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Cristina, en la barra del Salón de Juego Bar 'Suvisión', en la calle Gonzalo de Berceo. JUSTO RODRÍGUEZ
«Estamos asombrados»

«Estamos asombrados»

Los salones de juego no comprenden que hayan sido los únicos negocios obligados a cerrar para frenar el avance del virus

Pío García

Logroño

Jueves, 7 de enero 2021, 07:22

En la calle Gonzalo de Berceo se advierte el alegre bullicio de los días de Reyes. Los niños llevan bajo el brazo los fabulosos regalos que acaban de recibir. Algunos padres cargan afanosamente con unas cajas de dimensiones portentosas y otean con ansiedad el horizonte, en busca del contenedor apropiado. Cerca ya de la rotonda de Las Palmeras, a la entrada del salón de juego Suvisión hay dos hombres junto a una mesa. Fuman y hablan de sus cosas. En el interior del local reina una oscuridad de iglesia, rota por los feroces neones de las máquinas: hay dispositivos de apuestas deportivas, tragaperras con imágenes de frutas, bingos, una ruleta electrónica. Sobre los botones iluminados de los aparatos han colocado carteles. Dicen: «Máquina desinfectada. Todas nuestras máquinas son desinfectadas antes y después de su uso. Si lo desea solicite una segunda desinfección». En el mostrador del bar hay una vitrina con pinchos y un tirador de cerveza. Un bote de gel hidroalcohólico está apoyado sobre una señal que indica: «No se sirve en barra». Cristina, la camarera, atiende a los clientes. Tiene dudas. Las nuevas medidas del Gobierno ordenan el cierre de los centros de apuestas y salones de juego, pero indultan a los bares. En el Boletín Oficial se lee textualmente: «No se permiten las actividades de juego y apuestas realizadas en locales dedicados a tal fin». Cristina, que habla con suave acento rumano, comprende la gravedad de la situación, pero no entiende que se cierren las salas de juego: «En los bares verás a la gente sentada en las mesas, quitándose la mascarilla para beber y comer, y hablando entre ellos. Aquí, sin embargo, no hay casi contacto. Cada uno está a lo suyo, jugando a la máquina de su elección y con la mascarilla siempre puesta».

Unos metros más arriba, en el salón Reta, la luz es blanca y no hay bar. Todo son máquinas de apuestas deportivas, con señales en el suelo que marcan la distancia de seguridad. Las paredes están alfombradas de pantallas de televisión. Al fondo, en una especie de saloncito, tres personas están siguiendo la emisión de un partido de la liga de fútbol femenino. Juegan el Betis y el Sevilla.

A la entrada del local, detrás de una mampara, Gonzalo se confiesa «sorprendido y asombrado» por la medida que acaba de tomar el Gobierno. «Somos los únicos que cierran a cal y canto. Pero echa un vistazo al Zara y al Berceo y verás cómo están de gente... Aquí garantizamos separación, mascarilla y ofrecemos guantes y punteros para no tocar las pantallas. Es más, no solo hemos implantado el código QR del COVID, sino que estamos obligando a todos nuestros clientes a escanearlo. Eso no lo he visto yo en ningún bar». Gonzalo sospecha que detrás de esta decisión se esconde un motivo más político que sanitario: «Sabemos que las casas de apuestas no están bien vistas por este Gobierno y han querido copiar a otras regiones..., pero yo soy un trabajador que tiene que dar de comer a su gente y pagar su casa. Menudo regalo de Reyes». Gonzalo se despide de los periodistas agradeciendo haber podido, al menos, contar su versión.

Al doblar la calle, por las cristaleras de una cafetería se ven todas las mesas ocupadas. Es un día de vermú y calamares, de risas infantiles, de bullicio, de contagios, de nuevos hospitalizados, de roscones y filas en las panaderías. Un extraño día de pandemia. Los reporteros acaban la jornada en otras dos salas de juego, pero sus encargadas no quieren hacer declaraciones. En la última de ellas, al final de la Gran Vía, una imperiosa voz de oráculo surge de una habitación en penumbra. «No va más», se oye.

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