Imagínense que uno tiene una de esas barbas pobladas y extensas (que no es mi caso), pulcra y cuidada, una de esas que su propietario se mesa con cierta parsimonia cuando reflexiona o cuando lee un texto en la pantalla del ordenador tratando de ... encontrar en ese masaje capilar el verbo adecuado para que la frase que acaba de escribir quede redonda o escrutando el adjetivo que mejor case con la realidad que acaba de presenciar. Una de esas barbas que han protagonizado unos cuantos memes durante la crisis sanitaria que nos tiene a todos encerrados en casa y que, en función de su prestancia, puede ser el mejor de los refugios para el virus. Pues en ese hipotético caso su propietario tendría un problema si, también hipotéticamente, alguien le retara a meter el careto en un plato repleto de harina. «Todo presunto», que diría Rajoy.
Si tienen hijos pequeños es más que probable que sepan de qué va la cosa. Más de un mes después, cualquier alternativa que rompa con la rutina coronavírica, que acabe con esta distopía del confinamiento, es no solo imaginable, sino bastante bien recibida. Y esos retos, que todos consideraríamos absurdos en tiempos normales, se han convertido en las últimas semanas en una forma de jugar en la distancia, de mantener el contacto entre amigos y de despertar parte de las sonrisas también confinadas. Parecidos a esos que se ven en YouTube, pero sin esperar a que el vídeo se viralice y aporte un puñado de dólares a quien lo subió. Algo mucho más íntimo.
En Sorzano han aterrizado un par de ellos. El primero fue ese, el de la harina. Tremendamente gracioso mientras saltaba de mocete en mocete: «Reto a Valentina»; «Reto a Henar»; «Reto a Gabriela, a Martina, a Jorge, a Mateo, a Victoria, a Rafael, a Julia, a Coloma, a Allende...». Y ellos, entregados a la causa, se embadurnaban, se rebozaban la cara con harina para ver quién era capaz quedarse más blanco y se pasaban el marrón de unos a otros.
Todo iba bien hasta que alguien pensó que también sería divertido ver a alguno de sus padres con la cara más blanca que la camiseta del Real Madrid (de eso no gastamos por aquí, dicho sea de paso).
El segundo, en un intento de sacar provecho del acopio de papel higiénico hecho antes de que se declarara el estado de alarma, pasa por hacer la plancha con pies y manos y, paralelos al suelo, montar y desmontar un par de higiénicas torres cambiando de mano entre rollo y rollo (si lo hacen diez veces seguidas, acabarán con agujetas).
Y a eso dedicamos la tarde de ayer: a grabar vídeos en los que los niños hacen cosas que en condiciones normales se convertirían en una buena bronca y para las que ahora les jaleamos. Y, lo que es peor, a hacerlo los mayores (unos con más glamour que otros, dicho sea de paso). Hubo alguna que otra toma falsa, alguna torre se cayó antes de tiempo, quien chupó cámara (o móvil) por encima de sus posibilidades, algo de harina esparcida por toda la casa y unas cuantas risotadas que, a la postre, es de lo que se trataba.
Afortunadamente no tenemos barba. Para alguno, el marrón (o el blancazo) va a ser apoteósico. Será como ver a Papa Noel en pleno mes de abril.
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