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El 25 de marzo de 2020, Grañón recuperó la figura del pregonero para comunicar al vecindario la suspensión de la misa y la salve en la ermita de la Virgen de Carrasquedo y la alternativa propuesta. Ese papel, claro está, recayó en Albino Crespo, el ... alguacil del pueblo, que vale igual para un roto que para un descosido. En abril cumplirá 31 años en el puesto y, hasta hace una veintena de ellos, aproximadamente, cuando los tiempos cambiaron también para esto, estuvo unos cuantos haciendo de pregonero: los bandos oficiales con tambor y los demás -cuándo venía el pescatero, a vender ropa, etc.-, lo contaba y punto. Experiencia, por tanto, tenía.
Cuenta Albino que cuando se decretó el estado de alarma y empezó el confinamiento domiciliario, él se ofreció al alcalde, José Ignacio Castro, «para lo que hiciera falta». La edil Susana Blanco estaba también la víspera de la fiesta, cuando la propuesta tomó forma con la idea del bando. Al día siguiente, desempolvó la trompetilla, recuperó los lugares estratégicos de antaño, a los que sumó algunos nuevos, y fue dando lectura al bando. «Queridos grañoneros. Hoy, día de nuestra madre de Carrasquedo, no podemos ir a visitarla a la ermita debido a la situación actual. Por este motivo, se invita a todos los vecinos a que, después del repique de campanas, a la una del mediodía, salgamos a nuestras ventanas o balcones y cantemos el himno a nuestra madre de Carrasquedo. Sin más que comunicarles, a todos, mucho ánimo», leía aquí y allá.
Lo que ocurrió después es algo que el alguacil nunca va a olvidar. «Fue muy bonito. A la hora fijada, estuve recorriendo las calles y, como el himno dura unos diez minutos, me dio tiempo a ver que salió todo el pueblo a cantar. La gente se emocionaba. Normal, no había ocurrido esto nunca», evoca.
En los malos momentos siempre surgen grandes acciones y Albino protagonizó durante el confinamiento un conjunto de ellas, al asumir voluntariamente el papel de recadero. Para todos, pero muy especialmente para las personas mayores. «Pasaba por las calles y recibía los encargos. Al final, bajaba casi todos los días a Santo Domingo de la Calzada a hacer compras, traer butano... Es uno de los trabajos que he hecho con más orgullo en todos los años que llevo aquí, pero es una experiencia que no quiero volver a vivir, porque eso significaría que volvemos a estar muy mal», dice. Y parece emocionarse al evocar la «tristeza inmensa» que percibió en el pueblo aquellos aciagos días de la primera ola. «Me impresionó mucho», confiesa.
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