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Una pesadilla para la que nadie está preparado. El sentimiento de culpa, por no haber podido o sabido hacer algo más, se incrusta en cada ... poro de la piel. Quien logra arrancárselo, aunque siempre deja trazas, deberá lidiar con el dolor, la tristeza, la rabia, la impotencia, la soledad y, a veces... La vergüenza, un muro afianzado durante siglos alrededor del tabú y el estigma que siempre han acompañado al suicidio. Ayer la asociación Color a la Vida, como cada tercer fin de semana de noviembre, conmemoró con un acto el Día Internacional del superviviente del suicidio, los familiares de las personas que no encontraron otra salida a su sufrimiento que acabar con su vida, más de 650 familias en La Rioja solo en lo que llevamos de siglo XXI. Cinco mujeres nos cuentan su drama: «Para esto no hay cura, solo aprendes a vivir con este dolor», admiten, para defender la urgencia de hablar de un problema, de visibilizar una lacra para la que, recalcan, «la sociedad tampoco está preparada para acompañarnos en el trauma y el dolor que queda». Aunque hay muchas y muchos más, estas son las historias de cinco valientes: Rebeca, Raquel, Nieves, Ana y Marisol.
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Rebeca Arrea 53 años, perdió a su hijo el año pasado
Las heridas de Rebeca aún supuran y el escozor sigue siendo insoportable. Apenas ha pasado un año y medio desde que su vida saltó hecho añicos cuando el mayor horror de cualquier madre se hizo real. «Yo perdí a mi hijo el 19 de abril del año pasado, todavía no había cumplido los 26 años, y para sorpresa de todos, porque no había nada ningún síntoma de depresión y era súperalegre, estaba metido en la peña de Ezcaray, era el presidente del Club Deportivo San Lorenzo, lo conocía todo el mundo por Raulito...», rememora con amor. «Fue un shock en el pueblo, pero para mí, como madre, demoledor», admite.
En sus citas con los psicólogos ha sabido luego que Raúl sufría lo que se ha bautizado como depresión sonriente, invisible para todos. «Dejó un mensaje en el que decía que no era feliz, que ya había hecho aquí todo lo que tenía que hacer y que se quería ir a un lugar mejor», recuerda su madre con la voz entrecortada por un llanto que no tarda en brotar.
«El primer sentimiento que te queda es el de culpabilidad, el de no haberte dado cuenta y no haber hecho nada. Además de ayuda psicológica, tuve la suerte de que mi médico de cabecera conocía la asociación Color a la Vida y contacté con ellos a la semana de perder a Raúl y me vino muy bien hablar con ellos, porque son personas que han pasado por lo mismo que tú, algo que hasta que no te pasa es inimaginable», narra, para admitir que «sigo rota, pero ellos me han ayudado a poder seguir adelante, porque tengo otro hijo de 29 años y a otro de 9 que es el que nos da la vida a todos y cuando no está conmigo no soy capaz ni de levantarme de la cama». Las lágrimas no cesan, pero lucha por deshacer el nudo en la garganta y seguir: «Yo imagino que con el tiempo dejará de hacerme daño, pero ahora mismo… Esto no tiene cura, es de por vida y solo te queda aprender a vivir con ello. Eso que yo no voy a tener vida para agradecer el apoyo de la gente, todo el pueblo se ha volcado por completo conmigo y con mi familia. Pero es muy duro, inimaginable para quien no ha sufrido esto».
Quiere hablar, quiere visibilizar el drama. Solo pido a la gente que esté con una depresión y esté pensando en ello que por favor pida ayuda porque hay otras salidas. Pero para eso hay que acabar con el tabú y el estigma, por eso yo no quiero esconder que mi hijo se ha suicidado, al contrario, quiero decirlo para que la gente pida ayuda».
Raquel Aguirre Sarabia 35 años, perdió a su amada en 202
Raquel ha logrado contener la hemorragia de una cicatriz que también es demasiado fresca todavía, poco más de un año desde la pérdida que quien ya no era su pareja, pero sí su amada.
«Es algo que nunca piensas que te vaya a pasar ni de lejos, crees que ni siquiera te va a rozar en la vida. Pero a mí me pasó, el 25 de octubre del año pasado. Quien fue mi pareja durante cuatro años, el amor de mi vida y la persona más bonita que el destino había puesto en mi camino, tomó la decisión de quitarse la vida. Se llamaba Débora y tenía 39 años», arranca su testimonio.
«Ella llevaba años con ansiedad, depresión, fobia social y problemas físicos de origen emocional, algo que jamás me ocultó, y aunque yo pensaba que el amor lo puede todo y que la iba a salvar, al final puedes acompañar pero no salvas a nadie. Cuando empezó a caer en el abismo no pude más y pese a amarla como a nadie tuve que dejar la relación porque ese amor me estaba arrastrando a un pozo en el que peligraba mi propia salud mental», prosigue Raquel.
El 23 de octubre vía whatsapp, Débora le anunció su despedida. La rápida reacción logró que los servicios de emergencia evitaran el fatal desenlace. «Hablamos, ella me pidió perdón y me dijo que no había tenido valor, que estaba bien y que no iba a volver a pasar. Eso me dejó tranquila, pero dos días después lo hizo», explica antes de narrar el inicio del peor de los sueños. «Ahí dio comienzo toda mi travesía de pasar el duelo, algo durísimo, porque es una muerte a la que agregas, además del dolor, el sentimiento de culpa y de soledad. Ha sido un año de un trabajo interno enorme y estoy mejor, aunque eso no quiere decir que no duela, yo tengo mis momentos en los que lloro, pero llorar es sanar, y hay que hacerlo. El tiempo no cura nada si no haces algo por estar mejor».
Raquel lo hizo y todo ello ha quedado impreso, negro sobre blanco, en un libro titulado 'Amanecer. Del desafío a la transformación. Duelo por una pérdida'. «Es mi legado de amor a ella, a Débora, que en poco tiempo se ha convertido hasta en bestseller y que se está vendiendo mucho en todo Latinoamérica también».
En la presentación de su libro, el 27 de mayo pasado, conoció a miembros de Color a la Vida, acudió a una sesión y se decidió a colaborar con la entidad. Maestra de profesión, ha empezado a formarse como acompañante de duelo. «Estoy intentando hacer todo que a mí me hubiese gustado tener en este proceso de duelo, o sea el motor es ella, Débora. Sentí rabia, tristeza, impotencia soledad, pero con este libro he conseguido transformar todas esas emociones en un legado de amor por lo que ella significó en mi vida», concluye.
Nieves Pombo 67 años, perdió a su hijo en 2003
Dicen que el tiempo lo cura todo, pero es falso. Nieves, que perdió a su hijo el 23 de julio de 2003, lo sabe muy bien. «Sigo adelante, hay días mejores otros peores, pero me parece que eso nos pasa a todos independientemente del tiempo que haya pasado. Fue un golpe muy duro, todavía hoy lo es 21 años después, porque esto es terrible. Mi marido todavía a día de hoy no es capaz de hablar y rompe a llorar, no lo ha superado, no remonta», se lamenta.
Su hijo era el mayor de sus dos descendientes y hoy tendría 46 años. «Al principio te ahoga el sentimiento de culpa, te preguntas que qué has hecho mal, si podías haber hecho más, te castigas... Ahora estoy mejor, a mí me ayudaron mucho los Jesuitas, también me he agarrado a mi creencia, a mi fe, aunque, sobre todo al principio, no podía ni quería dar gracias a Dios por nada, pedirle perdón sí, pero darle gracias no, me era imposible. También me ayudó mucho la psicóloga, pero entonces no era como ahora, no se podía hablar de esto con nadie».
Hace cinco años Nieves conoció la asociación Color a la Vida y fue una luz en las tinieblas. «No lo dudé y empecé a acudir. Ahí te encuentras con personas que han pasado por los mismo, que te entienden y que les entiendes, aunque cada cual, en este tema del suicidio, lo vive de una manera; hay personas que no pueden asistir, que no quieren hablar, que están en su propio dolor«, aclara, para asegurar con rotundidad que »hay que hablar de ello y dar visibilidad a esto que nos ha roto la vida. Yo he llorado muchísimo y sigo llorando, pero intento neutralizar el sentimiento de culpa porque si caigo en eso puede ser para mí garrafal», defiende.
Ana Noya 45 años, perdió a su expareja en 2005
Ana se vio sumida en un abismo que la devoró durante años. «Yo salí con un chico durante un año y lo dejamos, pero a los dos meses un amigo común me llamó para decirme que se había suicidado. Yo tenía 23 años y era 2005, el shock fue brutal», inicia su relato.
En aquella época hacía sus prácticas de Magisterio. «No tuve ningún apoyo por parte de una de las profesoras que me puso un cero, saqué dos dieces y su cero, lo que me ha supuesto medio punto menos en todas las oposiciones. Pero lo peor lo tuve en casa, porque tenía un padre que me culpabilizó y me desmoroné. Era una situación brutal a nivel emocional», recuerda con tristeza, para admitir que «fueron años en los que yo no sabía superarlo de ninguna manera porque no tenía recursos. A mí me costó nueve años resetear mi vida, comprender y aceptar. Eran años en los que hablar de suicidio era imposible. Ahora afortunadamente se ha avanzado, aunque no lo bastante, y por eso me alegró tanto conocer Color a la Vida. Yo empecé a ir a la asociación el año pasado cuando me enteré de su existencia tras realizar un curso de bienestar emocional. Ahí fue la primera vez en todos estos años en los que me he sentido escuchada sin que se me culpara y me han hecho entender que yo era superviviente, no culpable. Han pasado ya veinte años y he rehecho mi vida, pero la huella ahí sigue, eso no se cura nunca, lo que sí es cierto, y en eso te ayuda la asociación, es que te das cuenta de lo valiente que has sido y que, efectivamente, tu no eres culpable«, asevera Ana.
«He estudiado mucho sobre el suicidio, sobre psicopedagogía y ahora que me dedico a servicios a la comunidad en educación Secundaria veo muchos casos de chavales que están muy sensibles tras la pandemia, porque les ha pasado una factura brutal. Por eso, el mensaje más importante es que pidan ayuda.Han pasado ya veinte años y he rehecho mi vida, pero la huella ahí sigue, eso no se cura nunca», termina.
Marisol 64 años, perdió a su madre en 1975 y a su expareja en 2014
El drama ha golpeado dos veces a Marisol, la primera vez con una crudeza feroz. «Hace 50 años yo era una niña y perdí a mi madre, pero no pude hablar de ello jamás. De hecho, una tía me dijo 'si te preguntan, di que ha sido un accidente'. Era totalmente un tabú y yo lo tuve que llevar como pude, porque no había ni psicólogos no había nada de nada. Mi madre tenía 45 años y yo 15 y me quisieron poner de luto, pero solo aguanté un día de negro». Por su edad se libró de la terrible losa del sentimiento de culpa: «Yo era tan pequeña que no lo sentí, pero sí que me acuerdo que mi padre y mi abuela se culpaban mutuamente. El recuerdo más nítido es que yo estaba en la escuela, vinieron a sacarme y… supe que mi vida se apagó en ese momento«, remata entre sollozos. Hace diez años, la tragedia volvió a golpear en su hogar. «En 2014 se suicidó el padre de mi hijo, del que llevaba 12 años separada. Lo que viví yo con 15 años lo tuvo que pasar mi hijo con 16 y todavía hoy sigue con el proceso de duelo».
Marisol leyó en Diario LA RIOJA sobre Color a la Vida y hace un año se decidió a acudir a la asociación. «Para que me ayuden y, si puedo, para ayudar. Ahí te entienden y todos sabemos por lo que estamos pasando de verdad, porque al que no le ha ocurrido esto no puede comprender de verdad lo que es. Con esto aprendes a vivir, pero va siempre contigo; de hecho, yo, cincuenta años después, todavía estoy elaborando el duelo por mi madre. Es una herida que se que no va a sanar en toda mi vida y he aprendido que soy una superviviente», confiesa.
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