Diario pop
La crónica ·
«Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! / ¡Carne triste y espíritu villano!» Antonio Machado ('El loco')La crónica ·
«Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! / ¡Carne triste y espíritu villano!» Antonio Machado ('El loco')Mediada la pasada legislatura, un responsable del Palacete se animaba a abandonarse a las confidencias. «Hemos perdido casi dos años con lo del congreso del PP», confesaba. Era su manera de reconocer que la batalla por hacerse con los mandos del partido había ocupado una ... parte considerable del tiempo que debería haber dedicado el Gobierno a mejorar las condiciones de vida de sus administrados, con su exagerada dosis adicional de corrosión interna: batallar contra los propios siempre exige un desgaste emocional superior. «Claro que a ellos les ha pasado lo mismo», añadía.
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Por «ellos» aludía a los dirigentes del Ayuntamiento logroñés, también entonces en manos del PP, que habían seguido a su alcaldesa Cuca Gamarra en su fallido pulso con José Ignacio Ceniceros. Cómo esa disputa interna mermó la respectiva acción de ambos gobiernos se evidenció meses después, allí donde suele: en las urnas. Perdió el PP el poder regional, cedió al PSOE el timón de la capital y cuando miraron hacia atrás los distintos responsables de esa larga serie de derrotas, en la búsqueda de argumentos que explicaran su caída, se encontraron con que no había nada. O no había gran cosa. La gestión autonómica, como la local, había sido durante los últimos cuatro años muy mejorable. Por recurrir a un adjetivo piadoso.
El equipo que relevó a Gamarra en el Ayuntamiento lleva desde entonces gestionando la ciudad a un ritmo enloquecido, explorando una doble veta: con una mano abjura de algunas medidas tomadas por el anterior Gobierno, que sangraban las cuentas municipales y disponían de una ancha contestación popular (la rotonda de Vara de Rey, la Casa del Cuento), mientras con la otra mano imprimen su sello a una serie de acciones muy llamativas sobre la trama urbana, según una apresurada secuencia dotada de un vértigo suplementario por la crisis del virus, con su propia cuota de malestar ciudadano.
Porque, más o menos de repente, cambia la fisonomía de unas cuantas calles centrales de Logroño, la ciudadanía se sorprende (cuando menos) y se echa en falta una ración extra de pedagogía para explicar esas medidas que configuran en apenas unas semanas una ciudad distinta. Hay calles como Fundición o Sagasta (por cierto: largos años maltratadas por otros equipos gubernamentales) que recuerdan la iconografía de cualquier artista pop, como si se hubiera disparado el consumo de ácido lisérgico en los quehaceres diarios de la cosa municipal, aunque con un propósito de fondo que puede compartirse: insistir en la escala humana de la ciudad. El resultado de la intervención urbanística (contenido en la ecuación más espacio para el peatón, menos para los vehículos a motor) ejerce como el tipo de árboles que impiden ver el bosque: la foto de conjunto con que Logroño se dispone a salir de la crisis. Una foto que recordará bastante al retrato de otras ciudades con quienes compite y a las que imita. Nada extraordinario. O una extraordinaria normalidad.
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La próxima imagen de la ciudad deberá tanto al contexto inherente a los días de confinamiento y a las exigencias del estado de alarma sobre el tráfico de bienes y personas como a un par de variables que juegan a favor del grupo capitaneado por Pablo Hermoso de Mendoza. La conveniencia de tomar las decisiones más trascendentes en los primeros meses de mandato (o de lo contrario, Logroño seguirá en ese estado hipotenso de los últimos tiempos) y la certeza de que la oposición, comandada por el PP, tiene que tomarse su propio tiempo antes de ofrecer una alternativa cabal.
Porque el grupo que comanda Conrado Escobar afronta una tarea igualmente hercúlea y caprichosa, por insólita: ser capaz de dotarse de un discurso alejado de quienes defendían esas siglas en ese mismo Ayuntamiento hasta el año pasado. En su proceso de huir de la herencia recibida de manos de Gamarra, se observa primero desconfianza hacia sus antecesores (con quienes rivalizaron en aquella cruel disputa interna) y luego el reconocimiento tácito de que Logroño necesitaba moverse. Hacia donde fuera, pero moverse: aceptando que la ciudad había quedado paralizada, como se deduce de que el actual PP (ni antes durante la campaña electoral ni hoy desde la oposición) evite toda reivindicación de los logros de la anterior alcaldesa.
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Logroño lleva en efecto largo tiempo parado. Necesitado de que pase algo en sus calles, alguna movilización más emocionante que la pura administración del gasto corriente. Necesita reactivar su Ayuntamiento, un gigante a menudo de orden decimonómico, y necesita un empujón demográfico, cultural y ciudadano que no repita viejas consignas ni sobados eslogánes. Adaptarse en fin a la modernidad, que muchas veces requiere volver al pasado, beber de las antiguas fuentes.
Para lo cual también precisa liderazgo: su Gobierno recuerda demasiado a un grupo de bienintencionadas damas y voluntariosos caballeros a quienes su partido ha dejado solos, un poco a su aire. Resulta difícil determinar el sesgo ideológico en sus propuestas, incluyendo las más controvertidas, dotadas de un gratificante espíritu irreverente. Pero, de momento, ya está ocurriendo algo. El tiempo (y las urnas, de nuevo) dirá si bueno o malo: también Pilar Salarrullana subió su propio Gólgota hace años y ahora tiene una calle dedicada.
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