El sábado 15 de noviembre de 1980, jornada histórica, fue sancionada y promulgada la Ley sobre el cambio de nombre de la provincia de Logroño por el de la provincia de La Rioja, requisito histórico del que hoy se cumplen cuarenta años nada menos. Días ... después, aparecería en el BOE. Por aquel entonces, nadie dudaba de que la denominación real de esta tierra era La Rioja.
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La historia y la literatura de siglos y siglos en documentos y libros así lo avalaban, desde que a finales del siglo XI –cuatro años después del Fuero de Logroño (1095)– el mismo rey Alfonso VI mandara escribir en el posterior Fuero de Miranda de Ebro (1099) la palabra Rioxa o Rioga, que se pronunciaba Rioja. En 1980, sin embargo, ya estaban inmersos los riojanos en un objetivo político y administrativa más ambicioso: la autonomía de La Rioja.
En poco más de año y medio, la región incluida en Castilla la Vieja pasó de llamarse provincia de Logroño a constituirse en Comunidad Autónoma de La Rioja el 9 de junio de 1982.
El estatus de la provincia de La Rioja tan solo duró 571 días.
Y aunque esta transitoriedad de poco más de año y medio como provincia riojana pueda parecer baladí, fue la clave. De hecho, desbrozó el camino al autogobierno con su calificativo original, como el que ya tenía que haber figurado en 1822, cuando La Rioja pasó de ser una región descuartizada arbitrariamente entre Burgos, Soria, Álava, Navarra y Zaragoza a constituirse en provincia por primera vez en su historia.
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En pleno Trienio Liberal, empujados los poderes públicos por las ideas ilustradas que llegaban de Europa, decretó el Gobierno, el 27 de enero de 1822, la división administrativa de España en 52 provincias, que por primera incluía la provincia de Logroño, si bien la propuesta de ley reclamaba el nombre de Rioja. La permuta había sido condicionada por al artículo 2º del decreto de LIX de 1822, que obligaba a poner a la mayoría de las provincias el nombre de su capital.
En el primer oficio llegado a Logroño desde Madrid, anunciando la buena nueva, se leía con cierta sorna: «En la sesión de cortes celebrada este día se ha declarado a la Rioja por provincia independiente bajo la denominación de provincia de Logroño y por capital a esta ciudad».
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Un único año de vida disfrutó esta primera provincia logroñesa, pues la invasión de los Cien mil Hijos de San Luis y el regreso al régimen absolutista, permitió al rey Fernando VII cargársela de un plumazo. No fue hasta la muerte del peor monarca de la historia de España, en 1833, cuando La Rioja volvió al estatus provincial pero bajo el nombre de su capital, pese a las múltiples gestiones realizadas por personalidades de la época.
Habrían de transcurrir décadas y décadas, tras el fin de la dictadura del general Franco, para que los organismos oficiales, en este caso la Diputación Provincial, sacara a colación el cambio de nombre. Así decía la iniciativa de 22 de julio de 1977: «No es que esto no deba existir para la capitalidad de aquella, es, simplemente, que el habitante del resto de la provincia no se siente identificado con el nombre de 'logroñés' y sí con el de 'riojano'. Esa legitimación, sin embargo, comenzaba a entremezclarse con un espíritu autonómico, propulsado sobre todo por la gente más joven. Eran dos guerras diferentes pero que, en el fondo, convergían en un común denominador riojano: la descentralización.
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Y es que, como explica el historiador riojano Francisco Bermejo: «La adquisición del nombre de La Rioja para nuestra provincia se terminó convirtiendo en un tema simbólico de máxima importancia para las futuras reivindicaciones autonómicas y regionales, tal como se dice en la moción aprobada en la Diputación en 1977 para solicitarlo».
Por fin, el Boletín Oficial del 22 de noviembre de 1980, bajo la firma del rey Juan Carlos I y del presidente del Gobierno Adolfo Suárez, publicó la Ley 57/1980, que ponía negro sobre blanco que «La actual provincia de Logroño se denominará provincia de La Rioja, manteniéndose el nombre de Logroño para su capital». Pero el camino de los meses anteriores hasta que el BOE publicara tal ley no fue de rosas ni muchísimo menos.
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Tras la moción diputacional de 1977, el Gobierno de España dio la callada por respuesta, aunque, por otra parte, los movimientos populares seguían aumentando en pos de la autonomía. En 1978 se celebró en Nájera el I Día de La Rioja, una masiva jornada en la que los políticos electos, que habían formado la Asamblea de Parlamentarios, fueron abucheados, ante la inacción de unos y de otros. Suárez y sus ministros habían tejido una tela de araña administrativa y burocrática que dificultaba a los representantes electos poder avanzar en su empeño por alcanzar el cambio de nombre.
Mientras tanto, entidades como Amigos de La Rioja o el Colectivo Riojano, apoyados por el entonces periódico Nueva Rioja (LA RIOJA), fueron los primeros en prender la mecha, testigo que pronto fue recogido por la gente más joven. Cada fiesta de cada pueblo de la provincia se convertía en un acto reivindicativo en favor del cambio de nombre y del autogobierno.
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Desde ese momento, el PSOE no tuvo otra alternativa que apostar inequívocamente por la autonomía de La Rioja como provincia-región –en los primeros años de la Transición, la dirección socialista en Madrid apostaba por una integración de la provincia en el País Vasco, como contrapeso al incipiente abertzalismo–, mientras que UCD seguía viendo Logroño como una más de las provincias de Castilla y León, y Alianza Popular (actual Partido Popular) no creía mayoritariamente en la España de las autonomías.
Al final, PNV y UCD cedieron, el PSOE se olvidó del contrapeso y AP (PP) cambió tanto de criterio que, hoy por hoy, es el partido que más años ha ocupado el Palacete y el Gobierno regional.
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