Por las páginas del periódico han circulado algunos de muchos héroes que día a día continúan jugándosela por nosotros. Personas anónimas que desde hace ya demasiados días están en la primera línea del frente (valga la metáfora bélica que muchos rechazan) para jugar ... a delineantes y obligar a la famosa curva a plegarse, a dejar de mirar hacia arriba para hacerlo, si no hacia abajo, sí al menos al frente. Héroes que en las cada vez más tensas y politizadas redes sociales también han alertado de la deshumanización de un puñado de desaprensivos e insolidarios que han recurrido al 'moving' domiciliario para pedirles que pongan tierra de por medio y no regresen a sus casas tras la pelea.
Afortunadamente hay otras redes sociales. Las de toda la vida, las de la calle, las del vecindario, las de las tiendas de ultramarinos, esas que son mucho más estrechas e intensas en las pequeñas localidades y en las que nadie se esconde detrás de un huevo. Es lo bueno de los pueblos: aquí todo el mundo se conoce, todos saben a qué se dedica la vecina de arriba, la de enfrente, la hija de 'la Mari', el sobrino de 'el Antonio' y hasta esos cuatro que han venido a pasar la cuarentena con las chiquillas. En Albelda (que se ha convertido de un tiempo a esta parte en el proveedor oficial de muchos bienes de primera necesidad para estos nuevos vecinos sorzaneros) también lo saben y conocen a todos sus héroes de primera mano. En el centro del pueblo, en una de las tiendas que siempre tiene filas de espera, han querido rendirles el merecido tributo y desde hace ya varias semanas una serie de carteles decoran el escaparate unos folios amarillos con los que se rinde tributo a médicos, enfermeras, trabajadores sociales... A todos los héroes albeldenses.
En Sorzano también tenemos un puñado de héroes dándolo todo en diferentes hospitales de aquí y de fuera. Héroes anónimos que siguen a lo suyo y que no desfallecen pese a que las fuerzas parecen empezar a agotarse sin saber hasta cuándo durará la pelea. De vez en cuando las niñas preguntan por ellos. La respuesta, previa censura si es necesaria, siempre es la misma: «Bien, muy bien, todo bien». Siendo verdad (nuestros héroes y heroínas están bien) Valentina empieza a pensar que hay gato encerrado.
Porque si algo ha despertado el virus ha sido su capacidad de dudar de la versión oficial, que así en abstracto no es que este mal sino que es necesario. El problema es cuando esa versión oficial es la de tus padres y la pones en entredicho a tus ocho («casi nueve», corrige) años. Hubo un tiempo en el que para evitar intrusos en las conversaciones recurríamos al inglés a metáfora incongruentes o a circunloquios eternos. Ya nada de eso vale. Ahora hay que hablar cuando ella no esté.
Sobre todo porque ahora todo es coronavirus. Y el bicho continúa sembrándole una angustia que se niega a reconocer pero que le despierta por la noche. Ayer, mientras ella profundizaba en las casi inescrutables propiedades de la materia yo me pegaba con el INE rellenando un Excel de números y fechas. «¿Todos esos números son de gente que se ha muerto? ¿O de gente que ha ido a la cárcel por no quedarse en casa?». La respuesta, pese a lo argumentada que estuvo, no le convenció. «Me estás ocultando algo». Con un poco de suerte se está cociendo otra periodista.
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