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«Que te digan que tienes cáncer es duro, pero estando embarazada lo es mucho más». La que habla es una riojana y lo hace desde la experiencia. La propia. Esa que seguramente Deborah Gurrea nunca hubiera querido narrar, pero que es la que le ha tocado vivir. Una historia de superación que apunta a acabar bien y que comenzó un día de agosto de 2023 cuando un dolor hizo que Deborah se autoexplorara. Localizó «un bultito» en el pecho y el diagnóstico fue claro: cáncer de mama.
La arnedana estaba entonces en la semana 33 de gestación de su segundo bebé. Tanto ella como José, su marido, ya disfrutaban de su primera hija, Adriana, y esperaban con ganas la llegada al mundo de Marcos, pero esa noticia cambió por completo el recorrido que tenían marcado. La primera reacción de Deborah fue la esperada. «Empecé a llorar, se me cayó el mundo encima y dos preguntas se me vinieron a la cabeza: ¿me voy a morir? y ¿le va a pasar algo a mi bebé?», relata. En la Clínica Universidad de Navarra le habían dicho que el tumor estaba localizado, pero era muy agresivo. «Había que actuar cuanto antes», certifica la riojana.
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Los médicos decidieron dar una primera sesión de quimioterapia, pero la riojana sufrió contracciones y, según cuenta, eso hizo que la determinación estuviera clara, había que adelantar el parto para que después Deborah pudiese llevar a cabo su tratamiento contra el cáncer. «Me lo provocaron a la semana 36, el bebé estaba perfecto para salir y a mí me explicaron todos los riesgos. Yo solo quería que él estuviera bien para que yo pudiera coger fuerzas y luchar contra la enfermedad», señala.
El plan salió según lo esperado. Marcos llegó al mundo sin complicaciones. «Fue un día muy bonito, no necesitó ni incubadora ni respirador y para mí fue un chute de energía», cuenta. «Pensé que ahora me tocaba a mí», añade. Ahí empezaba una nueva lucha.
Dos días después, el marido de Deborah le rapó el pelo. Se le había empezado a caer justo el día del parto, un momento que recuerda como «muy duro», aunque no tanto como cuando tuvo que dar la noticia de lo que le pasaba a su familia. «Fue lo peor, sobre todo cuando se lo expliqué a mis padres porque yo le decía a mi madre que estuviese tranquila, que me iba a curar, pero me respondió que prefería que le hubiera tocado a ella», rememora emocionada. «Yo creo que en ese momento me puse una coraza y me hice fuerte para parecer entera y animarles yo a ellos más que ellos a mí», considera.
Una vez que el parto de Marcos había salido adelante sin dificultades, Deborah retomó la quimioterapia. «Al principio fue bien porque el cuerpo está fuerte, pero poco a poco ves cómo las fuerzas se van mermando», apunta. De hecho, su camino se complicó con diversos problemas: digestivos, arritmias... No resultó sencillo, pero en unas pruebas en noviembre ya no se veía nada del tumor y el 18 de diciembre Deborah tocó la campana por haber acabado la quimioterapia. Parecía que todo llegaba a su fin, pero de nuevo la riojana volvió a sentir dolor y a notar un bulto. «Dije 'no puede ser', pero el 4 de enero me dijeron que se había reproducido (quedaba «algo residual», como lo definen su oncóloga)», lamenta. «Con eso no contábamos y el golpe fue incluso más duro que el primero», apostilla.
A la riojana la operaron y volvió a las sesiones de quimioterapia, así como a las de radioterapia. «Físicamente eso me machacó, pero ver a mis hijos y mi marido me daba fuerzas», asegura. Fuerzas que le han servido para luchar también contra un herpes zóster que aún le causa dolor y para llegar a un punto en el que parece que la enfermedad ha remitido. «Falta una resonancia en enero que lo confirme», apunta.
Deborah Gurrea
Diagnosticada de cáncer durante el embarazo
A falta de esa prueba, Deborah aún sigue acusando el cansancio, pero se muestra feliz por poder compartir momentos con su familia. «Ahora estoy bien y puedo cuidar a mis hijos, pero ha sido muy difícil no poder coger a Marcos en brazos, cambiarle un pañal o darle un biberón; sin mi marido, mis padres y mis suegros no habría podido sacarlo adelante», admite.
Ahora Marcos acaba de cumplir un año y muestra una sonrisa casi perenne en su rostro. Su madre, mientras, solo tiene un anhelo. «Lo primero, que se me quite el dolor y después volver a mi vida normal: a mi trabajo como técnico de transporte sanitario, a mi deporte, a mis amigos... A la Deborah de antes», resume antes de acabar con un consejo importante: «Le digo a la gente que se autoexplore, te puede salvar la vida».
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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