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Dinosaurios y humanos nunca convivieron. Para alivio de estos últimos, probablemente: compartir ecosistema con carnívoros de cinco metros de largo no parece una perspectiva muy halagüeña. De hecho, los pre-mamíferos que vivían hace 120 millones de años no eran los reyes de la creación precisamente. Y para que algún homínido empezara a disputar ese puesto aún faltaban más de 115 millones de años.
Por la zona pantanosa que era por aquella época La Rioja corrían, entre muchos otros, dos dinosaurios terápodos (carnívoros, dos patas) que dejaron sus huellas muy cerca de lo que hoy es Igea. Son dos rastros muy claros, de 6 y 7 huellas cada uno, impresas en un barro blando que con el tiempo se endureció hasta convertirse en la roca que hoy vemos. Y ahora, gracias a la tecnología y al estudio de esas huellas, sabemos cada vez más detalles de como eran. Y también, aunque parezca sorprendente de a qué velocidad se movían. La conclusión es aún más sorprendente: eran rápidos, muy rápidos. De entre los más rápidos que se han podido medir en el mundo.
Título 'Fast-running theropods tracks from the Early Cretaceous of La Rioja, Spain.
Publicación Scientific Reports | (2021) 11:23095
Autores: Pablo Navarro-Lorbés, Javier Ruiz, Ignacio Díaz-Martínez, Erik Isasmendi, Patxi Sáez-Benito, Luis Viera, Xabier Pereda-Suberbiola y Angélica Torices
Un equipo de paleontólogos de varias universidades, liderados por el investigador de la UR Pablo Navarro, ha publicado este viernes un estudio en la revista 'Scientific Reports', del grupo 'Nature'. El trabajo sobre todo se centra en esos dos rastros situados muy cerca de Igea, conocidos como 'La Torre 6A' y 'La Torre 6B'. Los dos tienen en común una característica: son rastros veloces, de un dinosaurio claramente a la carrera. Algo que se puede deducir, según explica Navarro, de la distancia entre las pisadas.
En este caso, cada paso del terópodo a la carrera está entre 2,60 y 2,80 metros. La distancia entre dos pisadas de la misma pata es de más de 5 metros. El tamaño de la huella (entre 28 y 30 centímetors) dice que no eran excesivamente grandes, por lo que esa separación sólo se explica por la velocidad.
De ahí la conclusión: eran terápodos de alrededor de 1,2 metros de alto en la cadera, y de entre 4 y 5 metros de largo entre la punta de la cola y la de la cabeza, que corrían a una gran velocidad. Uno de ellos oscilaba durante su carrera entre los 23,4 y los 37,1 kilómetros por hora. El otro, aún más rapido, alcanzaba una punta de velocidad de 44,6 kilómetros por hora. Es una altísima velocidad: «Está entre las tres más rápidas que se han medido en el mundo», explica Navarro.
La tesis doctoral de Pablo Navarro (aún en elaboración) se centrará en los datos obtenidos, y también en los métodos de su medición. Una medición para la que se adoptan tecnologías avanzadas, algunas propias del campo de la medicina.
Así, lo primero es una toma de fotografías muy especializada, que sirve para elaborar un modelo 3D de cada huella. Ese modelo elimina un problema muy común: la medición de huellas no era hasta ahora una ciencia demasiado exacta, y entre uno y otro investigador, y según las condiciones climáticas, había diferencias pequeñas, pero importantes a la hora de sacar conclusiones.
Las mediciones extraidas de los modelos se someten a unas ecuaciones ya ampliamente probadas, y los resultados se confirman mediante otros métodos, como los estudios biomecánicos hechos con restos de dinosaurios de ese tipo. «Siempre ha habido una duda sobre si eran más o menos veloces, sobre todo en dinosarios medios o grandes. Estos estudios lo dejan claro», explica Angélica Torices.
«Ya sospechábamos que eran rápidos», explica Angélica Torices, directora de la tesis (aún en preparación) de Pablo Navarro. «Pero lo que más nos sorprendió es que hay muy pocos tan rápidos en el mundo».
Hay más. Durante el estudio y la limpieza de los rastros de Igea se descubrieron varias huellas nuevas, y algunas de ellas se desviaban claramente del rastro principal. O sea, que el dinosaurio que pasaba a toda velocidad se había desviado también a esa misma velocidad. «Es decir, que no sólo eran muy rápidos, sin también muy ágiles a pesar de su tamaño».
Para los paleontólogos, las icnitas son un regalo porque ofrecen datos siempre frescos. Los restos fósiles dan información de cómo era, y también hasta un cierto punto de cómo se movía, la biomecánica del animal. «Pero las huellas nos enseñan a los animales en vida».
Los carcharodontosaurios son dinosaurios carnívoros (de la familia de los terópodos) que andaban a dos patas. Vivieron en el Cretácico Inferior (hace unos 120 millones de años).
Las huellas analizadas forman parte de dos rastros distintos localizados en yacimientos de Igea (La Rioja). Esta era una zona de lagos poco profundos donde las pisadas de los dinosaurios quedaron impresas en los sedimentos blandos del fondo, fosilizándose con el tiempo.
Los rastros pertenecen a dos terópodos de tamaño medio: unos 2 metros de altura y entre 4 y 5 metros de longitud. Analizando el tamaño de las huellas (entre 28 y 30cm de largo) y la distancia entre ellas (longitud de la zancada), los investigadores han calculado la velocidad a la que corrían: casi 45 km/h el más veloz.
Esta es una de las mayores velocidades calculadas para estos animales en todo el mundo. La investigación confirma también la agilidad de estos dinosaurios y nos da pistas sobre su comportamiento y modo de vida.
AUX STEP FOR JS
Todo tiene, en cuaquier caso, un límite. Sabemos por ejemplo que los 'corredores' eran terópodos, pero ésa es una familia grande. Y no se puede saber exactamente de qué animal se trataba. Quizá, explican, parientes «de los espinosáuridos o los carcharodontosáuridos».
Y aunque sabemos que corrían, no sabemos por qué corrían. «Tenemos que trabajar con evidencias», explica Navarro. «No sabemos qué estaban haciendo, y hay multitud de explicaciones». Puede que persiguieran a una presa, claro, pero también que huyeran intentado no convertirse a su vez en una. «O quizá, como se trata de pre-aves, pudiera ser un ritual de apareamiento».
Lo de Pablo Navarro con los dinosaurios viene de pequeño. «Mucho antes de que se estrenara Jurassic Park». De hecho, recuerda ahora el investigador zaragozano de 33 años, «mis padres no me dejaron ir a ver esa película, porque era violenta».
Pero su pasión le marcaba el camino. Estudió en Zaragoza, hizo un master en Madrid y finalmente consiguió una beca predoctoral para investigar en la Universidad de La Rioja. Y los primeros frutos no han podido ser mejores.
¿El futuro? La investigación en España ofrece de todo menos seguridad laboral. «Hay que ir poco a poco. Hay mucha gente brillante y que luego no ha tenido suerte».
Desde luego, publicar en Scientific Reports es un buen inicio («es una revista bastante potente», señala) y encima con un proceso de publicación bastante sencillo, lo que habla de que el trabajo estaba bien amarrado.
Ahora Navarro trabaja en cerrar su tesis. Ahora trabaja con dinosaruios y eso que, ríe, «soy bastante menos dinofriki que de niño».
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