de medicinas diaria. Respecto a los impedimentos, una de las peores cosas es que no puedo mantenerme de pie sin apoyo, siempre con bastón. Y tampoco puedo sentarme. Llevo los últimos siete años de mi vida comiendo y cenando de pie, incluso en la cena de Navidad con la familia. Es triste.
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–Psicológicamente, ¿le afecta?
–Muchísimo. Es que no puedo ni agacharme a ponerme los calcetines, ni coger peso, ni subir escaleras. Ni siquiera puedo conducir. Llevo años sin irme de vacaciones para no tirar el dinero. Mi sueño siempre ha sido recuperarme y poder volver a trabajar, pero es imposible. Si me operan de nuevo, dicen los doctores que hay riesgo de que nunca vuelva a caminar. De todo esto, más que el cuerpo, lo que más me duele es sentirme inútil.
–La familia la apoyará seguro.
–Mis hijos me dicen que no me agobie, que esté tranquila, que ellos van a estar conmigo siempre. Mi marido lo mismo, él es mis pies y mis manos. Aun así me siento que no valgo. Y pienso para qué estoy yo aquí o qué va a ser de mi futuro. ¿Qué carga le voy a dejar a mis seres queridos?
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–Y los médicos, ¿no buscan ninguna solución?
–Pues llevo en la Unidad del Dolor desde 2020, y lo más reciente es que me han instalado un electro estimulador. Aunque ya hace tiempo que no me alivia. Como te decía antes, ellos dicen que si operan de nuevo se corre el riesgo de no volver a caminar. Otra cosa novedosa que me han puesto es un tratamiento con cannabis medicinal, que me ayuda a dormir un par de horas, pero del que no abuso porque me deja muy grogui. Con esto y aquello intento seguir tirando.
–¿Qué piensa del futuro?
–Creo que va a ser peor. En los últimos tres meses, la dolencia ha degenerado bastante. El pasado finde, dándole vueltas a la cabeza, me lo pasé en la cama llorando. Me gustaría que todas las personas que padecemos de dolor crónico montáramos una asociación para apoyarnos y hablar de estos temas. En estos siete años, solo he conocido a una persona como yo. Pero seguro que hay cientos. Debemos unirnos.
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–Para finalizar, ¿qué ha aprendido de todo esto?
–Que para sobrellevar una situación así tengo que sentirme apoyada. Y también, a todo el mundo que goza de buena salud, le diría que disfrute el momento, que no se preocupe de tonterías y valore su vida y su círculo cercano.
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