El Gobierno de Pedro Sánchez lleva semanas trabajando en hacer una vigilancia centinela del COVID, lo que significa no contar ni controlar todos los contagios, y atender solo a los datos de hospitalizaciones. Es lo que han denominado 'gripalizar' el virus. El anuncio, que se ... ha topado con el rechazo de organismos internacionales como la Agencia Europea del Medicamento (EMA) y de laOMS, así como de las sociedades españolas de Médicos de Atención Primaria (Semergen) y de Médicos Generales y de Familia, que consideran prematura la medida, llega en uno de los momentos más virulentos de una pandemia que solo en La Rioja ha causado desde sus inicios 873 fallecimientos.
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Basta con contrastar los datos de las consecuencias que tuvo la gripe A en La Rioja nada más detectarse por primera vez en la temporada 2009-2010 con los estragos de la cepa Ómicron, para hacerse una idea de que en ambas enfermedades, salvo por la importancia de la vacunación para hacerles frente y algún que otro síntoma, poco o nada tienen que ver, ni por incidencia ni por presión asistencial.
Durante la pandemia por el virus de la gripe H1N1 de 2009, que se extendió de octubre de ese año al 26 enero de 2010 cuando se detectó el último contagio, se notificaron en La Rioja 7.808 casos sospechosos, 111 personas necesitaron ingresar en el hospital, cinco tuvieron que ser atendidas en la Unidad de Cuidados Intensivos y finalmente fallecieron dos. La incidencia tocó techo la semana del 1 al 7 de noviembre con 544,42 casos por cada 100.000 habitantes. Ese fue el máximo de aquella temporada de gripe y de todas las que vinieron después.
La tan temida gripe A, que puso al planeta en alerta pandémica, salvo por la incidencia, no dejó registros ni mucho menos históricos y para las temporadas siguientes bajó a la categoría de común. De hecho, la OMS retiró la alerta en agosto de 2010. Afortunadamente, provocó mucho más ruido que impacto real en la población.
Con el coronavirus, la situación no tiene nada que ver. Si el análisis se ciñe a la sexta ola, la dominancia de la variante Ómicron ha impulsado los contagios de una forma vertiginosa. Si el punto de partida se pone a principios de diciembre, desde entonces, el Ministerio de Sanidad ha notificado 36.327 casos en nuestra comunidad y 41 personas han perdido la vida.
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Pero además, la versión sudafricana del virus ha elevado la incidencia por encima de los 5.700 casos por cada 100.000 habitantes. Una tasa muy por encima de los valores que se habían alcanzado en los casi dos años de pandemia y diez veces más que la peor incidencia de la gripe. El techo del COVID hasta ahora estaba en los 1.345,67.
La presión hospitalaria es otro de los factores que poco o nada tienen que ver con la tensión que la gripe ha generado históricamente en los hospitales riojanos. De hecho, desde el pasado puente de diciembre, más de 350 pacientes de SARS-CoV-2 han requerido hospitalización. El pasado 8 de enero, tanto en el San Pedro como en Calahorra había 142 personas ingresadas con COVID. No es el momento de más tensión. Fue el 26 de enero de 2021. Ese día 252 riojanos estaban hospitalizados.
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Los estragos del coronavirus, pese a que los infectados con la variante Ómicron cursan con un cuadro más leve, ni siquiera tienen comparación con los ocasionados por la gripe en una de sus temporadas más cruentas.
En 2017-2018, a pesar de que no hay datos del número total de contagios, la gripe generó 244 hospitalizaciones y 85 casos graves, de los que ocho requirieron atenciones en la UCI. Salvo una, todas superaban los 50 años. Y lo que es peor, ese año perdieron la vida diez personas, nueve de ellas tenían factores que predisponían a las complicaciones. Todo en un periodo que se extendió desde el 8 de octubre de 2017 hasta finales de abril del año siguiente.
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Es fácil suponer que ante el primer síntoma raro podemos estar contagiados de COVID. Lo primero es pensar si hemos estado de alguna forma expuestos al virus con algún contacto estrecho o situación no controlada. A partir de ahí y suponiendo que tenemos síntomas, hay que ir con precaución y testarnos con una prueba de antígenos para confirmar nuestras sospechas. Porque tanto la gripe como el resto de enfermedades comunes respiratorias tienen cosas en común. Si uno tose pero no tiene fiebre, seguramente sea un resfriado. Si duele la garganta y la cabeza y cuesta respirar podemos tener COVID. En este caso la fiebre puede darnos más pistas. Eso sí. Nada de autodiagnosticarse. Lo importante es acudir a los test y los centros de salud.
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