Te doy mi sangre
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Las donaciones se han incrementado en La Rioja tanto por la extrema sensibilización social como por el mayor tiempo de ocioLas donaciones en La Rioja han experimentado un incremento notable a lo largo del estado de alarma. Tanto por la hipersensibilidad general como por el tiempo de ocio, el caso es que los profesionales que cumplen con su tarea itinerante tienen que impedir el paso a más gente porque se ha llegado al cupo. La mañana de ayer, fea y desagradable, presentaba su mejor aspecto en forma de cola para entrar al autobús de la Unidad de Donación, una escena desconocida en el entorno de Club Deportivo.
A esa diferencia se añade la presencia del doctor, enfermeros y chófer tapados con mascarillas, y con batines de papel para evitar posibles contagios por el COVID-19. La escena puede que se convierta en habitual, como en su día lo fue ver a los médicos atender a los deportistas con guantes de goma después de la aparición del VIH.
El Banco de Sangre de La Rioja, además del formulario tradicional, pide ahora otro más con el que se da, o no, el consentimiento para que los análisis de la sangre donada puedan ser catalogados en un banco de datos. El doctor Carlos Sola explica que este consentimiento es «para la creación de un test poblacional en el que se tratará de analizar cuánta gente ha podido estar en contacto con el coronavirus. Queremos crear una base estadística porque todos vamos aprendiendo de este virus sobre la marcha».
«¿Una vacuna? En principio, cuando se logre, debería durar mucho porque los coronavirus mutan muy poco, no es como la gripe, es más como una varicela, que la pasábamos todos los niños juntos, si te tocaba de mayor, lo pasabas realmente mal».
A su lado trabajan a toda máquina los enfermeros Laura y Diego. Mascarillas, guantes y batines de papel para evitar cualquier contagio y limpieza constante con desinfectantes. «No nos aburrimos», dice Diego, ahora hay más trabajo con la limpieza. Toda la protección está muy bien, pero ¿y nuestra distancia de seguridad?», sonríe Diego. «Yo no me toco la cara como antes», admite Laura, quien confiesa que «toda la vida pinchando a la gente sin guantes por tener mejor tacto y ahora ya he aprendido a hacerlo con ellos».
El espacio dentro del autobús es escaso, como la posibilidad del aburrimiento, pero queda un huequito para la emoción. «Cuando nos aplauden a las ocho de la tarde es tremendo», señalan Laura y Diego sin dudar.
En la calle, bajo la intermitente lluvia, esperan Fernando, que empezó a donar cuando hacía la mili en Melilla y siguió porque supo que tenía el cero negativo; Elina, de Bulgaria, sensibilizada tras el fallecimiento de su padre; Mateo, de Anguiano, un habitual que lleva 42 años donando desde que era voluntario en Cruz Roja o Laura, que empezó cuando estudiaba en Madrid y ahora ha enganchado a su madre y a su novio.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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