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Cuando Raquel Romero llegó, instantes antes de las 10 de la mañana, al Parlamento de La Rioja, quienes albergaban alguna esperanza de que apoyaría la investidura de Andreu comenzaron a torcer el morro. Aterrizó cargando de nuevo contra el PSOE y, después de las cuatro ... horas de diálogo de la noche del miércoles, enrocada en sus mismas posiciones: o gobierno o nada.
Menos de media hora después, uno de los manchegos que desde hace días recorren los pasillos del Parlamento regional alertaba a la prensa: «Va a salir Raquel». Al final tardó más de una hora y media pero un whatsapp confirmaba todas las sospechas. ¿Se ha roto todo? «Sí, sin consejeríaS [en plural] no hay investidura». Después de varios escarceos para, quizá, poder acusar a la contraparte de levantarse de la mesa, el PSOE abandonó la reunión. Romero finalmente (y tras una excursión por el Parlamento para no pasar ante la puerta en la que le esperaban los periodistas) se encerró en su despacho.
A partir de ese momento la actividad se trasladó al otro Parlamento, el bar que abre frente a la puerta del hemiciclo. Nazaret Martín y Mario Herrera se reunieron en el exterior con Axier Amo (el responsable de de prensa llegado del sur) y a ellos se fueron sumando diferentes afines a la gestora (también algún miembro de Equo) mientras Romero seguía encerrada en la sede parlamentaria. El grupo parecía satisfecho del resultado de la negociación. Más aún cuando
la llegada de Kiko Garrido (máximo responsable de Podemos en La Rioja) se escenificó con un efusivo abrazo (palmadas sonoras en la espalda incluídas) cuando menos sorprendente dado el desenlace de las conversaciones.
Y dieron las doce. Y Romero, como entró, salió para acusar al PSOE, a Pedro Sánchez, a Concha Andreu... de todo. Hasta de amenzarles. Y, sobre todo, de no querer hablar de la formación del gobierno. «Están recibiendo presiones», dijo después de desvelar las suyas: «Hemos recibido la órdenes de entrar en el gobierno». Andreu le tomó el relevo. Abrió las puertas a hablar con quien sea para alcanzar «un gobierno progresista» y resumió la reunión en una frase: «Mario me ha dicho: 'Sin consejerías usted no va a ser presidenta'».
El Hemiciclo fue hostil con Romero. Tanto desde el público (que le abucheó) como desde el atril. Sobre todo cuando tomó la palabra Henar Moreno que le acusó de haber traicionado el espíritu del 15M. Pero Romero estaba abducida (otra vez) por su teléfono móvil. Ni siquiera miró a Raúl Díaz cuando se dirigió a ella.
Pasadas las dos de la tarde, todo había acabado. Herrera salía al exterior del Parlamento como salen los toreros a la plaza: estirando el pecho, mirando al cielo y forzando el cuello. Confiando en una buena faena. Él ya la había completado. Hubo quien se lo reprochó mientras fumaba con Nazaret Martín. Como Romero con Raúl Díaz, sonrió y dio otra calada.
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