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Eduardo Barrionuevo, en la cima del Kilimanjaro, antes de amanecer. L.R.
Un deportista riojano en el techo de África

Un deportista riojano en el techo de África

Montañismo. Eduardo Barrionuevo alcanzó el sábado la cima del Kilimanjaro (5.895 metros), el punto más alto del continente africano

César Álvarez

Logroño

Jueves, 19 de agosto 2021, 02:00

Deportista por vocación (practicó el baloncesto, pero es amante de todas las especialidades), por formación –graduado en INEF, postgrado en Mujer y Deporte, entrenador nacional de triatlón y de club de atletismo– y por profesión (entrena a varios grupos de atletas del Ultreia, club que preside; a algunos opositores, árbitros y al pelotari profesional Zabala), Eduardo Barrionuevo cumplió el sábado uno de sus sueños: subir el Kilimanjaro.

Mientras estudiaba INEF en Madrid, sin ser ningún experto en la montaña (hasta llegar a África lo más alto que había subido era el Monte Perdido de 3.352 m.) aunque sí amante de los entornos naturales, planeó subir algún día a una de las cumbres más míticas del planeta, el Kilimanjaro. Con sus 5.895 metros, este volcán es el punto más alto de África, pero también el más elevado del globo de los que no están ubicados en una cordillera (como, por ejemplo, el Everest, que se levanta en el Himalaya).

En primavera, retomó la idea con uno de sus compañeros universitarios. Aceptó el reto y el riojano, junto a su compañero y otro amigo (ambos abulenses), volaron a Arusha, vía Doha, hace un par de semanas. Para facilitar la adaptación, unos días antes de subir al Kilimanjaro hicieron cumbre en el Meru (4.566 metros). Donde comenzaron a ver a lo que se enfrentaban: «Subimos en tres días y el tercero fue muy duro. El desnivel era grande, se notaba la altura. Hipervetilábamos y alguno incluso vomitó. Acabamos subiendo 'a cuatro patas' algunos tramos», explica Barrionuevo desde Tanzania.

«El frío era intenso. El agua de las cantimploras que llevábamos en la mochila se congeló, pero ha sido una de las experiencias de mi vida»

Ese sufrimiento les sirvió para no pasarlo tan mal en el Kilimanjaro. «Los mayores desniveles están al principio, por lo que aún no hay tanta deuda de oxígeno y se lleva mejor», explica, «el problema es el frío cuando coges altura». El ascenso lo realizaron en cinco días, «aunque el quinto día se sube y se vuelve a bajar al campamento a 4.673 metros. Ese último día comenzamos el ascenso de madrugada para cumbrear a las 6.30 horas de la mañana y ver desde la cima el amanecer, que es una imagen única», señala, reconociendo que al llegar a ese punto no pudo reprimir las lágrimas: «Supongo que sería por la tensión, el esfuerzo y también por la carga emocional... No sé, pero hasta eso era curioso porque las lágrimas se helaban. Arriba no pudimos estar mucho tiempo porque hacía muchísimo frío. El agua de las cantimploras que llevábamos en la mochila se nos congeló, y nosotros teníamos mucho frío, pero lo conseguimos. Con dolor de cabeza, que puede ser tanto por el mal de altura como por el esfuerzo físico, y en algunos momentos notabas que ibas un poco 'grogui', pero ahí estuvimos y es una de las grandes experiencias de mi vida. Era impresionante ver el glaciar que hay en la cara sur. Al estar en el hemisferio sur, esa es la parte más fría y allí hay nieves perpetuas».

El riojano reconoce que en su mochila llevaba una camiseta de Javier Zabala, el pelotari profesional al que entrena y al que le une no solo una relación profesional, sino también de amistad. Quería haberla sacado y fotografiado con ella: «Fue imposible. Por el frío, a pesar de los guantes, no tenía sensibilidad en las manos y no pude hacer la foto», lamenta.

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