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Este sábado se constituyó en Villoslada de Cameros la Asociación de Campaneros de La Rioja, destinada a investigar, preservar, documentar y divulgar el toque manual tradicional de campanas. «Ahora tenemos grupos de WhatsApp para mandar mensajes, antes teníamos campanas. Hay que ir a trabajar, es día de mercado, ha nacido un hijo, una comunión, una muerte, alertas de fuego, lobo o tormenta marcaban la dinámica del pueblo. Cualquier evento, como las fiestas, era anunciado por las campanas», presentó la anfitriona Virginia Muela.
«Empezamos de una manera muy altruista intentando recuperar los toques y la labor de la campana, pero nos dimos cuenta de que necesita más apoyo. La campana representa la unión en una época en la que, en los pueblos, el trabajo común representaba la supervivencia. Antiguamente la vida en los pueblos estaba marcada por los mercados y las labores agrícolas y la campana marcaba ese ritmo», explicó José María García Calvo, presidente de la nueva asociación y campanero de Ezcaray.
Actualmente los toques de campana se están informatizando, pero todavía existen figuras como la de Eduardo Izurieta, en Peñaloscintos, homenajeado ayer a sus 79 años. «Empecé de monaguillo y hasta hoy. Ahora ya solo toco dos veces al año, en fiestas. He subido toda la vida, me gusta mucho el volteo de campanas», declaró Eduardo Izurieta. «El día que lo deje yo, se dejan de tocar las campanas en Peñaloscintos», afirmó Izurieta.
«La campana es el orgullo local», advirtió José María García Calvo, y entonó: «Las campanas de mi pueblo sí que me quieren de veras, tocaron cuando nací, llorarán cuando me muera». El toque de campana fue declarado Bien de Interés Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2022. Y es que supone un vetusto sistema de comunicación porque los toques informan de misas, bodas, nacimientos y defunciones, pero, incluso, pueden especificar si el muerto es hombre o mujer, joven o mayor, vecino o forastero...
Ayer el campanario de la iglesia Nuestra Señora del Sagrario ofreció un muestrario de repiques. «Cuando uno llega a un pueblo y oye las campanas, sabe que hay alguien», señaló Muela. Y, de algún modo, la ausencia de campanas marca la despoblación.
El refugio que encuentran los urbanitas en el medio rural ha dado pie en los últimos años a alguna polémica sobre el sonido de las campanas. En Lardero, por ejemplo, unos vecinos reclamaron que se redujera el volumen. A este respecto García Calvo señaló que existe una ordenanza municipal en Valgañón que regula los toques para que «no sean demasiados, sean honestos, dependiendo de la persona a la que se dirijan». «Es curioso cómo a la gente que viene del ruido le molestan nuestras raíces, nuestro patrimonio, nuestro tesoro. Hay gente a la que molesta todo», apuntó.
En el lado positivo, existen jóvenes como Ulises Hernando Chico, campanero de Puentedey (Burgos) a sus 14 años. «Las campanas son muy importantes en la vida cotidiana y eclesiástica, son el paisaje sonoro de los pueblos», relató Ulises. «Intentamos impulsar la tradición porque el oficio de campanero está en peligro de extinción desde los 80, cuando se empezaron a mecanizar. Lo que se intenta es preservar el lenguaje sonoro y que haya gente joven que sepa tocar esas campanas», destacó Ulises. Y es que, como aseguró García Calvo, «el orgullo del campanero no es solo que la campana suene sino que la gente sepa lo que dice».
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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