– ¿Llegó alguna vez a pensar que íbamos a vivir algo semejante?
– Una pandemia global a este nivel... No. Es verdad que algunas organizaciones internacionales habían advertido de que podía llegar una pandemia. Y de hecho en este siglo ya hemos sufrido el Sars, el ébola... Sabíamos que existía ese riesgo, pero pensábamos que seríamos lo suficientemente listos como para poder controlarlo. Nos han puesto en nuestro lugar.
– Cuando en marzo empezó la pandemia, el anhelo común era que las vacunas estuvieran cuanto antes. Ya están aquí. ¿Le ha sorprendido la rapidez?
– Es verdad que se ha ido muy rápido en comparación con el procedimiento estándar. Pero debemos tener en cuenta que estamos ante una emergencia de salud global. Se han acelarado los tiempos pero se han mantenido todos los protocolos, tanto de eficacia como (lo más importante) de seguridad.
– Si nos atenemos a los datos, en España hay muy pocos antivacunas. Sin embargo, surgen ahora muchas reticencias sobre la vacuna del COVID, ¿las entiende?
– Lo puedo llegar a entender. Yo diferencio entre los antivacunas y los que tienen reticencias particulares con esta vacuna por la rapidez con la que ha sido desarrollada. Porque es cierto que estamos ante un hito de la medicina: en menos de un año hemos pasado de conocer cómo es la secuencia genética de este virus a tener la vacuna. Nuestra labor es ser transparentes y explicar bien las cosas. Por ejemplo, hace unas semanas cundió una cierta alarma cuando los ensayos de una de las vacunas se detuvieron porque, en la fase de prueba, una persona de 30.000 sufrió una reacción adversa.Pero esa fue en realidad una buena noticia: eso indicaba que los protocolos se seguían. Se estaban haciendo las cosas bien.
– El problema, al que también han contribuido las empresas farmacéuticas y los estados, es que el hallazgo de la vacuna se ha tratado como si fuera una competición deportiva. Eso genera suspicacias. ¿Podemos confiar en las agencias de control?
– Este caso ha sido coordinado por la Agencia Europea del Medicamento, que desde el principio ha estado muy involucrada en todo el proceso. Los análisis, la información requerida, los protocolos... han sido iguales o superiores a los seguidos en cualquier proceso estándar, pero se han puesto muchos más recursos para acortar el tiempo. En otros casos, además, la revisión de la Agencia comienza una vez se ha acabado la elaboración de la vacuna; aquí han ido en paralelo. A medida que se avanzaba, se iban revisando los procesos. De esa manera se ha conseguido reducir los tiempos. La transparencia ha sido máxima.
– Todas las vacunas tienen o pueden tener efectos secundarios. ¿Hasta qué punto deben preocuparnos?
– El riesgo cero no existe. Pero los científicos y las agencias tenemos siempre en mente una ecuación: máxima eficacia, mínimo riesgo. Incluso una vez que están autorizadas, se hará un seguimiento muy exhaustivo de los vacunados.
– Tendemos a pensar que las vacunas son todas iguales, pero hay muchas diferencias.
– Las hay de diversos tipos. Las principales son de virus atenuados, de virus inactivados y de subunidades. Esto último significa que, en vez de manejar el virus completo, utilizamos solo una parte de ese virus que nos da una alta respuesta inmune, pero que nos evita los efectos secundarios de los otros tipos de vacuna. En el caso del COVID, casi todas son de subunidades y utilizan la proteína exterior del virus, que es la que se ancla a las células huésped cuando comienza la infección.
– ¿Deberían ser obligatorias o voluntarias?
– Aquí doy mi opinión no como científica, sino como ciudadana. La sociedad española ha demostrado su solidaridad en muchas cuestiones: en la donación de órganos, en la de sangre... Creo que aquí también lo vamos a ser. Por eso pienso que deben ser voluntarias. Entiendo las reticencias y creo que debe explicarse bien que son vacunas seguras, con un riesgo mínimo, pero tengo la impresión de que la sociedad española va a responder, sobre todo por nuestros mayores.
– ¿Falta formación e información científica en la sociedad?
– Yo he estado diez años viviendo en Japón. Lo que más me sorprendió es que la sociedad japonesa tiene bastantes conocimientos de ciencia y es además capaz de entender de que ha progresado gracias a la investigación y a la tecnología. Eso es algo que eché de menos al volver a España. Me di cuenta de que no existía una comunicación entre los ciudadanos y los científicos. Pero eso no es solo culpa de los ciudadanos; los científicos quizá también nos hemos escondido en nuestros laboratorios y no hemos sido capaces de establecer esa comunicación. Una de las cosas que más nos ha enseñado esta pandemia es que la gente ha descubierto lo importante que es la ciencia. Me quedo impresionada porque se están utilizando conceptos científicos de una manera muy familiar: que si serología, anticuerpos, antígenos...
– ¿Volveremos a las andadas en cuanto se acabe la emergencia sanitaria?
– Creo que se ha plantado una semilla en la sociedad y se ha entendido la importancia de la ciencia. Si somos capaces de regarla bien, habrá calado. Pero me encanta ver científicos en el 'prime time' de la televisión. ¿Cuándo se había visto eso antes?
– ¿Cree que esta pesadilla acabará en el 2021?
– Vamos a empezar ahora con las vacunas, pero eso no significa que vayamos a volver a febrero del 2020. Tendremos que seguir con la distancia, con las mascarillas, con todos los cuidados... En un futuro veremos si podemos volver a nuestra vida normal. Igual las mascarillas han llegado para quedarse, como en Japón. Lo común es que la gente se ponga mascarilla cuando nota los síntomas de un resfriado, no por uno mismo, sino por respeto a los demás. Quizás hemos interiorizado eso. O quizás no; lo veremos.
«España necesita un Pacto por la Ciencia que impida el cierre de líneas de investigación exitosas»
logroño. «Me da risa cuando veo letreros que anuncian 'productos libres de química'... ¡Pero si todo es química! Nuestras células son máquinas haciendo síntesis cada segundo. ¡Nosotros somos química!», advierte Fayna García. En los laboratorios, entre aparatos majestuosos y humildes tubitos, los investigadores tratan de desvelar algunos secretos huidizos que quizá acaben resolviendo problemas acuciantes. «Prueba-error, prueba-error..., así es como se avanza», apostilla. Con el grupo de Química Biológica de la UR, Fayna García trabaja en la creación de una vacuna contra el cáncer. «La inmunoterapia del cáncer es más complicada que crear una vacuna contra un patógeno –avisa–. El cáncer en realidad no es una única enfermedad; es muy personal y tenemos que ir hacia una medicina más personalizada en este tipo de enfermedades. Se ha descubierto que hay cierto antígeno común en muchos tipos de cáncer. Nosotros queremos hacer una inmunoterapia eficaz en esos tipos de cáncer. No sería una vacuna preventiva, como las que nos ponen cuando somos pequeños, sino terapéutica: el paciente ya está desarrollando esa enfermedad y nosotros tenemos que frenar ese desarrollo». El cáncer plantea un reto para la medicina, ya que, como son células del propio organismo y no agentes externos, el sistema inmune las tolera, con lo que las células malignas se desarrollan y acaban generando el tumor. «Nuestra intención –apunta Fayna García– es entrenar al sistema inmune para que ataque a las células que tienen ese antígeno especial. Como químicos, además, le incorporamos algunos elementos no naturales para que sean más estables y aumente la respuesta inmune».
Y todo esto en un entorno difícil, a veces incluso hostil. La investigación científica en España nunca ha sido una prioridad: «Falta dinero, pero también falta un sistema –apunta García–.. Ahora existe una emergencia por COVID, pues todos los recursos van hacia eso; mañana pasa algo con los océanos, pues ponemos todo el dinero ahí. Tendría que haber primero una buena base y a partir de ahí avanzar. Es inexcusable firmar un Pacto por la Ciencia: que todos los grupos políticos apuesten por crear un ecosistema científico en España que impida el cierre de líneas de investigación exitosas o el desmantelamiento de grupos de investigación».
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