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Ángeles Sánchez y Paloma Martínez se saludan a la entrada de la farmacia de Ortigosa. JUSTO RODÍGUEZ
Ortigosa es el pueblo riojano más grande que no ha sufrido casos de covid en toda la pandemia

El virus no se atreve con Ortigosa

La localidad camerana es el pueblo riojano más grande que no ha sufrido casos de covid en toda la pandemia..., y eso que en verano se llenó de visitantes

Pío García

Logroño

Viernes, 16 de octubre 2020, 07:23

A medida que uno se aleja de Logroño por la Nacional 111, el bosque va engullendo la carretera: las montañas parecen hervir, los árboles mudan caprichosamente de color, el cielo se derrama sobre la tierra y el río Iregua se vuelve joven y tumultuoso. Por la radio del coche llegan ecos de políticos discutiendo, datos inquietantes, amenazas de confinamientos...; pero todas estas miserias urbanas van cobrando una consistencia irreal, casi onírica, en este territorio de montes milenarios y vegetación impetuosa.

La llovizna ha dejado la plaza de Ortigosa limpia y reluciente, como recién fregada. El caserío trepa por la ladera, enlazado por callejuelas pintorescas, de pendientes imposibles, y al fondo se recorta el sobrecogedor puente de hormigón que salva el barranco. Son las once de la mañana. Ángeles Sánchez se dispone a subir la cuesta que conduce a la farmacia. Lleva una bolsa blanca colgada del brazo y va bien abrigada, con un pañuelo que le rodea la garganta. El termómetro marca seis o siete grados, pero apenas corre viento. «Nos hemos comportado», dice Ángeles con una punta de orgullo. Ortigosa, con 229 habitantes censados, es el mayor municipio de La Rioja que no ha registrado casos de covid durante toda la pandemia. El bicho no apareció por aquí en la primera oleada y tampoco lo ha hecho ahora, cuando el resto de la región parece consumirse en un incendio vírico imposible de atajar. «Hemos sido responsables –abunda Ángeles– y además creo que la abertura del terreno nos ha ayudado. Aquí en seguida sales y hay espacio».

Ángeles se encuentra en la plaza con su hijo, Juan María Sáez, y con Piedad García. Los tres se dejan fotografiar obedientemente, con la fachada del Ayuntamiento al fondo. «Ahora hace frío y la gente no sale, pero en verano vinieron de todos los sitios», confirma Juan. «Con toda la gente que ha habido por aquí no se cómo hemos podido librar –apostilla su madre–. ¿Te acuerdas de cómo estaba el frontón?». Piedad, en cambio, reconoce que apenas ha salido de casa. Tuvo que esperar meses para conocer a su nieta, nacida en Madrid en plena pandemia, y aprovechó el verano para disfrutarla de lo lindo en Ortigosa. Ahora se ha vuelto a ir..., y a saber cuándo podrá regresar. «Me parece que esto va para largo», suspira.

«Con toda la gente que ha habido por aquí en verano no sé cómo hemos podido librar. La abertura del terreno nos ha ayudado»

Ángeles Sánchez

Según los datos del Gobierno de La Rioja, solo nueve pueblos con más de cien habitantes se han mantenido sin positivos desde marzo. A orillas del embalse González Lacasa, ni Ortigosa ni El Rasillo (144 vecinos) han sufrido aún el embate del coronavirus. Su caso sorprende porque ambos son municipios turísticos, con mucho trasiego de visitantes. «Y eso que este verano ha sido más largo que nunca y con más gente», advierte María José Letona, una de las socias de patés El Robledillo. A estas horas de la mañana, la mirada se detiene en los chorizos y salchichones del mostrador. En las estanterías, las latas de paté camerano, ordenadas meticulosamente, prometen paraísos untuosos: finas hierbas, campaña, setas, vino tinto... «Este año hemos notado que llegaban muchos visitantes de La Rioja y de regiones vecinas..., viajeros de un día que venían al pantano y luego se daban una vuelta por el pueblo».

Sea como fuere, los veraneantes no han dejado huella vírica y tanto Ortigosa como El Rasillo han entrado en su hermoso otoño –húmedo, fragrante y colorista– sin microbios incordiones. Enfrente de la tienda de patés, un portón enmarcado en un arco de medio punto franquea la entrada a la farmacia. Aurora, la farmacéutica, atiende con mascarilla y detrás de una mampara. Los medicamentos se apiñan en anaqueles de madera. «Esto está siendo agotador», resume. Sus palabras revelan el cansancio de los profesionales sanitarios que resisten en el mundo rural: «La gente tenía –y tiene– muchas dudas, venía, llamaba por teléfono... He estado atendiendo consultas desde las nueve de la mañana hasta las diez de la noche... Y ahora volvemos otra vez. Hace falta concienciar a la gente, pero lo peor son las órdenes contradictorias que llegaban desde arriba, como sucedió, por ejemplo, con el caso de las mascarillas».

«Yo vivo en Galapagar, pero desciendo de Ortigosa y vengo siempre que puedo. Ahora tengo que volver y cruzo los dedos para que no me confinen»

Paloma Martínez

A la salida de la farmacia, Paloma Martínez cruza unas palabras con Ángeles Sánchez. Paloma reside en Galapagar (Madrid), aunque desciende de Ortigosa y mantiene la casa familiar. «Cruzo los dedos para que no me confinen», dice. De momento, uno puede entrar y salir libremente de Galapagar, pero no de Collado Villalba, que está al ladito. «Siempre que puedo me escapo a Ortigosa. Me sorprende que no haya habido aquí ningún caso. ¡Con todos los que hemos venido! En verano mucha gente se juntaba en el Casino a tomar el vermú». En la calle Enrique de la Riva, tres mujeres cruzan apuestas sobre cuánto durará la pandemia. Nadie es ya optimista. «Esto va para muy largo», concuerdan.

En otro municipio confinado de Madrid, Coslada, reside María Malo, periodista ortigosana e hija de Piedad. Estuvo en el pueblo teletrabajando hasta septiembre y, por wasap desde su exilio, apunta alguna clave: «Este verano hemos tenido las piscinas cerradas y los del pueblo no hemos ido ni al pantano. Mucho monte, mucho andar al aire libre y poco contacto con los veraneantes», resume. Además, valora la atención médica que brinda el consultorio del municipio: «En ningún momento se ha desatendido a nadie ni ha estado saturado el centro. Nacho, el médico, ha hecho una labor estupenda en atención primaria. Por eso es tan importante mantener esos servicios en un pueblo».

A mediodía, la llovizna va ganando cuerpo. Hay en el cielo una turbulenta confusión de nubes negras, grises y blancas. Apetece meterse en alguna casa, quitarse la mascarilla, encender la chimenea y olvidarse del covid.

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