Juan Marín

Estos días de agosto

La crónica ·

«Me ha herido recatándose en las sombras, / sellando con un beso su traición. / Los brazos me echó al cuello y por la espalda / partióme a sangre fría el corazón» | Gustavo Adolfo Bécquer (RIMA XLVI)

Jorge Alacid

Logroño

Domingo, 30 de agosto 2020, 08:41

Lunes, 3 de agosto. A primera hora de la mañana, colaboradores de los consejeros Ocón y Santos empiezan a embalar sus cosas con el aire resignado de quien no entiende nada pero ya ha dejado de hacerse preguntas. Mientras recogen sus papeles, varios de ellos ... comparten confidencias con los funcionarios más avisados de que se precipita el despido de sus jefes. Incluso en esos escalafones de la Administración se sabe lo esencial de la crisis de Gobierno a punto de cristalizar. Concha Andreu ha retirado su confianza en sus dos consejeros, de cuya lealtad lleva tiempo dudando, por sí misma o azuzada por su entorno, y alumbra una remodelación de su equipo que acabe con aquellos de sus integrantes reos a sus ojos de un sorprendente delito: demasiado cerca del PSOE para el gusto de la presidenta.

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'Agosto', lienzo propiedad del Museo del Prado, obra del pintor alavés Díaz Olano.

A esa misma hora, Ocón se embarca en un ardid postrero: rebelarse contra su destino, como algún colaborador le venía aconsejando. Que jugase mejor sus cartas. El secretario general del PSOE obedece a esa sugerencia con una doble treta. El primer truco consiste en convocar a los medios de comunicación para una comparecencia cuyo sentido auténtico residía en que congregaba a la prensa y respondiendo a sus preguntas en realidad dirigía sus dardos hacia su jefa. Ocón sabía que ese día era el lunes marcado en rojo en el calendario presidencial para enviar al BOR el decreto de cese, luego de un forzado aplazamiento: confinadas sus víctimas por las normas de higiene antivirus, Andreu prefirió esperar a que se resolviera la cuestión sanitaria y aprovechó para que nada enturbiara su gran día, su condición de anfitriona en Yuso de la cumbre autonómica del 31 de julio. Se dio como margen para ultimar su maniobra el primer fin de semana de agosto, mientras enviaba la señal definitiva hacia su alrededor, la misma que recibieron Ocón y compañía. Que el lunes anunciaría la salida de los dos consejeros que más le anclaban con su partido y fortalecían la conexión con el grupo parlamentario. Una crisis sin precedentes se avecinaba. Tronaron los mensajes por el móvil e incluso antiguas víctimas de Ocón en su ascensión al trono del PSOE se escandalizaban. Se preguntaban dónde se había extraviado Andreu y se contestaban como se contestaban nuestras madres: sí, las malas compañías. Pero así como Ocón se movió con destreza en esas tempranas horas del lunes, Andreu incurrió en una serie de errores que acabaron por frustrar sus planes. El primero, enseñar sus cartas. Porque durante todos esos días previos, había ido reconociendo que en efecto preparaba el adiós de Ocón y Santos. Un secreto a voces en una región muy pequeña. Perdió la iniciativa y renunció al factor sorpresa, ofreciendo demasiadas pistas sobre los sustitutos de los consejeros caídos (Pablo Rubio como relevo de Santos, nadie para sustituir a Ocón: otras consejerías se repartirían las competencias que gestionaba el consejero de Gobernanza) e insinuando la conveniencia de que José Luis Rubio, titular de Desarrollo Sostenible, también se despidiera del cargo. Andreu disparaba contra todo lo que se moviera junto a su partido.

Segundo error, exceso de confianza. Andreu no contaba con que Ocón se resistiera con tanto celo. Que extremara su resistencia a la pretensión de la presidenta de destituirle, antes de cumplir siquiera un año de mandato. Porque el consejero, antaño su más fiel colaborador, aprovechó el turno de preguntas de la inane rueda de prensa para afear a su aún compañero de gabinete, Luis Cacho, sus manejos financieros alejados del manual del buen socialista y trasladó toda responsabilidad de su inminente salida a Andreu, cuyo parecer invitó a los periodistas a sondear. No fue su único astuto movimiento. Segundo truco: en un admirable juego de manos, mientras con la derecha comparecía ante la prensa, con la izquierda llamaba la atención de Ferraz sobre el proceder de la presidenta. Andreu tenía avisada a la dirección federal de sus intenciones, a falta del trámite de comunicar ese lunes desde el Palacete la noticia a José Luis Ábalos, ministro y secretario de organización del PSOE, esperando un plácet que nunca llegó. Lo que llegó fue una contraorden. Desde la cúpula del PSOE, donde había quedado registrada una carta firmada por 13 de los 15 miembros del grupo parlamentario (todos salvo Andreu y Jesús María García) advirtiendo del seísmo que pretendía promover la presidenta, se sugirió a Andreu que cejara en su empeño, videoconferencia mediante entre la presidenta, su consejero rebelde y el ministro Ábalos. Un trío de médiums que convocó al espíritu de Henar Moreno, firmante en nombre de IU del pacto que coronó a Andreu y que tenía sus propias ideas, poco gratas para la presidenta.

Tercer y definitivo error. Porque en qué estrategia podía caber que su Gobierno echara precisamente al consejero que, como secretario general, rubricó el acuerdo que abrió las puertas del Palacete, como recordó Moreno. A Ocón le ayudó en esa hora decisiva la interesada filtración, desvelada justo mientras se inauguraba la cumbre de Yuso, sobre los manejos de Cacho y su sicav, una conducta poco ejemplar a ojos del socialismo de toda la vida. Que en vez de echar a un consejero capaz de llevarse sus ahorros fuera de España, Andreu prefiriese liquidar al guardián de la ortodoxia socialista resultó incomprensible en Ferraz, donde alegaron para contravenir los planes de la presidenta que habían carecido de toda la información al respecto de la operación que urdía.

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La crisis acababa de encallar. Hacia el mediodía, los altos cargos que habían metido sus papeles en archivadores modelo AZ recibieron la instrucción opuesta: el reloj se había parado y retrocedido a agosto del 2019. Cuando nadie desconfiaba de nadie y la familia socialista sacaba del armario el traje de presidir La Rioja que llevaba un cuarto de siglo apolillado. Unas horas después, en medio de un carrusel de intrigas palaciegas que hubiera hecho feliz a Shakespeare, ambos consejeros y sus equipos respiraban aliviados. La bala había pasado rozando pero habían salvado el primer match ball. Y Andreu tenía que enfrentarse a la peor tarea que aguarda a un político en sus días infaustos: meter de nuevo la pasta en el tubo de dientes. Aprovechar la crisis para despedir a dos piezas de menor entidad y convocar a la prensa en condiciones muy desfavorables a sus pretensiones de buena mañana, carente del principal atributo de todo mandatario: ser quien marca la agenda en lugar de correr detrás de los acontecimientos. Había dejado de gobernar su entorno; mal síntoma para quien gobierna La Rioja.

La Rioja. Ah, La Rioja. Como ocurrió en el caso de sus predecesores, también Andreu persevera en dedicar a conspiraciones la energía precisa para mejorar la vida de los administrados. «Esto es pura lucha de poder,», avisaba un alto cargo del Gobierno equidistante entre los dos rivales, que culpaba a ambos de dejar que sus diferencias enfangaran la acción gubernamental y la ralentizasen. Incapaces de aparcar sus respectivos egos y ponerlos al servicio de los intereses que prometieron atender cuando accedieron a sus cargos, antes que poner toda su atención en el bienestar de La Rioja. Cuyo motor lleva años al ralentí. Sin que semejante disfunción parezca preocupar demasiado a estos gestores como desinteresó con similar intensidad a los anteriores. Andreu, que venía a cambiar las cosas luego de un cuarto de siglo de dominio del PP, acabó naufragando en la estela de Sanz y Ceniceros, ese mejorable estilo de ejercer el poder que parecía superado.

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Incluso en el lenguaje no verbal Andreu recordó ese lunes, en efecto, a los anteriores presidentes, como si el Palacete encerrase un malévolo fantasma que inoculara el gen del autoritarismo. Era una Andreu adusta, al borde de la ira. El semblante, las palabras y los hechos de quien acaba de ser derrotada. Aníbal en rueda de prensa tras la victoria de Julio César. «Yo también soy el PSOE», llegó a exclamar. Como si se lo tuviera que recordar a sí misma. Enfurruñada, cubrió de incomprensibles elogios al consejero que acababa de despedir, su hasta entonces protegido Luis Cacho, y por el contrario lanzó sus puyas hacia quien sí iba a seguir a su lado: Ocón. Una manera tácita de reconocer que su rival había sido más listo cuando ya se encaminaba a la guillotina y le ordenaron regresar a su despacho. Tiempo tendrían Ocón, Santos y sus equipos de recoger sus cosas. La crisis no se había disuelto. Sólo aplazado por razones de oportunidad política.

La función había terminado. Los seguidores de Ocón exhibían su repentina victoria en las redes sociales con mensajes para iniciados y la facción derrotada penaba sus calamidades con una discreción superior. Porque no sólo perdió Andreu. Con ella cayeron abatidos esos dirigentes del PSOE enfrentados a la dirección que ya se veían en el Palacete y sucumbieron ese primer lunes de agosto a un feroz ataque de melancolía. También tenían que deshacer las maletas, enmudecidos. Comprensiblemente alicaídos. Derrotados en el congreso de hace tres años, Andreu les había ido prometiendo durante su incesante peregrinaje por La Rioja interior lo que nunca estuvo en condiciones de garantizar: liderar una suerte de golpe de Estado inverso contra las entrañas del partido. Un plan que ahora, una vez ejecutado, supone gobernar con sus propias siglas enfrentadas, una idea impropia de políticos veteranos: como advertía un estupefacto dirigente del PP, «en el parvulario de la política ya se aprende que no puedes ir contra tu secretario general». Tu líder debe ser siempre tu aliado.

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Estos días de agosto que agoniza pudieron servir para tender algún puente entre los protagonistas de la crisis, entre quienes mediaron la pareja formada por Nuria del Río, fiel colaboradora de Ocón, y José Ignacio Pérez, presidente del partido, a quien se acusa de decantarse del lado de Andreu. No tuvieron éxito en sus negociaciones. El enfrentamiento siguió, aunque larvado («Concha y Paco ni siquiera se hablan si pueden evitarlo», apuntaba mediado el mes un veterano dirigente), luego de que sus rencillas propiciaran un nuevo cisma, cuando Andreu se anotó un triste gol del honor y propinó a Ocón un puntapié por persona interpuesta en la figura del consejero Rubio, otro caído. Un gesto de autoridad que difícilmente se estudiará como caso de éxito en las escuelas de negocios que imparten cursos de liderazgo. Y que reflejó la profundidad de la sima abierta entre ambos. Entre sus dos concepciones del modelo de gestión que debería caracterizar las relaciones de Gobierno y partido, sus mutuas ansias de poder. Un alejamiento entre sí que lo es también respecto a la realidad circundante: los dos decidieron ignorar la decepción originada no sólo ante sus bases sino entre esos votantes que pensaron hace un año que llegaba un auténtico cambio a La Rioja. Sus desolados electores que este último lunes, 24 de agosto, vieron materializarse en diferido el anunciado despido de Ocón y Santos, cuyos colaboradores volvieron a empacar sus papeles mientras el Palacete orquestaba una reorganización del organigrama con aire de revolución. Una suerte de enmienda a la totalidad de la Andreu de hoy a la Andreu de hace un año.

Era el penúltimo episodio de un espectáculo que continuará: Ocón, que rechazó la patada hacia arriba que le ofrecieron en febrero para ser delegado del Gobierno, también declinó una oferta de ultimísima hora llegada desde Ferraz para que presidiera el Sepes. Desde el lunes, enrocado en Martínez Zaporta, fortifica su trinchera en el Parlamento: hará beber cicuta a sus rivales (es decir, sus hasta ayer compañeros de gabinete) cuando impulsen un nuevo paquete legislativo o quieran aprobar por ejemplo el Presupuesto. Como se considera el guardián de las esencias socialistas ante un Gobierno donde detecta una inquietante inclinación a la derecha, amenaza con convertirse en una nueva subespecie de la fauna política riojana: líder de la oposición al Gobierno, en vez de su principal apoyo.

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Porque en las decisiones que tomó Andreu para acompañar su caída, Ocón habrá observado ganas de humillarle. Por ejemplo, viendo cómo las competencias de igualdad, que en la mentalidad de su partido sólo pueden estar en manos del PSOE, pasan a ser gestionadas por Podemos, que se lleva como regalo de Andreu lo que Ocón le negó con fiereza hace un año. Y más dardos. La presidenta, liberada al fin por Ferraz de las ataduras que le impidieron maniobrar a su antojo a primeros de mes, llenó esta semana su equipo de altos cargos según una lógica que su rival leerá como un ataque personal: premiar a los derrotados en el congreso del 2017. En castigo a Ocón por olvidarse de que, como subrayan sus críticos, en la cultura del PSOE está interiorizado el principio según el cual el partido sólo es el instrumento para llegar al poder:«Luego hay que dejar manos libres a quien gobierna».

Esa máxima desatendida por Ocón aceleró su caída. Que puede ser solo la primera derrota:ahora mismo, la mayoría del partido no es la misma que le entronizó hace tres años. Los perdedores de entonces se mantienen cohesionados y no dejan de sumar apoyos entre las antiguas víctimas del todavía líder, que ni siquiera pudo arrancar de su jefa una victoria de consolación: que cuando anunciara su despido proclamara a la vez desde el Palacete su adhesión a su secretario general. La promesa de que no competirá por el puesto dentro de un año o promoverá una candidatura propia contra la actual. Andreu sólo pronunció esas palabras en una entrevista radiofónica, una concesión que su rival consideró irrelevante. De modo que desató las hostilidades contra el Palacete, organizando el cese de sus altos cargos rebeldes y enviando el tipo de señal que no admite discusión. Que hay partido y que dará la batalla.

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Quedan tres años de legislatura, en teoría. Tres años para que las partes en conflicto ensanchen sus diferencias o para que firmen no tanto la paz como al menos una tregua, como sugiere el ala moderada del PSOE. Que practiquen el catecismo del buen político, su propio credo, incluyendo el perdón de los pecados y la esperanza en la vida futura. Aunque hay otra alternativa, insinuada por Ocón mientras permaneció confinado: ni olvido ni perdón. Volver la vista hacia quienes nunca te traicionan: su guitarra eléctrica. Cuyas cuerdas podrían rasgar los acordes de aquel viejo éxito de Calamaro, un triste himno a la frustración: «Todo lo que termina, termina mal. Y poco a poco».

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