Durante muchos años, quienes amamos las lenguas clásicas y defendemos su pervivencia en los planes de estudio nos hemos chocado contra un muro de incomprensión. El latín y el griego parecían objetos vagamente decorativos e inútiles, como las soperas de porcelana o los carrillones de ... pared. Hoy, sin embargo, estamos de enhorabuena porque, de manera inesperada, la política ha venido en nuestra ayuda. Ya podemos decir bien alto que un periodista que no sepa latín se está perdiendo muchas noticias. No podrá enterarse, por ejemplo, de lo que se está cociendo en la izquierda más izquierda. Ni Marx ni Gramsci ni Tamames en sus buenos tiempos tienen ya ninguna importancia; lo que hay que leer con urgencia y detenimiento es la 'Eneida', de Virgilio.
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Hasta ahora el único ejemplo que teníamos de la utilidad del latín para el ejercicio del periodismo databa del 11 de febrero de 2013, cuando a Benedicto XVI se le ocurrió decir: «Quapropter bene conscius ponderis huius actus...» y de pronto dimitió, declaró la sede vacante y convocó un nuevo cónclave. Giovanna Chirri, corresponsal en el Vaticano de la agencia italiana Ansa, se anotó la primicia porque ella fue la única que entendió lo que el papa estaba diciendo.
Este ejemplo se nos estaba quedando muy lejano y resultaba demasiado pintoresco, como un souvenir más de los muchos que se venden en la Ciudad del Vaticano. Por fortuna, esta semana, durante la moción de censura chiripitifláutica que montó Vox, el latín se ha demostrado imprescindible. Uno hubiera esperado que fuera el propio Tamames, hombre de porte senatorial y el más cercano por edad al emperador Diocleciano, quien lo hubiera usado en la tribuna, pero debemos girar la vista hacia el otro extremo del arco parlamentario. Recordarán ustedes que Pedro Sánchez aprovechó la moción para presentar en sociedad, como si se tratara de un baile de debutantes, a Yolanda Díaz. La vicepresidenta subió al atril y realizó un minidiscurso de investidura. A Tamames, que bastante tenía con aguantar despierto mientras colgaba su perorata en Amazon, todo aquello le daba igual, pero a Pablo Iglesias se lo llevaron todos los demonios.
El prohombre que dejó heroicamente la vicepresidencia del Gobierno para derrotar al fascismo en Madrid, convertido ahora en oráculo de su grey, puso un tuit con una hermosa frase latina: «Timeo danaos et dona ferentes». Debemos lamentar la escasa repercusión que ha tenido esa cita, con lo reveladora que resulta. Las falanges del pablismo ya saben a qué atenerse.
En el libro II de la Eneida, Virgilio pone esa frase en boca del sacerdote troyano Laocoonte, escamado ante el fabuloso regalo que de repente ofrecían a la ciudad sus archienemigos griegos: un enorme caballo de madera. Puede traducirse como: «Temo a los griegos incluso cuando traen regalos». La frase también sale en un tebeo de Astérix, así que no vamos a ponernos estupendos. No es necesario convocar a siete catedráticos de Filología Clásica para interpretar el mensaje de Pablo: Yolanda es el caballo de Troya; un regalo envenenado de Sánchez para cargarse al Podemos de verdad, al Podemos pablista.
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Este juego de egos elefantiásicos, tan risible, puede tener consecuencias devastadoras para la izquierda. Aunque tanto Yolanda como Pablo piensan en las elecciones generales y las autonómicas solo les importan como meta volante, estas inquinas troyanas acaban finalmente poniendo todo perdido de sangre. En La Rioja, todavía no se ha concretado ningún pacto entre IU y Podemos -de Alianza Verde ni hablamos-. Cada uno ha presentado ya a sus candidatos con las habituales fanfarrias y la fecha para formalizar coaliciones expira dentro de tres semanas. No olvidemos lo que pasó en Andalucía hace menos de dos años: tan empinadas se pusieron las negociaciones y tanto metieron la mano los dirigentes de Madrid que no llegaron a tiempo de cerrar el acuerdo. Todo por elevadísimas cuestiones ideológicas, desde luego: se trataba de decidir quién iba primero.
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