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Noemí Romero trata de lidiar desde hace casi ocho meses una batalla incómoda:que los docentes del instituto de su hijo respeten su nueva identidad. «Avisó en septiembre de que era chico y de que se llamaba Lex. Los profesores tenían que cambiar su nombre ... en el listado, además de en Racima; y tratarle en masculino, pero hay quienes se refieren a él en femenino y por el anterior nombre», explica esta madre riojana.
Ante esta negativa, efectuaron una reclamación a través de la asociación riojana Gylda LGTBI+ y se pusieron en contacto con el centro, pero «no nos da respuesta». «No nos han contestado al cambio de nombre en las listas y las profesoras han sido advertidas, pero no hay manera», lamenta.
Como madre, le ha costado asimilar todo este proceso. «Le notaba distinto desde pequeño. Creía que igual le gustaba el sexo femenino, pero no pensé que iba a ser algo tan fuerte como que quería ser chico. Cuando me lo dijo me sorprendió porque es muy duro; llevaba toda la vida tratándole en femenino. Ha nacido chica y cuesta, por eso hay veces que le trato en femenino, pero él lo entiende; es poco a poco el proceso».
A pesar de que hace dos meses también inició junto a su hijo –tras la entrada en vigor en febrero de la Ley Trans los menores de entre 14 y 16 años pueden cambiar su sexo si disponen del consentimiento de sus padres o tutores legales– los trámites para cambiar su nombre y su género en el Registro Civil, no han podido hacerlo. De hecho, han tardado cinco semanas en poder obtener el certificado de empadronamiento... pero el trámite no acaba ahí. «Ahora tengo que volver a enviar todos los papeles al Registro Civil, que nos den cita para dentro de tres meses e ir, por lo que hasta finales de verano o el próximo curso no creo que lo consigamos». De ahí el desasosiego que experimentan ambos en casa. «Es más por él que por mí, porque yo al final sé que es un proceso y que tiene que esperar un tiempo. Él es el que peor lo pasa y más se angustia, porque a cada sitio que vayamos sabe que le van a llamar por un nombre que rechaza y que no quiere ni oír. Es duro ver que lo pasa mal».
«Lo más complicado ha sido verlo pasarlo tan mal, porque se siente incomprendido, se siente chico y quiere comenzar ya con la hormonación, hacerse la operación... Hay temporadas que está muy angustiado; él necesita ya que lo que siente por dentro pueda demostrarlo por fuera». Pero cuesta tener paciencia. «El verano es una fecha muy mala para él. En la piscina se pone todos los forros que puede para que no se le note el pecho; es muy complicado». Sobre todo, porque «a cualquiera no se lo puedes contar, porque hay mucha gente que no lo comprende, que piensa que es un pronto que le ha dado y que se le va a pasar. Escucho mucho a mi hijo y estoy segurísima de que es chico; lo tiene muy claro», concluye.
Lex Fernández empezó a notar con tan sólo 11 años que algo no iba bien. «No sabía lo que era y no le daba mucha importancia, porque pensaba que se me iba a pasar, pero ya con la cuarentena descubrí qué era lo que me pasaba», explica este riojano de 14 años. Se lo comentó a sus amigos, pero delante de sus padres lo llevaba en secreto. «Me trataban con el otro nombre porque no me sentía seguro, pero en cuanto se enteraron, la familia de mi madre me apoyó al instante. A mi padre le costó mucho y aún le cuesta. Me dice que soy muy joven y que no esté tan seguro, pero no puedo demostrarle físicamente lo que siento por dentro». La Ley Trans le supuso «un halo de esperanza» para dejar atrás los momentos incómodos. «Poder cambiarme de nombre y de género en el DNI lo supone todo, porque en cada sitio oficial es otra vez lo mismo, explicar la misma historia una y otra vez... así me respetarán en el colegio, pero o agilizan los trámites, o se volverá a repetir la misma historia el curso que viene».
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