'Retrato de Marinetti', obra de Carlo Carra (colección particular).

La vieja normalidad

«Si me dieran a elegir yo elegiría / esta salud de saber que estamos muy enfermos / esta dicha de andar tan infelices» Juan Gelman ('El juego en que andamos')

Jorge Alacid

Logroño

Domingo, 21 de junio 2020, 08:14

Si el pasado, como advirtió el clásico, es un país extranjero, el futuro será siempre un territorio todavía más extraño. Para cuya exploración resulta imprescindible una generosa dosis de arrojo, lindante con la temeridad, como advertía Shackleton a quienes quisieran acompañarle en la conquista de ... los Polos. En una escala más mundana, la rutina que regresa hoy a la vida de los españoles será también una realidad inexplorada, pendiente de cartografiar. Para trazar el mapa de la recuperada normalidad, ayudarán un par de atributos: la experiencia de otra crisis aún reciente, la financiera del 2007 que azotó a todos los estratos de la sociedad y desfiguró incluso el modelo de vida anterior, y las advertencias de los expertos, que se despreciaron hasta que fue demasiado tarde. Hoy, como entonces, no podemos decir que no estemos avisados. Valga este ejemplo: Müge Adalet, economista senior para España de la OCDE, pronostica que la recuperación de la actividad económica anterior a la pandemia sólo se alcanzará en el 2022. Dentro de dos años. Para aterrizar en ese remoto horizonte, concluye que se requerirá la alianza entre el consumo renacido y el gasto del ahorro forzado por el confinamiento, aunque la curación total no llegará de repente: «Habrá una pausa hasta que se vuelva a consumir de nuevo normalmente».

Publicidad

Normalmente. ¿Qué será esa normalidad, adjetivada como nueva por Pedro Sánchez desde el atril de Moncloa mediante un astuto juego de palabras que esconde en realidad una superchería? Porque si es nueva, no será normalidad. Y al revés: si es normalidad, debería ser la vieja normalidad, la de siempre. Con sus pompas y sus obras. Un cuarto oscuro iluminado por la luz que aporten quienes alguna opinión tienen al respecto. El politólogo riojano Pablo Simón, profesor universitario, responde escéptico pero lúcido consultado sobre sus profecías: «Entramos en una crisis económica global y no sabemos nuestro ritmo de salida respecto al resto del mundo. La COVID acelerará tendencias previas, como un mundo más proteccionista, competitivo y tecnológico, en el que las desigualdades también aumentarán». Sombrío resumen: «Políticamente, salimos polarizados de la crisis, como entramos. Misma música, diferente letra».

El grado de cainismo en el debate público no ha cesado en efecto durante la crisis. Por el contrario, alguna de sus manifestaciones más airadas se han avinagrado: la negación del otro, por ejemplo, principal activo de nuestra clase política. Prevalece también una tentadora, pero muy peligrosa, tendencia a pensar que la lucha contra el virus puede conjugarse en pasado. Porque ocurre que hoy nos seguimos regulando por las medidas del estado de alarma contenidas en el decreto de 9 de junio, según las cuales se mantienen los requisitos de prevención e higiene en los puestos de trabajo, incluyendo la preceptiva separación física. También continúa en manos de cada Gobierno regional fijar normas para evitar aglomeraciones o aforos excesivos en espacios públicos (adiós a las fiestas populares del 2020) o restringir aquellas actividades que las autoridades juzguen más arriesgadas para la salud de sus administrados. Y persiste inalterable la amenaza de otro brote, lo que puede traducirse en más confinamientos y cuarentenas, activando si fuera preciso de nuevo el estado de alarma.

Lo cual, siendo grave, supone solo una parte del amenazante panorama que se avecina. Carlos Gil Andrés, historiador y como Simón colaborador habitual en este diario, aporta el punto de vista de quien está lidiando con los efectos de la crisis en el ámbito docente, sin grandes motivos para el optimismo: «Me preocupa una idea cada vez más extendida de que la educación está en las nuevas tecnologías, la información que se corta y se pega en un clic, todo rápido, inmediato y a ser posible en inglés». Un inquietante escenario donde añora atributos tan valiosos como olvidados: «Estamos perdiendo la competencia lingüística en castellano, todo lo que sea leer y escribir cada día cuesta más, cada año la comprensión lectora es un problema mayor... Se olvida que la reflexión, el pensamiento y el despertar de la curiosidad requieren tiempo y esfuerzo».

¿Dónde anida por lo tanto la esperanza de un futuro menos ominoso, más iluminador? Luis Alfonso Iglesias, profesor de Filosofía y firma también frecuente en estas páginas, arroja algún rayo de luz: «Creo que mientras dure el efecto de la pandemia, seremos más cooperativos». Tal vez, porque sospecha que hemos aprendido alguna lección de esta crisis que nos hará compañía durante una temporada: que no hay otra opción que modificar ciertos hábitos muy mejorables, penosas conductas, individuales y colectivas. De lo contrario, la nueva normalidad se parecerá demasiado a la vieja, en su peor sentido. En palabras de Iglesias: «Si no nos ajustamos a otra forma de vida más alejada del exhibicionismo social y el consumismo compulsivo, como dijo Sánchez Ferlosio, vendrán más años malos y nos harán más ciegos».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad