Día 13: Las trampas

Diario de una cuarentena rural ·

«Henar sigue sin saber por qué las malditas calabazas no dan señales de vida (las plantamos hace un par de días) y Valentina riega con demasiada insistencia, como vengándose de las semillas que esparció el fin de semana»

Luis J. Ruiz

Sorzano

Martes, 24 de marzo 2020, 10:19

La vida continúa fluyendo demasiado despacio. En Sorzano también. «Solo ha pasado una semana, pero cuántas cosas han pasado en solo una semana», decía ayer por teléfono (ahora todo es por teléfono) la portavoz de una empresa que ha visto cómo se ha ... disparado el volumen de sus pedidos y el ritmo de trabajo de su empresa. Ahora todo consiste en hacerle trampas al coronavirus, en hacerle quiebros a lo que antes era nuestra rutina para intentar esquivar el contacto con cualquier persona. Porque ahora, cuando miramos a los demás, lo hacemos si ante nosotros estuviera el asesino sorprendido con el cuchillo ensangrentado en la mano.

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Hacer trampas. En Sorzano somos muy de hacer trampas. Las hacemos por la mañana, cuando sobre la mesa está la tarea del día; y las hacemos por la tarde, cuando los libros y los apuntes dejan sitio al Monopoly Tramposo, el juego de toda la vida reformulado ahora para que lo más divertido no sea tanto comprar la Gran Vía de Madrid como intentar robársela a quien ha pagado por ella un pastizal. En todo caso, en esta casa hay una ley no escrita aplicable a todos los juegos de mesa que asegura que hagamos los que hagamos, siempre gana la misma. Y no, ya no va al colegio...

Lo de las trampas con la tarea viene de largo, lo que ha cambiado es la estrategia. Antes del día D, antes del cierre de clase, la respuesta era «ya los he hecho en clase». Después del día D la respuesta es «sí, sí, claro que los he hecho». Al principio le creíamos, pero acabó cayendo con todo el equipo, asegurando que había hecho una tarea que nadie le había encargado...

Así, entre trampas, en un perenne juego de 'polis y cacos' transcurre la cuarentena en Sorzano. Trampas por la mañana y trampas por la tarde. Y entre unas y otras está su espíritu de agricultoras. Henar sigue sin saber por qué las malditas calabazas no dan señales de vida (las plantamos hace un par de días) y Valentina riega con demasiada insistencia, como vengándose de las semillas que esparció el fin de semana. Como si de esa manera consiguiera que alguien pague los platos rotos del virus que llegó de China. Ya no pregunta hasta cuando. Ya empieza a hacer los planes a muy largo plazo.

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