En ocasiones, los Reyes Magos llegan a través de wasap y a deshoras (en abril), para seguir haciendo su magia y lograr que todo aquello que el lunes era decepción se convirtiera ayer en alegría. En ocasiones, los Reyes Magos tienen nombre y apellidos, ... son más del sur que de oriente, son un pedazo de pan preocupándose por los demás y consiguen despertar en los más pequeños (pequeña en este caso) unas ganas irrefrenables de ponerse a leer como si no hubiera un mañana. También ha ayudado, para qué negarlo, lo de desconectar el wifi de la tablet. Para sorpresa de Valentina y de Henar, ha empezado a funcionar únicamente cuando hay que hacer la tarea del cole. La apagan, la encienden, toquitean todo lo que pueden hasta que lo dan por imposible y buscan una alternativa. Será cuestión de tiempo que aprendan a conectarlo, pero de momento es suficiente: con la televisión en huelga, la plastilina, la pintura y todo lo que es susceptible de romperse, para Henar, y el ebook,para Valentina, se han convertido, al menos desde ayer, en compañeros de cuarentena.
La tablet está jugando, en todo caso y para bien o para mal, un papel trascendental, casi vital. Fundamental para que puedan seguir el trantrán que se ha impuesto al ritmo del curso escolar desde hace ya casi un mes; y básico para, en un momento en el que la virtualización del trabajo hace que todo fluya a un ritmo bastante más perezoso del habitual y en el que todo, o casi todo, se hace por teléfono, poder 'apagar' a las niñas durante los diez minutos que va a durar una entrevista o el cuarto de hora necesario para cerrar una página, enviar un informe o determinar el valor de vaya usted a saber qué terreno. Vamos, para trabajar con cierto orden mental.
Y ese papel protagonista se acentúa en días como el de ayer en el que Sorzano fue incapaz de quitarse de encima una niebla tan intensa que apenas te dejaba ver qué había 50 metros más allá. Esa visibilidad reducida, junto a la sensación de silencio sepulcral, hizo más intensa la sensación de un aislamiento (que aquí es menor) en el que por primera vez desde que llegamos aquí, las niñas no salieron de casa. Físicamente, al menos. Porque la pequeña viajó gracias a TVR hasta casa de su mejor amigo del cole, Martín, que contó a las cámaras de nuestra televisión cómo lleva la cuarentena. «Me ha gustado mucho ver a Martín, papá», dijo antes de meterse en la cama pensando en el abrazo que le dará cuando lo vuelva a ver en el cole (o fuera de él). Eso sí, de hacer la poca tarea que le van mandando sus profes no dijo nada. Es un tema que, radicalmente, ha dejado de interesarle. A su hermana también, pero a fuerza de insistir, ya ha sido capaz de coger un pequeño ritmo de crucero en el que continúa haciendo gala de su proverbial capacidad para evadirse de la realidad y navegar por remotas fantasías.
Ayer, por ejemplo, lo que tenía que ser una multiplicación, una división y un par de ejercicios más de matemáticas, se convirtió en una perfecta torre de rotuladores y lapiceros. «Mira, papá, qué bien me ha quedado», dijo Valentina orgullosa. Y el ingenuo padre se gira esperando encontrarse con una retahíla de números perfectamente escritos y solo ve una construcción colorista en la que se ha concentrado mucho más tiempo del que lo ha hecho, desde hace un mes, en las tareas del cole. «¿Y la tarea?». «Huy, es verdad...». Luego la hizo a la perfección, eso sí. ¿Cómo lo harán los profes? ¿Y con 25 niños, no con un par de ellos? Ellos también son magos.
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