Tras pasar por media Rioja, la mayor parte del tiempo en entornos retirados tanto de Rioja Alta como Baja, y un paréntesis de seis años en Tarragona y Amberes, Patxi Silanes Susaeta, de 51 años, acaba de tomar el relevo de los Jesuitas en la ... parroquia de San Ignacio de Loyola, un destino que conoce bien de su época como interno en el colegio menor San Bernabé de la compañía.
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De aquellos años recuerda que la iglesia era un lugar de encuentro «con una presencia sobre todo de gente joven que aparecía por las tardes y para quienes la parroquia era como su segunda casa». Ahora su deseo es que los jóvenes vuelvan a sentir este vínculo y que la iglesia con sus espacios cumpla la función de « una plaza abierta al barrio». Y ello manteniendo el espíritu de sus anteriores moradores. «Los Jesuitas me mostraron su deseo de que en la nueva etapa haya una continuidad en la labor que iniciaron en 1979».
Y así será. Su intención es no 'tocar' nada de lo heredado. «Ni imágenes, ni programas pastorales, ahí sigue la imagen de San Ignacio y San Francisco Javier...». Todo seguirá igual, aunque con una diferencia: estará solo al frente de la parroquia, al menos de momento. «La falta de vocaciones es un hecho y, al final, haré las funciones que realizaban cuatro personas. Esto supondrá suprimir una de las misas del domingo». Pero este sacerdote navarro –de Sansol–, acostumbrado a darlo todo y hacer de todo como cura rural a lo largo y ancho de La Rioja, asume su nuevo reto sobrado de ganas. La toma de posesión como párroco de Jesuitas tuvo lugar el 8 de julio, justo ocho días después de que la comunidad jesuítica abandonara Logroño el 30 de junio. Fue en el transcurso de un sencillo acto presidido por el vicario episcopal de Pastoral de la Diócesis riojana Víctor Manuel Jiménez.
Hasta su nombramiento ha sido los cinco últimos años el titular de Igea, Cornago, Villarroya y Valdeperillo. Pero su labor comenzó como coadjutor en Haro, de ahí pasó a Grañón y más tarde a Villarta-Quintana, Quintanar de Rioja y Villalobar de Rioja, donde estuvo cinco años. Luego dio el salto a Serrallo, en el puerto de Tarragona, y más tarde a una parroquia de Amberes, a la que estaba adscrita la comunidad española asentada en esta ciudad belga, unos 15.000.
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De regreso a La Rioja, tuvo a su cargo Ribafrecha y Leza. «He vivido todo este recorrido con mucha ilusión, en los pueblos más aislados es donde he encontrado la gente más auténtica y donde se vive la fe más profunda». A Logroño llega tras ejercer la función de arcipreste del Alhama-Linares y dice que no ha sido fácil despedirse de sus vecinos. «Dejo una gente muy acogedora, allí se ha quedado una parte de mi corazón, es una zona donde los curas han sido siempre muy bien recibidos, cuesta mucho salir de allí, te sientes acogido como si fueras uno más de la familia», concluye.
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