Una ciudad en mitad del camino
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Una ciudad en mitad del camino
Descubrir Logroño en un fin de semanaSi hay una ciudad para el fin de semana esa es Logroño: proporcionada, sin muchedumbres, amable y hospitalaria, rica en historia y patrimonio, capaz de combinar tradiciones y modernidad, tranquila y divertida, sin complejos y a la vez orgullosa de una cultura del buen vivir que se expresa especialmente en el buen comer y el mejor beber. La capital de La Rioja, región de vino y símbolo de la lengua castellana, está siempre abierta a hacer que el visitante se sienta un logroñés más. Como buena tierra de paso, una ciudad en mitad del camino.
El bautismo
La oferta de hoteles y similares, renovada en los últimos años, ofrece la posibilidad de alojarse en pleno centro histórico o en zonas más nuevas. En todo caso, las distancias nunca representan un gran problema en una ciudad que invita a ser recorrida a pie. Lo primero es pasar por su auténtico corazón, El Espolón, para fotografiarse con la popular estatua ecuestre del Espartero sabiendo que el bueno de Baldomero renunció a la corona y a la corte en Madrid, nada menos, para vivir tranquilamente en su ciudad preferida. Por algo sería.
La gran plaza está rodeada de locales en los que poder tomar un café recién llegados, la primera copa de la tarde o incluso comer algo: en un palacete reformado del siglo XIX, Wine Fandango (Vara de Rey, 5) ofrece las tres posibilidades, pero también están las cafeterías Cu4tro y Delicias y el restaurante La Rosaleda 1946, con sus terrazas contiguas en el propio paseo, o el Ibiza, en los soportales de Muro de la Mata.
Callejear en Logroño significa meterse en su casco antiguo y familiarizarse enseguida con el entorno que será escenario protagonista, pero no único, de las próximas cuarenta y ocho horas. Bajando por Muro del Carmen, a la derecha queda el recién renovado instituto Sagasta, en la Glorieta del Doctor Zubía, a la izquierda las entradas a la calle San Juan y el Cristo, que dejaremos para más adelante, y, en la siguiente esquina, el comienzo de la emblemática calle Portales.
Estrechamente ligada a la historia e idiosincrasia logroñesa, donde todo el mundo se conoce, Portales articula el ir y venir diario de propios y extraños. En 1610 acogió el célebre proceso inquisitorial contra las llamadas brujas de Zugarramurdi y, más recientemente, en 1956, se convirtió gracias al cine y a Juan Antonio Bardem en la 'Calle Mayor' de toda España. Conviene recorrerla de principio a fin para conocer una arteria peatonal en la que se suceden los establecimientos hosteleros y comerciales más típicos y otros de nueva implantación, desde la tienda de delicatessen La Luci a la de discos y complementos roqueros BBCh on Rock, desde las librerías Cerezo y Castroviejo a la sombrería Dulín. Lo que es seguro es que de esta calle no se sale sin merendar, pero habrá que elegir (o no) entre los 'golmajos' tradicionales de La Mariposa de Oro, especialmente milhojas y canutillos, y la colorida carta de helados revolucionarios de DellaSera.
La calle pasa junto a la concatedral de La Redonda, las plazas del Mercado y San Agustín, con los antiguos edificios de Correos y Tabacalera, hoy hotel y biblioteca respectivamente, y ofrece la posibilidad de hacer una o dos primeras visitas culturales: o bien al Museo de La Rioja, en el antiguo palacio que fue sede episcopal y residencia de Espartero, con una variada colección que va desde la Prehistoria local a la actualidad (museodelarioja.es); o bien a la Sala Amós Salvador, una de las referencias culturales de la comunidad, dedicada al arte contemporáneo (que en las fechas de esta publicación cuenta con una muestra de la dibujante Rosa Castellot, Galardón a las Artes y la Cultura de La Rioja 2022).
Después de esto, ya no hay razón para seguir demorando lo inevitable: la Calle Laurel. Puedes buscar restaurantes para cenar entre un gran abanico de posibilidades, como los tradicionales Cachetero, Iruña o Matute, pero será dificil, más bien imposible, entrar en 'la senda de los elefantes' y salir con hambre. Nadie puede decir que conoce Logroño si no ha practicado la sana costumbre de ir de vinos y pinchos por Laurel y sus alrededores, una zona de estrechas callejuelas abarrotadas de pequeños bares típicos con una surtida barra de tapas tradicionales o más elaboradas y una inmejorable bodega de caldos jóvenes y de crianza. Es aquí y en ningún otro sitio donde uno ha de recibir su verdadero bautismo de Rioja, codo a codo con los parroquianos chiquiteros de siempre o los demás peregrinos de paso en la tierra del mejor vino. Hay que probar los pinchos del Tío Agus, los morritos del Charli, los champis del Soriano, las setas del Perchas, los matrimonios del Blanco y Negro, las bravas del Jubera, las orejitas rebozadas del Sebas o a la plancha en La Tavina y cualquier otra vianda que se ofrezca.
A estas alturas vas camino de convertirte en todo un logroñés o logroñesa, de esos que retrasan al máximo tomarse la penúltima antes de irse a la cama, así que a estas horas de tu primera noche tienes un par de buenas opciones: sentarte a contemplar a tus nuevos paisanos en el Café Moderno, uno de los más típicos y populares, o atreverte con los garitos juveniles de la Mayor (calle San Nicolás, en realidad), Sagasta y la plaza del Mercado. Si eres de estos últimos y además te va la música en vivo, tu sitio se llama Stereo Rock & Roll Bar (San Nicolás, 104). Y esto no ha hecho más que empezar.
Un paseo por la historia
A los buenos días. Eso que sientes en tu cuerpo al despertar es la prueba de tu recién estrenado logroñesismo. No es grave, solo necesitas desayunar como un buen riojano y volver a la carga. Aromas y Semillas (Picos de Urbión, 4), Ícaro (Piquete, 8) o Amalur (Siete Infantes, 10) son tres posibilidades fuera del centro para convertir en auténtico placer la primera comida del día. Además, hay que coger fuerzas porque esta mañana de sábado vamos a recorrer la historia de Logroño y para eso hace falta tomar el coche de San Fernando. Los más andarines no deberían perderse las vistas desde el Monte Cantabria, el asentamiento celtibérico que representa el Logroño más primitivo, cuyas ruinas están siendo afloradas actualmente, y un cerro desde el que se comprende a golpe panorámico la ciudad entera, su área metropolitana y el entorno natural sobre el que se asienta: el Valle del Ebro, entre la Sierra de Cantabria (al norte) y el Sistema Ibérico (al sur).
Es el Ebro, precisamente, el principal artífice de una ciudad de origen jacobeo, si prescindimos de la Varea romana. Illo Gronio (el vado) era el lugar por donde los primeros peregrinos a Compostela salvaban el gran río y proseguían hacia Castilla por esa tierra fronteriza con el Norte. El Puente de Piedra, la calle Ruavieja, la más antigua de todas, y Barriocepo son las calles por las que el Camino de Santiago atraviesa la ciudad y también hoy paso obligado para los turistas interesados en el surgimiento de esta urbe milenaria. Si aún tienes fuerzas para completar la mañana cultural, el Cubo del Revellín, en los restos de la antigua muralla, es visitable (941 503 116 ) y permite conocer desde dentro uno de los episodios históricos de la ciudad, el Sitio de Logroño de 1521, cuando sus habitantes resistieron el asedio del ejército francés y se ganaron los honores del emperador Carlos V.
Cuenta la leyenda que lo hicieron a base de vino y peces que pescaban a escondidas saliendo al Ebro a través de los calados, lo que se entiende mejor si se visita el de San Gregorio. En pleno siglo XXI el enoturismo es una opción prioritaria en la capital del Rioja, y su ceremonia por excelencia es la cata en bodega. La ciudad ofrece posibilidades por arrobas: desde bodegas centenarias a modernas microbodegas urbanas. Lo lógico sería empezar por una de las primeras: Franco-Españolas, atravesando el Puente de Hierro hasta la otra orilla del río, con visita guiada y catas, es una buena opción (francoespanolas.com), sin olvidar Marqués de Murrieta, Ontañón y Campo Viejo, en los alrededores de la ciudad.
El sábado también se puede visitar el Mercado San Blas, la popular plaza de abastos, con el colorido muestrario de la huerta y el campo riojanos en un edificio de hace un siglo del arquitecto Fermín Álamo. Y, por supuesto, hay que tomar el vermú en la calle San Juan, tan típica y animada como Laurel, y que, además de tascas tan cerveceras como La Guarida (calle el Carmen), tiene las librerías Piedra de Rayo (de etnografía) y Semilla Negra (de la editorial Pepitas de Calabaza) y la pequeña tienda de discos Re-Loop Shop.
Comer en Logroño es para todos los bolsillos y paladares: desde bares y restaurantes sencillos donde tomar un buen plato de cuchara, como La Quimera (Marqués de Vallejo, 9); pasando por la variada oferta de la calle Portales, como La Cocina de Ramón (Portales, 30); hasta las estrellas Michelin, Íkaro (avenida de Portugal, 3), Ajonegro (Hermanos Moroy, 1) y Kiro Sushi (Gil de Gárate, 24). Pero estando por la San Juan lo que procede es probar las patatas a la riojana en El Portalón (Portales, 7) o las chuletillas al sarmiento de la enoteca Crixto (en la calle El Cristo).
Para el café y los gintonics del 'tardeo', que ya es costumbre logroñesa como la que más, las mejores calles son Portales, plaza del Mercado incluida, y Bretón de los Herreros, abarrotadas de terrazas donde sentarse a ver a la concurrencia. El Café Bretón y el Pasarena son dos de toda la vida.
También es un buen lugar para hacer tiempo hasta la hora de la función en el Teatro Bretón, otra gran referencia cultural de la ciudad, uno de los mejores teatros públicos del país, con una programación de gran calidad y variedad, escala obligada de las giras de los mejores montajes teatrales de la temporada y los intérpretes más destacados.
Después, la noche puede continuar de pinchos por la calle San Agustín, tomar una cazuelita en El Soldado de Tudelilla, un zorropito en La Gota de Vino, unos embuchados en La Taberna de Baco, un buen revuelto en Bodeguilla Los Rotos, unas migas en La Méngula o una tabla degustación en La Casa de los Quesos (Gallarza, 17) si quieres conocer al Tato Abadía, leyenda viva del histórico Club Deportivo Logroñés convertido en quesero gourmet.
Y, por último, terminar de copas por El Dorado (Portales), Parlamento y Odeón (plaza del Parlamento), La Madriguera de Guirimbi (Santiago), Pamparius Punk Rock Club (Mayor) o La Imprenta (plaza Martínez Zaporta). Y si todavía tienes ganas de música en directo debes conocer La Fundición, en la otra zona de pubs de la ciudad (entorno de la calle Vitoria).
El arranque
Toca despedirse, no sin antes aprovechar la mañana para hacer un paseo por la zona de entrepuentes y el Parque del Ebro y un recorrido más o menos exhaustivo por las cuatro iglesias monumentales: desde la más antigua, San Bartolomé (s. XII), Santa María de Palacio (ss. XII y XIII), Santiago el Real (s. XVI) hasta terminar en la concatedral de Santa María de La Redonda (s. XVI), todas ellas con no pocas obras de arte sacro y curiosidades como el pequeño óleo de la Crucifixión atribuido a Miguel Ángel que guarda esta última.
También es buen momento para unas compras de productos típicos de la tierra en El Lodosano (Sagasta con Carnicerías) o algún suvenir en Plus Ultra y los dulces tradicionales de La Golosina (ambas en Portales). Y terminar la visita con otra cata, pero esta vez en una bodega urbana y moderna como Arizcuren (Santa Isabel, 10). Y antes de partir, un último vermú en Barrio Bar, un pincho de tortilla del Serenella (Menéndez Pelayo), los cojonudos del Tirador (Somosierra, 21) y demás tapas de la zona de bares popularmente llamada 'la Laurel pobre' para irse con buen sabor de boca. Lo que en Logroño se dice 'echar el arranque' y a casa.
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Alberto Gil | Logroño
Juan Cano, Sara I. Belled y Clara Privé
Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
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