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Lleva varios años en La Rioja y aunque su voz no ha perdido la dulzura de su cuna latinoamericana, se rompe por momentos. Aún la ... atenaza el miedo, el terror de un cuento de hadas de mentira. Logró escapar de la cárcel que le construyó un monstruo que fingió amarla, pero parte de ella aún no ha logrado salir del infierno de un eterno maltrato psicológico.
Esperanza –no se atreve ni a desvelar su nombre de pila real– ha sido una de las mujeres extranjeras que ha dado el paso de pedir ayuda y denunciar. Lucha desde hace meses por 'curarse' en una de las 61 plazas de la red de alojamiento para mujeres víctimas de la violencia de género. Ha mejorado, pero aún tiembla. «Al llegar acá me di cuenta de que había sufrido violencia psicológica desde el primer día. Eso es lo peor de todo, que no fui capaz de ver nada durante años. Todo parecía precioso, pero, eso lo he visto después, me fue sumergiendo en su burbuja, a la manera de ellos, poco a poco, hasta que te controlan absolutamente. Te van cambiando la manera de pensar, de vestir, te alejan de tu familia… Si yo encontraba trabajo tenía que ser lo mínimo y lo justo porque así mantenía también el poder económico. Te llenan la cabeza diciendo '¿Para qué vas a trabajar?' 'Tú lo tienes todo, no te falta nada', 'Quédate acá en casa, yo te voy a cuidar'», arranca su relato.
Esperanza
Víctima de violencia psicológica
Con el tiempo todo fue a peor. «Vi que sus celos y su actitud me estaban arrastrando a situaciones a las que yo no estaba acostumbrada. Tenía miedo, no sabía que se podía pedir ayuda y no tenía a dónde ir. Aguanté humillaciones, amenazas y, sobre todo maltrato psicológico, y pese a todo yo me convencía de que era amor y que era lo normal y que era verdad lo que me decía, que sin él yo no iba a ser nada y me iba a quedar tirada en la calle.
Avisos no le faltaron. «Hubo amigas que me conocían de antes de la relación que me dijeron que me veían totalmente diferente, que yo no era antes así y que en mi país era una persona independiente. Así que me convencí de que tenía que encontrar un trabajo, salir y lograr una independencia económica y poder tener una vida normal como cualquier otra mujer«, recuerda Esperanza.
Y llegaron las manos. «Ahí comenzaron los empujones, los tirones de pelo, me pegaba pero usando mis propias manos para no dejar ninguna marca. Pero era yo la que tenía que ceder y pedirle perdón. Al final hubo un episodio peor y me dejó en la calle como si fuera basura y entonces pedí ayuda», prosigue la víctima.
Al llegar a la casa de acogida empezó a abrir los ojos y a ver con claridad lo que hasta entonces era invisible. «Ahí surgió todo el drama que yo no supe ver, todo el daño psicológico que había sufrido durante años. Esas heridas nunca se me van a borrar ni de la mente ni del corazón, la cicatriz está ahí«, confiesa, para asegurar que »ahora estoy luchando por seguir adelante, pero no es fácil, la herida que me ha causado es tan grave que hay momentos o días en los que me hundo y me pongo a llorar a solas. Sé que me queda mucho, pero lo trato de hacer gracias a la ayuda que me prestan en la casa«.
«Es muy duro, yo hubiera preferido mil veces el daño físico antes que el daño psicológico y emocional, la herida que deja este es muchísimo peor y, además, no tienes pruebas para poder demostrarlo», asevera para, a continuación, hacer un llamamiento al resto de víctimas: «Pedir ayuda es imprescindible, lo debe hacer cualquiera que esté pasando por algo así», para admitir que «lo malo es que cuando estás dentro no lo ves, porque te nublan la mente a través de la manipulación».
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