Una consulta multidisciplinar analiza en La Rioja las secuelas estructurales y psicológicas de la enfermedad entre algunos de los 2.500 pacientes que han sido hospitalizados desde la eclosión de la pandemia
Solo quien ha padecido el COVID-19 puede describir la dimensión del dolor. Y, de entre ellos, una parte es también capaz de dar fe de cómo deja una sombra en forma de múltiples secuencias con tratamiento y duración variables.
Durante la primera ola de la pandemia todo era nuevo. El descomunal esfuerzo del sistema sanitario para hacerle frente competía con conocer la enfermedad y el rastro que dejaba no solo en lo físico, sino a nivel psicólogo en forma del temor a no recuperar la vida anterior al ataque del virus.
En aquel contexto se configuró en La Rioja una consulta multidisciplinar integrada por expertos de distintas áreas. Su objetivo: hacer el seguimiento de un puñado de pacientes, dando apoyo con esa tarea a los profesionales de Atención Primaria. La labor se concretó con un cribado entre enfermos que habían sido ingresados, y el análisis de los efectos monitorizados en diferentes esferas ha ido formando un patrón de seguimiento y tratamiento postCovid cuyo trabajo resulta inagotable.
En torno al 60% de los ingresados por COVID sigue un patrón similar, pero la evolución difiere y los efectos posteriores varían
Por el área de Enfermedades Infecciosas, José Ramón Blanco explica cómo la patología empezó focalizada en lo pulmonar y ha ido pasando a afectar a distintos órganos y articulaciones, haciendo más relevante si cabe la cooperación entre facultativos de distintas áreas. «El espectro de manifestaciones iba de un lado a otro, no se ha limitado a un órgano», describe destacando las cefaleas intensas como una de las consecuencias más recurrentes de la enfermedad, hasta el punto de ser limitantes. «Hay pacientes con mucho estrés postraumático, irritabilidad, insomnio, problemas de concentración... una sensación de 'no poder con la situación'», relata.
Ramón Baeza coincide, aunque aporta un matiz. «Se ha observado que los efectos neuropsiquiátricos, con síntomas ansiosos y depresivos, eran frecuentes en el 50% de los ingresados en planta, aunque no así en los tratados en UCI», revela al tiempo que apunta las posibles razones. «Los primeros han sido más conscientes de la situación, han vito visto sufrir o incluso fallecer a su compañero de habitación; han visto también en primera persona la preocupación del personal que les atendía, toda la presión». El médico adjunto del servicio de Medicina Interna repara también en el factor de la edad. «Es llamativo que son los pacientes más jóvenes, o al menos los menos ancianos, los que más están arrastrando síntomas generales. Sobre todo astenia y fatiga, así como dolores musculares y articulares». Y otras particularidades vinculadas al género o el tipo de metabolismo: la alopecia, más frecuente en las mujeres hospitalizadas, y los síntomas cardiológicos, más reiterados entre quienes presentan factores de riesgo.
El neumólogo Javier Ugedo desgrana con mayor detalle incluso las secuelas detectadas en su consulta, tanto referidas a pacientes como las objetivadas mediante pruebas complementarias. En el primer bloque, a las ya detalladas se suman la disnea, dolores lumbares y articulares, déficit de memoria, parestesias, palpitaciones... En el segundo destacan las alteraciones radiológicas y la temida fibrosis pulmonar, constatada en cerca del 5% de los ingresados –la mayoría críticos–, desarrollada durante la estancia hospitalaria y no a posteriori, y con mejoría lenta e incompleta. Un cuadro de situación al que se adjuntan algunas alteraciones en las pruebas de funciones respiratorias, así como la enfermedad trombo-embólica.
Todo lo que se va conociendo también desde Hospital San Pedro sobre el COVID y sus consecuencias es una ínfima parte de lo que queda por saber. «Se trata de una enfermedad muy nueva, muy diferente», coinciden los especialistas. De acuerdo con la experiencia atesorada por el equipo, el sistema inmune juega un papel crucial en una patología tremendamente variable. «Entre las personas ingresadas, se aprecia que casi el 60% siguen un patrón similar», confirma Ugedo. En una primera fase, en torno a la primera semana, el virus se replica mucho. En la segunda se «desinfla». «En esa curva están los síntomas», continúa el especialista, «y es muy variable, también en el tiempo. «El que parecía mejorar de repente vuelve a inflamarse, o una placa 'limpia' de pronto está más 'sucia'», comenta, para destacar el carácter singular de los diferentes cuadros. «Son cosas así las que van pasando y van sorprendiéndonos en cada caso, es muy particular», reflexiona.
Las particularidades en el desarrollo de la enfermedad y las virtuales secuelas se extienden también al tiempo que suele prolongarse. Los expertos se muestran renuentes a ofrecer un porcentaje. «Algunos estudios internacionales hablan de entre 3 y 6 meses, pero es muy temprano para aportar un dato preciso», indica Blanco. Ugedo remite a la desescalada constatada en el día a día. «Pasado el primer trimestre, el 30% de los casos que vimos seguía con alguna secuela; a partir de los seis meses ya se reducen de forma considerable a un 10% aproximadamente». Una amortiguación paulatina que también advierte Baeza desde el área de Medicina Interna. «Síntomas generales como caída del cabello, cansancio, etcétera van mejorando a partir de las diez semanas, aunque todo depende de cada paciente», apunta, en relación a un colectivo que en La Rioja acumula ya casi 2.500 hospitalizados desde el inicio de la pandemia y 247 ingresados en UCI. De momento.
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