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El sacerdote Lucio Ángel Vallejo Balda (Villamediana, 1961) era hace diez años una estrella emergente en el Vaticano. Su inteligencia y su habilidad para cuadrar cuentas le hicieron ascender en la Santa Sede hasta ocupar uno de sus cargos más relevantes: secretario de la Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede. El Papa Francisco confió en él para gestionar la Cosea, una institución creada 'ex profeso' para pilotar la reforma económica y administrativa del Vaticano. Era Vallejo Balda el hombre elegido para arrojar luz sobre las prácticas oscuras del IOR (Instituto para las Obras de Religión), la banca papal que había sido fuente continua de escándalos en los últimos años y que Bergoglio, con la tiara recién calzada, quería sanear.
Pero al Papa Francisco le falló el ojo clínico. Dos años después, el 3 de noviembre de 2015, los periódicos de todo el mundo anunciaban con titulares gigantescos la detención de Vallejo Balda por filtrar a un periodista documentos secretos del Vaticano (el llamado 'caso Vatileaks'). A medida que se fueron conociendo detalles, el caso adquirió el empaque de un culebrón.
Vallejo Balda confesó ante los jueces de la Santa Sede que había tenido una relación sentimental con Francesca Immacolata Chaouqui, también miembro de la Cosea. El sacerdote de Villamediana aseguró que Chaouqui lo había «seducido» en Florencia y que luego le cogió miedo: «Era muy violenta, muy mala y me escribía mensajes diciendo que era un gusano». Aseguró que ella fue la que le pidió que entregara los papeles a los periodistas y que él obedeció: «Es muy doloroso para mí. Me avergonzaba de lo que había hecho con Francesca y cuando estaba entregando los documentos pensaba en el escándalo... Si esto se llegase a saber. Dios mío». Francesa lo negó todo. Dijo que jamás se había acostado con él y que solo le daba «pena». Con cierto talento para la metáfora, la relaciones públicas calabresa iba contestando en Facebook a las denuncias de Vallejo Balda: «Él entregó los archivos de nuestra comisión a los periodistas como se entrega un hijo al patíbulo», dijo.
Sea como fuere, el Vaticano resolvió el expediente con cierto sigilo. La Justicia del pequeño estado condenó a Vallejo Balda a 18 meses de prisión por revelación de secretos. Tras un tiempo en una residencia de la Santa Sede, el Papa le concedió la libertad como un «acto de clemencia» a condición de que regresara a Astorga (León), a cuya diócesis estaba adscrito antes de iniciar su aventura en Roma.
Desde entonces nada se ha vuelto a saber de él, pero su nombre ha regresado hoy a las primeras páginas de la prensa transalpina por su supuesta relación con uno de los casos más enigmáticos que ha sacudido la República Italiana, nación especialmente pródiga en sucesos extraños. El 22 de junio de 1983, Emanuela Orlandi, una joven de 15 años residente en el Vaticano desapareció sin dejar rastro cuando volvía a su casa tras recibir clases de música. Su padre, Ercoli, trabajaba para el IOR, la controvertida banca de la Santa Sede. Roma se llenó de carteles con su efigie y unos días después, durante el Ángelus en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II, aludió a un secuestro: «Confío en el sentido de humanidad de quien sea el responsable de este caso», señaló.
Desde entonces solo ha habido muchas hipótesis sobre la desaparición de Emanuela y ninguna prueba fiable. Los indicios más sólidos apuntaban a la banda de la Magliana, principal organización mafiosa de Roma, cuyo capo máximo, Renato de Pedis, está enterrado, por extrañas razones nunca del todo explicadas, en la basílica de San Apolinar, como si fuera un santo o un noble. Se buscaron restos en la tumba de 'Renatino', pero sin éxito. Más tarde, unas facturas parecieron abonar la idea de que Emanuela había sido trasladada a una residencia de monjas en Londres, en donde tal vez hubiera fallecido. Siempre se sospechó, en cualquier caso, alguna relación turbia entre su desaparición y las finanzas vaticanas, vinculadas en aquellos años con la Logia P-2 y el Banco Ambrosiano, cuyo presidente, Roberto Calvi, apareció colgado de un puente sobre el Támesis. Un documental de Netflix ('La chica del Vaticano') recogió su historia y las penúltimas pesquisas en 2022.
¿Y qué tiene que ver Vallejo Balda con todo esto? Directamente nada. Cuando Emanuela despareció, el sacerdote de Villamediana era un joven de 22 años que estudiaba Teología en Salamanca. Sin embargo, hace un año, el hermano de Emanuela Orlandi, Pietro, que no ha dejado de buscarla en todo este tiempo, entregó a la Justicia unas conversaciones de wasap de hace diez años que le habían hecho llegar fotocopiadas. 'Il Corriere della Sera' publica hoy el contenido de esos 'chats', que han reactivado el caso y que forman parte de un diálogo entre Francesca Chaouqui y su jefe en la Cosea, Lucio Ángel Vallejo Balda.
Chaouqui le dice: «En septiembre, debemos hacer desaparecer aquella cosa de la Orlandi y pagar a los profanadores de tumbas. De esto le tienes que hablar al Papa (...) Esta cosa de la Orlandi debe desaparecer y tu tienes que hacer lo tuyo». Según indica el periódico italiano, Balda ha negado ser el destinatario del mensaje, aunque es su nombre el que aparece registrado en el contacto de wasap. El interlocutor responde: «Lo de Orlandi es cosa seria. El cardenal nos ha dicho que debemos poner toda la atención en esto y que el Papa está con nosotros. Le preocupa mucho y lo haremos bien». Finalmente, Chaouqui vuelve a la carga: «Lanzar todo por los aires y destruir el Vaticano no tiene ningún sentido. El Papa se equivoca al intentar manejar esto sin la Gendarmería. ¿Cómo pagamos el georadar de la tumba? El Papa quiere saber, pero ¿y después? ¿Quién paga? Y, sobre todo, ¿a escondidas quién paga?»
Esto sucedió en el año 2014. Cinco años después, una carta anónima indicó que los restos de Emanuela Orlandi estaban escondidos en el Cementerio Teutónico de Vaticano, en las tumbas de las princesas Sophie von Hohenlohe y Charlotte Federica de Mecklemburgo. Cuando las abrieron, no encontraron nada.
Según 'Il Corriere della Sera', esos mensajes habrían sido extraídos de dos teléfonos cuyo uso estaba reservado a Chaouqui y a Balda, aunque las investigaciones sobre su procedencia y su contenido están todavía en curso. Otra capa de misterio más sobre la desaparición de Emanuela Orlandi, en este caso con una inesperada derivada riojana.
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