Cuatro estaciones de misterio y luz

La cepa aterida. La nieve cae sobre las cepas, que hace apenas cuatro meses exhibían una lozanía fragante y ahora sobreviven mondas y retorcidas pero robustas, casi invencibles.

El prófugo de Santa Marina. Escamado por la presencia del fotógrafo, el perro avanza entre los muretes de nieve y se escapa de la aldea de Santa Marina, en lo alto del valle del Jubera.

Un camino ondulante. Caminan los peregrinos por las fincas de cereal que circundan Santo Domingo, animosos y felices, primaverales, cerca ya de los cenicientos campos de Castilla.

Devoción y turismo. Las sonoras procesiones de Semana Santa, con sus imágenes bamboleantes, llegarán este año en la tercera semana de abril: cinco días para la devoción... o el turismo.

Un vuelo intempestivo. Las torres de La Redonda observan el vuelo intempestivo de un avión militar en un cielo plomizo, que parece a punto de descargar una tormenta feroz.

Encendiendo el fuego estival. San Juan abre a fuego rápido las puertas del verano y los pueblos riojanos comienzan a engarzar infatigablemente fiesta tras fiesta.

El bosque encantado. La luz de julio, que en otros lugares es brutal y descarnada, aterriza suavemente en el bosque camerano, filtrada por una asombrosa cúpula vegetal.

Una celosía líquida. Agosto, mes de un calor fulminante, a veces incluso opresivo, se observa mejor a través de la celosía líquida de una fuente monumental.

Entre la rutina y la fiesta. En el septiembre riojano, la rutina regresa a trompicones, como si costara demasiado despedir el verano para recobrar los afanes cotidianos.

Pisando con garbo. La conversión de la uva en vino se verifica en la oscuridad de las bodegas, en un peligroso y delicado proceso químico que conserva un halo de misterio.

Incendio de otoño. Cumplida su tarea, las cepas se mueren en una agonía carnavalesca, y el paisaje riojano parece consumirse de repente en un incendio pintoresco y fugaz.

Misterio invernal. Las brumas se ciernen sobre el valle del Ebro y las ciudades ribereñas parecen difuminarse, como si estuvieran cansadas de existir.